Las primeras lecturas suelen ser fundantes sobre todo si se conectan con emociones o vivencias cercanas. A veces, incluso, permiten transformar nuestra percepción del mundo. Para Irupé Tentorio los cuentos de Horacio Quiroga acapararon su atención en las clases de literatura en el colegio de su Posadas natal. Ese fue su primer contacto con la selva misionera, a partir de los relatos más fantásticos poblados de animales y leyendas locales que solían reflotarse en medio del agobiante sol de las tardes que obligaba a dormirse una siesta. También recuerda la visita de adolescente junto a su padre, su hermana y su abuela a la casa que el autor tuviese en San Ignacio – declarada Museo Provincial– de modo turístico. “El año pasado encontré varias de las fotos tomadas ese día con una cámara analógica y pensé cómo sería mi mirada ahora. Consideré su casa como un lugar poético que a su vez me conectaba con mi formación en Letras. Ahí surgió la idea de realizar un ensayo fotográfico centrado en sus objetos. Pero, al llegar a Misiones me encontré con una casa que sentí que no lo reflejaba: muy intervenida y con una mirada contemporánea”, explica la fotógrafa y periodista que desde 2002 reside en Capital Federal, tiene entre sus maestrxs a Juan Travnik, Néstor Croveto, Valeria Bellusci, Romina Resuche –sus palabras dan inicio a la muestra–y Alicia Rojo, que trabajó en el Centro de documentación de teatro y danza del Teatro General San Martín, fue fotógrafa del Complejo Teatral de Buenos Aires y actualmente se desempeña como tal en la Dirección General del Libro, Bibliotecas y Promoción de la lectura de la Ciudad de Buenos Aires.
Previo a su viaje en diciembre pasado, el proyecto la llevó a una relectura de Quiroga y fue entonces que la cautivaron sus relatos centrados en San Ignacio, con la contemplación del río Paraná, de los trabajadores de la zona, sus caminatas, las peripecias de la vida en el monte y sus peligros e incluso la educación de sus hijos en una libertad y riesgos distintos a los de la ciudad, algo que en su primera esposa generó ciertas diferencias. Y sin olvidar el halo de misterio en las innumerables muertes que han rodeado al escritor, cámara en mano, se adentró en el Parque Provincial Teyú Cuaré, lugar de inspiración de varias de sus historias y donde se dice estarían enterrados, en el peñón, su hija Eglé junto a su esposo. Acertadamente Tentorio elige invitarnos a recorrer en imágenes el universo quirogueano que es también un universo propio. Nos recibe el Paraná con sus caudales de agua dulce, y de a poco nos acerca al peñón con sus matices grisáceos y hostiles que podrían confundirse con pinceladas naturalistas. Alrededor, la selva y su vegetación exuberante que con la desaturación le aporta el clima de sus cuentos “y me alejo de la fotografía más turística de Misiones, de la tierra colorada”, como puede observarse en el camino en que la bruma asoma. Ella plantea un recorrido intimista, un recorte, que logra conectarse con un espacio–tiempo casi mítico, como si lograse conectar con el mismo Quiroga en el momento de la enunciación de sus relatos o más atrás aún, con el instante previo, que lo convierte en universal. Luego, leemos a una de sus amadas, la Storni, quien le dice entre versos “No se vive en la selva impunemente” y ya dentro de la sala, nos asomamos con ellxs detrás de la cortina de una de las ventanas de la casa misionera a esa selva misteriosa, esa que también supo fotografiar Quiroga en una visita junto a Lugones.
La impunidad de la selva puede visitarse hasta mediados de marzo con entrada libre y gratuita en la Biblioteca Ricardo Güiraldes, Talcahuano 1261, CABA, de 12 a 20.