En la penumbra de un cuarto de hospital, noche y día, una madre cuida a su hijo internado. Manuel ha intentado suicidarse y, allí, en compañía de enfermeras, médicos y empleados ella aprende las reglas del nuevo territorio. En poco tiempo, lo conoce como la palma de la mano con la que acaricia la cabeza del joven, los brazos, la cama donde yace inmóvil. Los enfermos es una novela de la vigilia, narrada en capítulos que se asemejan a instantes. “Los recuerdos y lo que veo: todo en presente”, reflexiona la madre mientras oscurece. “Siempre supe que la que tenía que contar la historia era la madre de Manuel. Que la historia era la suya y que, en todo caso, a través de esa voz se podía reconstruir el entramado familiar”, dice Natalia Rozenblum (Buenos Aires, 1984) sobre su primera novela. Para escribirla, contó con el apoyo de dos escritores: Julián López y Selva Almada, que firma el texto de contratapa.
Gran parte de la historia transcurre en el hospital donde la protagonista, como una anfitriona desganada (y al mismo tiempo controladora), recibe visitas de familiares, de profesionales, de figuras maternas. “El escenario del hospital me capturó –cuenta la autora?. Creo que tiene muchos elementos interesantes para trabajar; uno es que es un lugar de paso, se sabe que tarde o temprano uno se va a ir del hospital, lo que no sabe es cómo.” Esa incertidumbre temporal se superpone en la trama con otras: la improbable recuperación del hijo, la eficacia de los tratamientos, los efectos del sentimiento de culpa en la protagonista y las amenazas bien concretas que llegan con la presencia de Alfredo, el padre de Manuel.
Desde el comienzo, con la escena de violación junto al paciente en coma, la novela adopta un sesgo de suspenso. Durante otra visita en la que él llega acompañado por una mujer al hospital, la madre del joven observa a la nueva amante del marido casi con piedad: “Te dijo que te quedes acá y acá es acá y acá es acá y lo entendés, ¿no?”. El drama, en Los enfermos, da paso al thriller y, a veces, a una suerte de comedia de la angustia. Para eso, en pequeñas dosis, Rozenblum suma al elenco de la novela a otrxs enfermxs, a una tía alcohólica, al encargado del bar del hospital y a varias enfermeras. Ellxs la ayudan a mantener al monstruo fuera del laberinto, pero es posible que la sensación de indefensión la acompañe por largo tiempo.
¿Se puede decir, entonces, que en Los enfermos conviven algunos estereotipos de la feminidad vinculados con el cuidado y otros de la masculinidad con la violencia? “Supongo que tiene que ver con cosas que una tiene culturalmente internalizadas, para bien o para mal –responde Rozenblum?. Cosas que tienen que ver con la experiencia individual y colectiva, lo cual no quita, claro, que haya hombres que cuiden y mujeres que agredan. Me gusta que los personajes sean ambiguos, que incomoden en cierto punto al lector, que no pueda decirse de ellos lo mismo que creo que no puede decirse de ninguna persona: que son buenos o malos de manera definitiva.”En un giro inesperado, en la segunda parte de la novela los personajes se mudan a otro escenario. Allí la trama, es decir, aquello que a cuentagotas se filtra por medio de la conciencia de la protagonista, se enrarece aún más. Los vínculos se asfixian, los roles se intercambian o se deforman, las amenazas también se agigantan. El estado de sospecha de la protagonista se expande como una infección: “Somos el aire y luz. Lo secreto del edificio”.
En Los enfermos se extiende un diagnóstico crítico sobre las relaciones familiares, sobre los tabúes y la idealización social del rol materno. Pero, a cambio, la novela ofrece una intriga inquietante, con una protagonista más paranoica y suspicaz que doliente, que comparte interrogantes en medio de la borrachera y el sueño inducido por las pastillas: “¿Todavía estoy a tiempo?”, “¿Estás bien? ¿Te contagiaste algo?”, “¿Adónde voy?”. Y
Los enfermos
Natalia Rozenblum
Alto Pogo