Hace unos años vi en una vidriera una remera verde con inscripción en negro con la leyenda “noche de gordas”. Recuerdo haberme reído y recuerdo habérselo contado a mi hermano como un chiste que era ideal para él o algo así. Por esas épocas bromeábamos con que él siempre se emborrachaba y encaraba en el boliche ya estando muy destroy y levantaba cualquier cosa. Ese cualquier cosa eran quizás chicas gordas, como yo, que lo fui toda la vida, gozando pequeños meses de flacura luego de punitorias dietas, tratamientos, pastillas y demás andamiajes de la industria médica. Una noche de gordas como un mal deseo o como el último escalón en la escala del deseo. Y de ahí la contrapartida: si sos gordx y se te da la oportunidad, instantes y después volvé a tu ostracismo corporal. No molestes a los demás con tu paisaje voluptuoso. Ser gordx en este mundo es más degradante que ser poco inteligente, violentx o lo que sea.

Siempre concebí que mi cuerpo era algo que estaba mal, fallado, indeseable, me lo enseñaron y lo aprendí sin crítica. Un cuerpo no digno de ser amado, ni de amar. Noche de gordas, en femenino, por supuesto porque la ofensa es doble: ser mujer y ser gorda, la esfera del ser que muchas veces obtura la posibilidad de cambio, soy lo que el otro me dice que soy, y ser gordx es ofensivo (no te cuidás), es desagradable (la belleza es otra cosa), es enfermizo (aunque ni sepamos acerca de la salud del otro). 

Lo de esa remera que hoy recuerdo y de la cual no me reiría porque ya no tiene el sentido de la descarga de tensión que Freud decía produce el chiste. Hoy no es más que una parte dela cadena de maltrato y abuso a la que la sociedad nos condena en tanto cuerpos gordxs y en tanto entramos en la disidencia de ser lo que no esperan, nuestra carne como centro de un conflicto colectivo. Vemos lo que nuestros prejuicios nos permiten ver, si algo nos enseñó el pragmatismo del lenguaje es lo que estamos creando cuando nombramos y lo que dejamos de lado porque empatizar requiere más trabajo que rechazar que es automático, casi inconsciente. 

Quiero que se haga la noche, que caiga aterciopelada sobre nosotros con todo su peso la noche de una luna bien redonda, bien gorda, bien brillante en las diferencias de nuestrxs cuerpxs, que en el amor sintamos la desmesura del disfrute. Que ninguna otra noche encuentre a unx pibx llorando porque sus kilos sean la balanza que mide su felicidad. Y a los gordxfóbicxs que se les venga la noche, la de la pesadilla hipocalórica y el terror nocturno de los deseos normados.

Estas líneas son un llamado para que entre todes seamos otro espejo posible.

* Psicóloga y escritora. Autora de los libros Torta alemana y La edad de Eva, de Iván Rosado.