Mauricio Kartun no usa celular. Nunca lo necesitó, dice. Sin embargo, ese gesto casi heroico en tiempos de hiperconectividad no lo exime del uso diario de alguna red social y del consumo también frecuente de series televisivas, hábitos que le roban un tiempo que, según él mismo advierte, podría dedicar a la lectura. Y eso, en gran parte, es lo que explica que la mesa ratona de su living se encuentre desbordada de libros. “Los pongo ahí porque son libros que los empecé o los quiero empezar, y no me alcanza nunca el tiempo. Es imposible. Lo horroroso es que algunos de abajo ya tienen un año ahí”, revela el dramaturgo poco antes de iniciar la entrevista con PáginaI12.
Referente consagrado de la dramaturgia local, Kartun no economiza palabras y en su discurso generoso y divertido alterna anécdotas con opiniones bien pensadas. La excusa del encuentro la proporciona el estreno de su nueva obra La vis cómica, en la que vuelve a combinar sus dos mayores pasiones: la escritura y la dirección. Allí despliega también sus conocimientos sobre el mundo del teatro. “Escribí esta obra porque me divierte mucho el universo de los actores, nuestro narcisismo y nuestras debilidades”, asegura.
Precisamente, la historia gira en torno a una compañía teatral española dirigida por Angulo el malo (Mario Alarcón), un mediocre comediante que llega a Buenos Aires en tiempos del Virreinato, acompañado por su mujer Toña (Stella Galazzi), el dramaturgo Isidoro (Luis Campos) y su mascota Berganza (Cutuli), un perro que habla, con la intención de encontrar un espacio donde poder mostrar su trabajo. Pero la realidad, en la que las posibilidades artísticas están cooptadas por el poder de turno, les demuestra que no hay lugar para ellos.
“Este texto nació de una circunstancia azarosa”, cuenta. “Hace unos años, la Embajada de España armó un proyecto de versiones teatrales de las comedias ejemplares de Cervantes, y nos propusieron a algunos autores elegir una de esas comedias y trabajar sobre eso con absoluta libertad. Yo las releí todas, y me divirtió mucho una de ellas que es El coloquio de los perros, donde uno de los perros, Berganza, cuenta sus desventuras como perro de una compañía teatral. Así que propuse trabajar sobre eso, pero finalmente no participé del proyecto y me quedaron esos bocetos”.
- Esta compañía teatral llega a Buenos Aires en la época del Virreinato. ¿Qué piensa que le ocurriría si llegara a la ciudad hoy?
- Se encontraría con un fenómeno teatral curioso y fascinante. Hoy muchos artistas europeos, sobre todo hispanoparlantes, ven a Buenos Aires como una plaza importantísima. Venir a actuar o a dirigir acá es participar en una plaza que, en muchos casos, ha superado a plazas de algunas ciudades españolas, porque tiene más actividad, más energía y una cantidad de salas desmesurada. A diferencia de aquella llegada, en la que eran pioneros, ahora lo que sentirían es que deberían sumarse a una energía que ya está funcionando.
- La obra habla también, de alguna manera, del vínculo entre el arte y el poder. ¿Cuál es su relación con el poder?
- En principio, es una relación con muchas reservas. Distintos gobiernos me ofrecieron en tres oportunidades la dirección del Teatro San Martín y nunca la acepté. A mí me sigue sosteniendo en esta profesión cierta hipótesis algo idealista del carácter antisistema, contestatario y contracultural que tiene el arte, construyendo algo que está siempre objetando y enfrentando a lo constituido. Por eso siempre he mantenido mi independencia, y nunca he aceptado tampoco trabajos por encargo.
- ¿Influyen los contextos políticos en la realización teatral?
- Es casi inevitable que tu humor esté vinculado a tu escritura, y los humores tienen mucho que ver naturalmente con los contextos políticos. Lo que no significa que uno le conceda a la cabeza el acto de debilidad de obligar a la obra a hablar de lo que está pasando en ese momento, porque esa circunstancia es volátil, y la obra puede quedar pegada a algo que ya no tiene vigencia. De hecho, esta obra la empecé a escribir con una sonrisa, alcancé en algunos momentos una carcajada, pero la terminé con un rictus. Yo sentí que cuando llegaba al final aparecía cierta zona de degradación del artista en su relación con el poder. El artista que va hacia el poder creyendo que toma energía, y en realidad es deglutido y cagado por ese poder. Uno ve sistemáticamente en la historia del arte a estos artistas masticados y expulsados. Angulo es uno de ellos.
- Isidoro, el dramaturgo, dice que “lo único que ansía en la vida un poeta es estrenar”. ¿Piensa igual?
- Isidoro es mi alter ego. Como dramaturgo, pasé muchas veces por la sensación de que escribía para intermediarios que me permitieran estrenar, y de que tenía que llegarle no sólo al público sino primero gustarle al sistema teatral. Eso crea siempre una sensación de dependencia y obliga a doblegar las estéticas o a aceptar la hipótesis de escribir algo que no se va a estrenar. Y creo que una de las razones por las cuales empecé a dirigir fue para liberarme de esa pulsión que le quitaba libertad a mi escritura.
- En una entrevista señaló que un dramaturgo disfruta del alivio de no tener que poner el cuerpo en escena. ¿Nunca actuó?
- Sí, en mis principios, y muy ocasionalmente. Y más empujado por las circunstancias que por el deseo. Estudié teatro, pero no porque quisiese actuar sino porque esa era la única manera que tenía de acercarme a Augusto Boal, un referente a quien yo admiraba mucho como director y dramaturgo, pero que solamente daba clases de actuación. Y terminé actuando bajo su dirección en los setenta, y poco después en la misma época fui parte del Grupo Cumpa, donde hacíamos creaciones colectivas. Después del golpe militar, también trabajé en unas películas irreproducibles (risas). Trabajé con Los Superagentes, Palito Ortega, Andrea del Boca, Porcel y Olmedo y Libertad Lamarque. Y en todas ellas orgullosamente como “bolero”. El récord fue: “La señora está en estado delicado”. Ese fue mi texto estrella (risas). Cada vez que algún amigo me conseguía un laburo en cine me entusiasmaba, porque era un momento de malaria horrible y eso suponía que por 15 o 20 días tenía resueltos los problemas económicos, pero a la hora de actuar me angustiaba.
- ¿Se angustiaba?
- Sí, porque sentía que no lo hacía bien, y cuando me veía en la pantalla no me gustaban los resultados. Con el tiempo uno descubre que eso le pasa a todos los actores, sólo que algunos lo niegan. Pero en mi caso, como tenía la alternativa de escribir, apenas empezó a fluir un poco el trabajo de dramaturgo me abrí de la actuación y nunca más me volvió a tentar. De hecho, hace dos años, tuve ocho propuestas de trabajo como actor, para películas, una serie y hasta para una publicidad.
- ¿Ve teatro?
- Cuando estoy con una obra nueva como ahora, y ensayo todos los días durante seis meses, es muy difícil. Pero en verano aprovecho para ver teatro, aunque en general veo más ensayos que obras montadas. Mis amigos, colegas y ex alumnos me invitan a ver ensayos y eso lo disfruto mucho porque tengo la sensación de que cualquier cosa que yo diga luego puede ir a parar a algún lugar creativo. En cambio, cuando veo un espectáculo terminado inevitablemente mi comentario va a parar a la bolsa del narcicismo, pero no aporta. Creo que todo espectáculo en proceso debería tener visitas continuas que aporten una mirada que te saque de ese lugar de encierro que es el ensayo. Esas presencias son sanísimas. Son una respiración.
- En tiempos en los que las tecnologías hacen que la comunicación sea cada vez más virtual, una actividad como el teatro, que implica una ceremonia de cuerpos presentes, se renueva de forma permanente con un caudal importante de público, sobre todo en los circuitos oficial e independiente. ¿Por qué advierte que ocurre esto?
- Creo que el teatro es un acto de compensación frente a esta especie de vuelo virtual al que estamos sometidos y en el que vivimos tiempos que no son los de la naturaleza. Hoy envié dos correos a España, y eso te pone en un tiempo irreal que te vuelve muy omnipotente. Esos mensajes que envié en media hora mañana querré enviarlos en 15 minutos. La angustia que nos provoca el tiempo virtual es que nunca nos va a dejar satisfechos. Vamos definitivamente hacia un barranco, porque siempre vamos a necesitar más velocidad que la de ayer, y esta cadena es interminable. Frente a todo esto, han aparecido energías de reacción, curiosamente conservadoras porque implican volver a los tiempos naturales. Hoy hay una vuelta al ejercicio de caminar, o a la jardinería, a meter las manos en la tierra y recuperar algo del trabajo del agricultor. Todas son energías compensatorias, al igual que el teatro que, en su lentitud y en su punto de vista único, se constituye como un ritual alternativo al que hay que ir para estar con otros. El cine cumplió esa función durante mucho tiempo hasta que apareció el DVD y luego el streaming. Pero el teatro va a sobrevivir porque es el non plus ultra. No tiene soporte. Hay que ir, y aceptar la lentitud, la convivencia y hay que desenchufarse. Y la gente sigue yendo al teatro porque acepta esa hipótesis contracultural que te vuelve a poner en un estado de tiempo natural y que tiene la metafísica de la fiesta.
- ¿Cómo llegó a escribir obras de teatro?
- Intentando mejorar mis diálogos en la narrativa. Me habían recomendado escribir teatro para soltar la mano, entonces me anoté en un curso de dramaturgia. Me parecía que podía ser un buen complemento para el trabajo de narrador. Y me ganó el lenguaje, y el hecho de que sea un arte que hay que hacer entre muchos. Fue una especie de rápida seducción. Escribiendo teatro sentí que lo que mejor hago es juntar la inteligencia narrativa con la inteligencia mimética. Esas son mis capacidades especiales, porque en mi caso tengo una capacidad muy reducida en términos de la inteligencia lógica matemática. Víctima de eso no pude terminar mi colegio secundario. Llegué hasta quinto año, y me quedaron matemática, física y química, y la angustia de sentir que nunca iba a poder aprobarlas.
- ¿Y no le queda eso como una asignatura pendiente?
- No. Ahora me conforma que tengo dos Doctorados Honoris Causa y un Profesorado Honoris Causa, y me digo: “Ese es el título que le debía a mi mamá”.
"Esta situación no da para más"
Kartun no es de los que piensan que el arte y la política no se mezclan. Es por eso que públicamente suele reflexionar sobre la realidad actual. “Yo observo el contexto sobre todo desde el punto de vista del artista”, señala al respecto. “Si uno ve lo que ha pasado en estos cuatro años lo que ha sucedido es que todo se ha ido reduciendo”, sostiene. “Las políticas neoliberales desembocan siempre en lo mismo, porque parten de lo mismo, que es entender que la cultura no es una necesidad ni una inversión, sino un gasto. Continuamente aparecen protestas en relación a los presupuestos de cine y teatro, pero esto es incontenible, y no porque haya un plan de economía sustentable en relación a otras cosas sino porque se entiende lo cultural en un campo superfluo. Los artistas estamos acostumbrados a pasar malos momentos, pero esta situación no da para más. Todo se ha achicado a límites patéticos. Hay gente que ha recibido subsidios de Proteatro y que no ha podido hacer la obra porque con la cifra que le habían otorgado no podía hacer absolutamente nada. En los últimos 22 años, a partir de la Ley Nacional del Teatro, la actividad vivió un crecimiento continuo y sostenido, con algunos momentos de crisis pero siempre tirando hacia arriba, pero lo que vemos ahora es una decadencia”.
Dos maneras de ver la vida
Multipremiada, aplaudida y en escena desde hace seis temporadas, Terrenal, la obra en la que Kartun recrea el mito de Caín y Abel, es uno de los fenómenos indiscutidos del teatro independiente. El autor y director cuenta que sigue asistiendo a las funciones y disfruta de ver las reacciones del público. “Cualquiera que va a ver Terrenal sale con la sensación de haber visto el enfrentamiento entre dos maneras de ver la vida”, asegura. “El mito de Caín y Abel no es otra cosa que el enfrentamiento entre dos arquetipos históricos: nómades y sedentarios. Caín es el sedentario, el acumulador que termina preso de su acumulación, y un avaro que termina obligando a sus hijos a construir ciudades amuralladas para conservar lo que ha juntado y nunca tendrá tiempo de gastar. Y Abel es el nómade, el que defiende la hipótesis del no tener como felicidad y vive la vida sin quedar preso de las posesiones”, sintetiza Kartun sobre el éxito teatral que se despide el 13 de octubre de la cartelera local antes de iniciar temporada en España.
- ¿Hay alguna manera de explicar por qué una obra atrae al público?
- Es posible que exista la manera, pero hacer eso no le sirve al artista. Si yo me pusiese a analizar qué cosa funcionó ahora estaría intentando hacer lo mismo y construir de acuerdo a una fórmula. Y sería tan rígida y tan exigente esa fórmula que toda mi producción perdería espontaneidad. No habría ninguna libertad creativa. Por eso prefiero disfrutar de una obra en estado de inocencia. Porque buscar una explicación sería como intentar explicarse el amor. ¿Cómo explicás el amor? ¿Cómo explicás el deseo? ¿Qué es lo que te atrae realmente del otro? Es absolutamente inexplicable.
*Terrenal se presenta en Caras y Caretas (Sarmiento 2037), viernes, sábados y domingos a las 20.
FICHA DE LA OBRA
La vis cómica, de Mauricio Kartun. Dirección: Mauricio Kartun. Elenco: Mario Alarcón, Luis Campos, Cutuli y Stella Galazzi. Diseño de vestuario y escenografía: Gabriela Aurora Fernández. Diseño de sonido: Eliana Liuni. Diseño de iluminación: Leandra Rodríguez. Asistencia artística: Malena Bernardi. Asistencia de vestuario y escenografía: Agustina Filipini. Coordinación de producción: Federico Lucini Monti. Asistencia de dirección: Tamara Correa y Lucas Pulido. Producción técnica: Magdalena Berreta Miguez. Lugar: Sala Cunill Cabanellas del Teatro San Martín (Corrientes 1530). Funciones: Miércoles a domingos, a las 20.30. Localidades: platea, 210 pesos. Miércoles y jueves, 105 pesos. Duración: 100 minutos.