Desde París
Jacques Chirac se desplazaba por el espacio público con la desenvoltura y la constricción de alguien que está en la permanente búsqueda de si mismo y no lo oculta. Era un hombre alto, flaco, peinado con gomina y se movía con una expansividad que contrastaba con el perfil marmoleo de sus contemporáneos. El expresidente francés es la historia de varios fracasos que hubiesen derribado a cualquiera y de una redención. A comienzos de 1995, cuando se lanzó en la campaña de las elecciones presidenciales de ese mismo año, Chirac era una lejana sombra en los sondeos de opinión. Su rival más serio era el entonces primer ministro ultra liberal Edouard Balladur. Nadie apostaba un voto por Chirac. El naciente candidato organizó su primer mitin en una localidad rural de las afueras de París. Entre la asistencia no debía haber más de 15 personas y dos periodistas. Cuando los descubrió entre aquellas magras presencias preguntó: “ ¿Qué carajo hacen acá ?”.
Jacques Chirac es el hombre de unos cuantos gestos y el autor encarnado de una batalla épica y no siempre limpia para conquistar el poder. El mundo le debe su oposición a la segunda guerra de Irak (2003), el menemismo le adeuda sus mejores años, América Central su compromiso con el proceso de paz (Guatemala) y la ex Yugoslavia el hecho de haber sido el hombre que, en Europa, puso término al martirio de las poblaciones civiles de Bosnia Herzegovina exterminadas por el separatismo serbio.
Si hay muchas vidas en un mismo destino, Chirac ha tenido varios destinos en una misma vida. Fue el dirigente que más gente sacó a la calle en contra de sus políticas. La primera en 1986 cuando una ley de reforma de la universidad movilizó a millones de personas en todo el país. Entre noviembre y diciembre de ese año París fue un tumultuoso campo de batalla hasta que la ley fue retirada en diciembre. Luego, cuando fue electo presidente en 1995, Chirac y su primer ministro de entonces, Alain Juppé, promovieron una reforma de corte ultra liberal de las pensiones y la seguridad social que paralizó literalmente a Francia durante más de un mes. Ha sido, hasta hoy, el movimiento social más denso y duradero después de las revueltas de mayo del 68.
Paralelamente, mientras la sociedad repudiaba su política, Chirac anunciaba en la televisión una de las decisiones más trascendentes de la historia europea de la segunda mita del Siglo XX: el ex presidente descongeló la cínica postura de su predecesor, el socialista François Mitterrand, en la guerra de la ex Yugoeslavia. Chirac dijo claramente que estaban las víctimas, los habitantes de Bosnia Herzegovina, y los victimarios, los serbios. Empezó a repercutir en el terreno militar las resoluciones de la ONU y de la OTAN y, con ello y los acuerdos pactados por Estados Unidos, se puso fin al conflicto.
El ex mandatario fue primero en muchas cosas. En 1995 rompió con la línea de todos sus predecesores y reconoció la responsabilidad de Francia en la deportación de judíos durante la Segunda Guerra Mundial. En 2002 inauguró la confrontación electoral al más alto nivel con la extrema derecha. Luego de la eliminación del socialista Lionel Jospin en la primera vuelta de las elecciones presidenciales, Chirac enfrentó en la segunda al líder y fundador del partido de extrema derecha Frente Nacional, Jean-Marie Le Pen, a quien derrotó después de armar un frente republicano.
Incursionó en la defensa del planeta cuando nadie lo hacia en esos términos. Hoy es común escucharlo, pero en los años inaugurales del Siglo XXI pocos dirigentes mundiales hablaban de medio ambiente. Chirac lo hizo en 2002, en la Cumbre de la Tierra celebrada en 2002 en África del sur: ”Nuestra casa se quema y estamos mirando hacia otro lado. No podremos decir que no sabíamos”.
En el otro frente, en 2011, se convirtió en el único ex jefe del Estado en ser condenado por la justicia por desfalco de dinero público y abuso de confianza. Como ya estaba muy enfermo no tuvo que cumplir la pena de dos años de cárcel a los que fue condenado por una extensa lista de irregularidades cometidas durante su mandato al frente de la Municipalidad de París.
Chirac era una asociación convulsiva de sentidos contrarios. Sobre él se pueden encontrar todos los calificativos: cínico, tramposo, tierno, autoritario, killer de sus adversarios, humanista ejemplar, republicano irrefutable. Tenía a la vez un aspecto seco y un contacto entrañable. El ex presidente de centro liberal Valery Giscard d’Estaing, aludiendo a Chirac, dijo una vez: “hay dos tipos de dirigentes: los contemplativos y los agitados”. Chirac pertenecía a los segundos.
Se sabe que era un asiduo bebedor de cerveza, un mujeriego irredimible y un ávido lector de novelas policiales. Su carrera política va desde un Secretariado de Estado en 1967, pasa por la Intendencia de París (1977-1995) y concluye con los dos mandatos presidenciales: de 1995 a 2002 y de allí a 2007. Dos veces convivió en el poder con los socialistas: entre 1986 y 1988 como primer ministro de Mitterrand, y entre 1997 y 2002 como jefe del Estado de un Primer Ministro Socialista (Lionel Jospin).
En 2003, Chirac se hizo un lugar en la historia. En aquel momento, con una bolsa repleta de mentiras, pruebas falsas, manipulaciones y la complicidad de la prensa norteamericana y de la casi totalidad del planeta, la administración del ex presidente norteamericano Georges Bush moldeó la guerra de Irak para derrocar al ex presidente Saddam Hussein con la excusa de que el dictador iraquí poseía armas de destrucción masiva. Chirac lideró el no a esa guerra de Bush y sus halcones en una de las batallas diplomáticas más intensas y extensas que haya registrado la historia, donde lo siguieron Alemania y Rusia. El bushismo desató en Estados Unidos una francofobia tan delirante que condujo a que la cafetería del Congreso norteamericano cambiara el nombre de las “papas fritas francesas” (french fries) por el de “papas fritas de la libertad” (fredoon fries).
El ex presidente Carlos Menem encontró en Chirac un aliado inquebrantable para su programa de privatizaciones. Chirac era un adepto anticipado de lo que más tarde será “la diplomacia económica”. En cada desplazamiento de Menem a Francia, el ex jefe del Estado francés le ofreció los mejores signos de la República: le abrió de noche el Museo del Louvre y hasta permitió que un presidente extranjero asistiera a una sesión de la Academia Francesa cuando los académicos estaban por la letra G tratando la palabra “Gaucho”. Atónito por las estupideces de las definiciones, Menem los intimó a corregir las divagaciones e inexactitudes con las que la gran Academia francesa tenía pensado retratar a nuestros gauchos.
Chirac fue también un resuelto y activo militante a favor de que Bolivia organizara un mundial de fútbol y se convirtió en un actor tan decisivo como discreto en Guatemala. Bajo su presidencia París fue un activo promotor para que la guatemalteca Rigoberta Menchu obtuviera el premio Nobel de la Paz. Francia también se implicó en la elaboración de la arquitectura legal necesaria para la firma de los acuerdos de paz en Guatemala.
Hace rato que Francia olvidó los rasgos furibundos de Chirac para conservar una suerte de ternura memorial por un hombre que encerró al país en un inmovilismo común al Siglo XX. A lo largo de su carrera, su apetito de poder llenó los cementerios políticos, sus políticas las calles de protestas y excluidos, sus actos los tribunales con él mismo y sus colaboradores. Chirac era capaz de arremeter contra el sistema internacional de precios, deplorar la miseria en África y América Latina, denunciar las subvenciones agrícolas y luego…alabar por los cielos el productivismo agrícola de Francia. Uno de sus ministros (Charles Pasqua) decía de él: "Chirac no tiene ninguna idea propia, únicamente las que le soplan, que son, por lo general, las del último con quién habló”. Ha sido un camaleón de la derecha capaz de ganar una elección con un programa hurtado a la socialdemocracia. Jamás nadie rasgó el misterio de su persona, esa mezcla de tristeza y vivacidad incontenible con la que atravesó su Siglo.
Jacques Chirac se construyó una leyenda, pero no por lo que hizo una vez en el poder sino por las tribulaciones, puñaladas, traiciones, conquistas, artimañas y la abnegación que desplegó para llegar a él. Fue todo y su contrario: amado, odiado, olvidado, rescatado, admirado, despreciado y, hoy homenajeado.