El primer baile en sociedad para una familia de nuevos ricos que ansía asimilarse a la clase alta. Los preparativos, la espera y un ambiente en el que la situación de encierro crece, los ánimos se tensan, las expectativas se desfiguran y la redención social de la riqueza se demora porque en el medio “pasaron cosas”. De eso habla Le bal, la novela corta de Irène Némirovsky que inspiró a Oscar Strasnoy para componer El baile, la ópera breve con libreto de Matthew Jocelyn que este jueves a las 20 se presentará en una única función en el Teatro Colón. Después de Geschichte, Fábula, Cachafaz, Requiem y Preparativos de Bodas, El baile es la sexta ópera del compositor argentino-francés radicado en Alemania que llega a los escenarios porteños.

Estrenada en 2010 en la Ópera de Hamburgo como parte de un programa triple que la reunía con Erwartung de Arnold Schönberg y Das Gehege de Wolfgang Rihm, El baile se presentará en el marco del ciclo Colón Contemporáneo. El estreno sudamericano será en la versión concierto, con dibujos de Hermenegildo Sábat, como se vio en París en 2012 cuando Strasnoy fue el invitado de honor en el Festival Présences de Radio France. El director alemán Wolfgang Wengenroth estará al frente de la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires y el elenco de cantantes estará integrado por figuras de la escena nacional: Sabrina Cirera será la madre, Laura Pisani la hija, Carlos Ullán el padre, Marisú Pavón la profesora de piano, Alejandra Malvino la institutriz y Víctor Torres el mayordomo. Para esta ocasión, Matías Feldman elaboró una nueva propuesta semi-escénica.

Strasnoy cuenta que fue Alberto Manguel, el ex director de la Biblioteca Nacional, el que le acercó el libro de Némirovsky, junto a una postal que decía: “a ver si te animás a hacer una ópera con esto”. “La novela me resultó muy atractiva, sobre todo porque tiene una estructura y un tono muy adaptables a una situación escénica operística: personajes perfectamente delineados, odios y resquemores equidistantes, mucha paranoia, mucha exageración y un esquema dramático perfectamente legible”, explica Strasnoy a Página/12. “Además expone un cuadro social que es el arquetipo más infame, más patético y más caricatural del mundo moderno: el nuevo-rico-analfabeto-trepador. El gran vómito de nuestro mundo trumpista-putiniano está condensado en esa palabra compuesta”, agrega el compositor.

-¿Cuáles fueron las estrategias musicales para hacer una ópera de ese texto?

- Con Matthew Jocelyn trabajamos antes que nada sobre los detalles del libreto. Tuvimos intercambios con Denise Epstein, la hija de Némirovsky, que nos dio precisiones que no se ven en el libro. La dificultad de un libreto es insinuar mucho sin poder decirlo todo y confiar en que sea la música y el tipo de vocalidad lo que lo sugiere lo no dicho. En este caso el virtuosismo vocal de todos los personajes termina de armar la parodia social. La orquesta termina de delinear todo.

-¿Qué referencias operísticas lo atravesaron en la elección de esas estrategias?

- Mis referencias operísticas son las del repertorio paródico, un género que no parece interesar a los compositores modernos. Rossini, el Richard Strauss de Ariadna en Naxos y el Puccini de Gianni Schicchi. De hecho creo que un programa doble Gianni Schicchi/El Baile funcionaría muy bien.

-Le encargaron “El baile” para ser representada junto a Erwartung de Schoenberg. ¿Lo condicionó de alguna manera esa cercanía?

- Me condicionó negativamente. Intenté hacer algo que estuviera en las antípodas absolutas de la obra de Schoenberg, a quien por otro lado admiro: simbolismo psicológico vs. parodia social; monólogo solipsista vs. comedia dialogada; movimiento único monolítico vs. ópera en cuadros distinguibles.

- La ópera fue pensada para la escena y a partir de su representación escénica en París tuvo una “segunda vida”, con los dibujos de Sábat. ¿Cambia la obra esta nueva circunstancia?

- No se trata de una segunda vida. Una versión de concierto, con dibujos o sin dibujos, no podrá nunca remplazar a la escena teatral. La obra tuvo después otra muy buena puesta en Múnich. El caso de París estaba condicionado por el cuadro de un festival, con la imposibilidad de montarla como dios manda. Es una solución intermedia, a la que en este caso se suma el trabajo de Matías Feldman, que va a sin duda hacer algo muy distinto a lo que se hizo en París. Los dibujos de Sábat, con quien me encantó colaborar, son como una mirada exterior que interpreta lacónicamente el mundo desquiciado de la ópera, de por sí una caricatura.