La desocupación global llego al 10,6 por ciento y pasó las dos cifras. Pero, en realidad, entre las mujeres ya era del 10,5 desde hace tres años, en agosto de 2016. Ahora, además, la desocupación es del 23,4 por ciento para las mujeres jóvenes menores de 29 años. El golpe en el bolsillo, la autonomía, las posibilidades y la vida de las mujeres es de más de siete puntos en seis años, ya que, en el 2013, la desocupación sub 29 femenina era de 16,2 por ciento, según datos del (ex) Ministerio de Trabajo.
“Se habla del drama de los dos dígitos del desempleo, pero las mujeres hace mucho tiempo que llegamos a los dos dígitos. Y las cifras de las jóvenes son alarmantes. Hay un contexto que hay que pensar la política de empleo pensando en la producción y la calidad de vida de los sectores populares”, señala Estela Díaz, secretaria de Género de la CTA Nacional. Y propone medidas concretas: “Hay que reactivar planes como el Progresar y orientar oportunidades de empleo para que las mujeres jóvenes accedan a sectores con condiciones de trabajo digno, de calidad, que trasciendan los estereotipos de género para no tener solo ofertas en los sectores informalizados y peor pagos, sino en la industria, nanotecnología, conocimiento. Además necesitamos políticas de cuidado”.
Los problemas no son solo los viejos, sino los nuevos potenciados por nuevas plataformas de informalidad y explotación: “Las plataformas virtuales no son neutrales, sino que reproducen la discriminación de género”, subraya Díaz. “El trabajo en la casa refuerza el trabajo del cuidado y una explotación ilimitada que extiende la pobreza de tiempo para las mujeres. En el neoliberalismo no hay feministas menos pensado, sino una desigualdad de género que se profundiza.”
La desocupación es grave. Pero el diagnóstico tiene que ser escuchado e interpelar a lxs candidatxs a las próximas elecciones de octubre con propuestas concretas para revertirlo. Entre otras cosas porque contar con esa radiografía es parte de las conquistas del movimiento feminista. El 23 de agosto de 2016 el Indec presentó las cifras de desocupación de la Encuesta Permanente de Hogares y difundió que el desempleo juvenil era del 18,9 por ciento. Pero no diferenciaba entre lo que les pasaba a chicas y chicos y chiques cuando iban a pedir trabajo. Las cifras con perspectiva de género fueron pedidas por Las/12 y Economía Feminista, y se publicaron oficialmente el 19 de octubre de 2016, en el marco del Paro de Mujeres en repudio al femicidio de Lucía Pérez y a las desigualdades económicas machistas.
En 2016 el promedio de desocupación juvenil era del 18,9 por ciento. Ahora casi esa cifra (18,6 por ciento) es el registro de la dificultad de los varones jóvenes para conseguir un empleo. En 2013 era del 11 por ciento (subió también más de 7 puntos en un tramo gobernado, mayoritariamente, por la actual gestión). “El mayor aumento de desocupación entre fines de 2018 y principios de 2019 se da en el grupo de varones de entre 14 y 29 años, que pasó del 15,4 por ciento al 18,5 por ciento de jóvenes que buscan activamente un trabajo, pero no lo consiguen. Y el mayor nivel de desocupación es el de las jóvenes con un 23,1 por ciento. La foto muestra que las más afectadas por el ajuste son las mujeres jóvenes. Y detrás de la etiqueta falaz de los ni ni (ni estudian ni trabajan) hay chicas que buscan trabajo y que realizan trabajos de cuidado y tareas domésticas”, apunta la economista Natsumi Shokida, de Economía Feminista.
Julia Strada, doctora en Desarrollo Económico e Investigadora del FLACSO y CEPA, y periodista de C5N y Futurock apunta: “El desempleo subió al 10,6 por ciento en el segundo trimestre del 2019, pero, como se viene observando en cada una de las publicaciones del Indec, el núcleo de la desocupación se ubica en las mujeres de 14 a 29 años. Este dato reactualiza debates y reivindicaciones del movimiento feminista. Son las mujeres jóvenes las que más sufren la crisis económica: una de cada cuatro busca trabajo y no consigue. Pero no significa que esas jóvenes no trabajan: realizan tareas no remuneradas en sus hogares con tareas de limpieza y cocina, y cuidando a sus hermanas/os. Hay que desmitificar el concepto de ni ni, que niega el trabajo reproductivo y no remunerado de las jóvenes”.
No son ni ni, sino trabajadoras invisibles y sin ingresos. No son iguales, sino discriminadas por el sistema económico. No sufren el techo de cristal porque el ajuste no las deja ni empezar a levantar cabeza. “Se refuerza la idea de piso pegajoso. La movilidad social es muy difícil o no existe. Nacer pobres y morir pobres es un círculo que se debe cortar con políticas que aborden una situación social extrema pero con perspectiva de género”, recomienda Strada.
Por su parte, Candelaria Botto, docente e integrante de Economía Feminista señala: “Las mujeres jóvenes son el grupo poblacional con la tasa de desocupación más alta. Esto es complicado no solo por la foto actual de la falta de oportunidades para las mujeres jóvenes, sino que en un momento esencial del ciclo de vida no se pueden insertar en el sistema económico y esto trae problemas a futuro. Y esto incide en la feminización de la pobreza”.
No basta con pasar publicidades de mujeres con músculos, hacer conferencias internacionales de ladys en trajecito levantando los brazos o pedir a las chicas que confíen en ellas. Si no hay trabajo no se puede ni empezar a pensar en una vida propia, salir de una situación de violencia donde se depende de un agresor proveedor, planificar proyectos por fuera de la existencia familiar o crear emprendimientos con capital propio. Tampoco se le dice que no a un jefe aunque mire de más o incomode con maltratos, no se reclama aumento de sueldo por miedo a perder lo que ya se tiene y se mastica la decepción como una forma de no aspirar a crecer ni a arrancar carrera.
La periodista de Economía Estefanía Pozzo, remarca: “El desempleo de las jóvenes muestra que la crisis económica pega en aquellos sectores histórica y estructuralmente vulnerados y el adoctrinamiento a la mujer como trabajadora afuera del hogar: menos salario, más hostilidad y menos oportunidades. Es la educación para el desaliento que refuerza la confinación de las jóvenes al rol de cuidadoras de los hogares”.
No hay meritocracia que saltee un desempleo del 23,4 por ciento. No hay mujeres maravillas ni Gatúbelas que consigan trabajo sin tragar sapos, bancarse miradas, estar horas extras o sacarse una lotería por un recibo de sueldo que les permita viajar en colectivo e ir a bailar los sábados. No hay una independencia que garantice poder ser madres (para que lo deseen) sin ser perseguidas si ser mujer es una potencial desventaja y la maternidad adolescentes y juvenil se convierte en una doble vulnerabilidad donde cambiar pañales no es una actividad más, sino una condena a quedarse afuera del mercado laboral.
En América Latina, el desempleo en los jóvenes es tres veces más alto que el desempleo de los adultos. La brecha de género agudiza este problema, porque para las mujeres es más difícil conseguir empleo y, en caso de obtenerlo, es más probable que sea informal. Además las mujeres ganan un 25 por ciento menos que los hombres, según datos de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) y ONU Mujeres. Y si se empieza sin poder llegar, se termina sin poder ascender: en Argentina solo dos de cada diez altos ejecutivos (CEO) son mujeres.
El problema de la falta de trabajo entre quienes terminan el secundario no es única, ni nueva, pero es más alta ahora y es más fuerte en Argentina que en otros lugares del mundo. “A escala global el desempleo juvenil ha disminuido considerablemente desde la crisis (producto de la burbuja inmobiliaria) del 2008/9. Sin embargo, las tasas de desempleo juvenil siguen siendo más altas que los niveles anteriores a la crisis en gran parte del mundo”, indica un informe de la OIT.
En Argentina les jóvenes que quieren trabajar y no pueden llegan a 900.000 según el organismo internacional. Y no esperan, reclaman, trabajo, derechos y sueldo para sus deseos. La OIT estima que el desempleo más teen (de 15 a 24 años) afecta en Argentina a 307.400 mujeres y 356.000 varones. Y creció respecto de 1991, cuando impedía lograr ingresos a 152.900 mujeres y 79.700 varones. El progreso, sin dudas, va para el otro lado: con opción de una libertad sin las manos atadas, ni dependencia económica y sexual.