-A ustedes no las van a coger más
El sexo visto como favor se volvió una amenaza.
Lo dice un filósofo. Lo dice un diputado. Lo dicen, incluso, con los que tenías sexo hasta que te volviste incogible. La venganza post porno es viralizar el rechazo como un ladrido en el bozal de las perras acorraladas por la infamia de ser protagonistas y no musas de la historia en tiempo futuro.
Lo incogible es lo que nunca se ha cogido o nunca se ha podido coger. Sin embargo, se volvió un látigo (un latiguillo) con los cuerpos retobados a ser complacientes y a querer el placer con poder propio (y propicio a un placer sin propiedad sino a una pluralidad sin S.A.).
La incogible como categoría de terror es una nueva forma de venganza hacía las mujeres con deseos latentes. No se suban las medias que la foto es carnet, no se bajen las bombachas que la espalda no va a ser la que contorsione descanso de carga y se vuelva una culebra con un mundo pomposo de dónde agarrarse (y para dónde agarrar). No se atrevan a rozar ni a proponer, ni a invitar que serán desplazadas del cielo que jamás fue paraíso.
No besen el bocado que no les corresponde. No miren en el espejo el vestido de rayas que pulsea la cintura aunque el talle no sea de corset. No caminen en busca de bordados que las carteras no tendrán más flores que para la amargura de montar el rechazo. No bailen sin arrinconar su cuerpo a desconocidos. No se descalcen en la noche que los tacos y la dignidad se varan en el sueño en vela del Caribe (con piratas, sí). No remen a una isla con los brazos oceánicos de la maternidad milparida que los hombros no van a dejar de girar sin otros hombros. No suban a las olas como si se pudiera domar el naufragio de una soledad multiplicada en encuentros desolados y desoladores. No suban la falda en el carnaval que solo van a poder cerrar los ojos para comer o palpar harina.
No cojan, sino quieren ser cogidas (y que otrxs lo sean) como ellos quieren, cuando quieren, de la forma que quieren y a quienes quieran, por cuántos quieran, en cuánto quieran. No coger como un castigo intangible –porque la venganza sabe de trajes invencibles como la imbecilidad y lo invisible- ante el plantón por no poder ser incomodadas, acosadas, violadas, vulneradas o violentadas.
Si no pueden ser patrones del sexo, entonces, que el sexo caiga.
La revolución feminista es la revolución del deseo. El deseo no era caminar por la calle y sentir náuseas por el tráfico sin freno a los cuerpos esbozados en clave femenina; acostarse en la cama a rezar que se duerma el que se subía a un cuerpo como tabla; ser un cuerpo impropio en un deseo sin propiedad binaria; lamer por obligación de una noche entre cerraduras sin llaves para otra elección que tragar o escupir; casarse a esperar la desclavada de visto, el anillo o el gol del preservativo sin esquivar la red de los que viven esquivando el cruce; aguantar ser la otra que espera no importa que otra se sea; nombrar amiga a la amante que gime como si el mundo renaciera en jadeos y que es mucho más que un juego de cama (o como si jugar no fuera suficientemente mucho); esconderse para salir y destaparse para entrar.
El deseo no era lo que ellos querían sin escuchar, buscar, ni encontrar lo que ellas deseaban. Los feminismos y la diversidad sexual patearon el tablero. Y el deseo ya no es más (y que no descanse ni en paz) all inclusive masculino.
Y ante la rabia por perder el Monopoly sexual recrudecen femicidios y violaciones; se despliegan nuevas formas de violencia frente a las mujeres que gozan (el sexo anal, colectivo o sin preservativo sin consentimiento) cuando ellas no quieren (porque sí les gusta tener sexo el machismo rebusca formas de odio para los cuerpos gozosos en donde la crueldad de vuelta el deseo por el dolor) y, a la vez (sin que nunca la violencia sea equivalente a otras formas graduales y distintas de venganza) se clava el visto o se viraliza el escarnio de las deseantes para que también entiendan la lección: o el sexo será a la fuerza o a la fuerza van a tener que abstenerse del sexo.
Si la idea de malcogidas los deja mal parados en una época en que a la masculinidad le cuesta la parada la idea de incogible demoniza a las que desean el sexo y el encuentro, pero no se arrodillan a suplicar ser criadas del sexo mal parado/parido.
Es una cuestión de elección. Se suma placer a la potencia de un deseo indisciplinadamente no monoteísta o se resta como castigo a una insumisión que no tiene vuelta.
Ninguna, que no sea la vuelta elegida para que coger, sí, sea una fiesta.