Desde San Sebastián. El 67 Festival Internacional de Cine de San Sebastián entró en la recta final de su recorrido, pero aún restan un par de jornadas de exhibiciones en las diversas sedes del evento. Las películas que forman parte de las secciones competitivas, sin embargo, ya han sido presentadas en su totalidad y el sábado llegará el momento del anuncio de los ganadores, en una ceremonia con alfombra roja y tonalidades de gala transmitida en vivo y en directo por la televisión española. La Sección Oficial, el principal concurso del certamen, contó finalmente con un largometraje menos de lo anunciado previamente. Zeroville, la última locura de James Franco, tuvo que ser retirada de la competición debido a su estreno comercial en Rusia hace escasos días, situación que la puso en flagrante contravención de los reglamentos del festival, que requieren que todos los títulos en concurso tengan su estreno europeo en las salas donostiarras. El jurado integrado por Neil Jordan, Pablo Cruz, Bárbara Lennie, Katriel Schory y Mercedes Morán deberá optar entre los otros dieciséis contendientes a la hora de elegir a los ganadores de las “conchas”, el nombre familiar con el cual se designa a las estatuillas.
Franco, estrella de cine por derecho propio, viene construyendo una prolífica filmografía como realizador independiente desde hace ya más de una década y su film previo, The Disaster Artist: Obra maestra, terminó llevándose la Concha de Oro dos ediciones atrás. Como aquella, Zeroville también transcurre en el mundo del cine y su protagonista es un hombre (el mismo Franco, completamente pelado y con un tatuaje de Montgomery Clift y Elizabeth Taylor en la cabeza) que llega a la ciudad de Los Ángeles en 1969, casi como si hubiera caído del cielo. Luego de ser acusado injusta e insólitamente por el crimen de Sharon Tate, comienza una carrera como montajista en un gran estudio de Hollywood. A todas luces fallida, aunque no exenta de ideas, la película se transforma muy rápidamente en un abigarrado y surrealista homenaje a la cinefilia que incluye referencias a clásicos de Billy Wilder y Dreyer, al legendario rodaje de Apocalipsis Now y también a los vampiros lésbicos de Jesús Franco, con su actriz fetiche Soledad Miranda. Rodada hace más de dos años y recién ahora completada, Zeroville reflexiona sobre el mismo período abordado por Había una vez… en Hollywood, aunque formalmente intenta estar más cerca de una película como The Last Movie que del neoclasicismo tarantinesco. Megan Fox, Seth Rogen y Will Ferrell interpretan papeles importantes, pero la película está atravesada por las más inesperadas apariciones especiales y cameos.
Suerte de secuela de El secuestro de Michel Houellebecq, la nueva película del realizador francés Guillaume Nicloux, presentada en competencia en la Sección Oficial, parte de un tono disparatado que nunca abandona y presenta al personaje del escritor, interpretado nuevamente por el mismo Houellebecq, cinco años después de los hechos originales. Thalasso transcurre íntegramente en un hotel y spa de lujo en la ciudad costera de Cabourg, un lugar especializado en tratamientos curativos, aunque para el protagonista la aplicación de técnicas terapéuticas como la crioterapia y la talasoterapia se asemejan a sesiones de tortura. No ayuda el hecho de que no lo dejen beber alcohol ni fumar, ni siquiera al aire libre, y ese choque con un mundo marcado por ritmos completamente opuestos a sus hábitos es uno de los principales disparadores de la comicidad. Por momentos, incluso, puede sentirse el espíritu de Jacques Tati recorriendo los pasillos y habitaciones del hotel.
El encuentro con otro huésped, de nombre Gérard Depardieu – encarnado, desde luego, por el gran actor francés-, provee otra capa de humor a partir de los diálogos, que incluyen disquisiciones sobre el arte, la política y la fe religiosa. Hay también una trama familiar, que pone al autor de Las partículas elementales nuevamente en peligro de muerte, y la aparición inesperada de una de las grandes estrellas del cine de acción hollywoodense. No es sencillo describir el cine de Nicloux, un cineasta capaz de pasar de la comedia desembozada de Holiday al rigor histórico de La religiosa, pero aquí lo que prima, desde el primero hasta el último minuto, es un sentido de la comicidad delicado y absurdo, en una de las películas más disfrutables de la principal competencia del Festival de San Sebastián.
La sección Horizontes latinos, otra de las piezas centrales del festival donostiarra, presentó el nuevo largometraje de la realizadora argentina Paula Hernández (La lluvia, Un amor), el retrato de un reencuentro familiar de fin de año en una casa de campo que deriva en discusiones y conflictos de todo tipo, muchos de ellos de larga data. La primera escena de Los sonámbulos explica, de alguna manera, el título de la película y presenta al matrimonio integrado por Emilio (Luis Ziembrowski) y Luisa (Érica Rivas), quienes se preparan para viajar junto a su hija Ana (Ornella D´Elía) a la casa de la abuela de la adolescente, interpretada por Marilú Marini. A poco de arribar, durante un almuerzo al aire libre, una discusión sobre la posible venta de la finca hace evidente para el espectador que las rencillas y rencores forman parte de la dinámica familiar, complicada aún más por la súbita aparición de Alejo (Rafael Federman), el hijo del otro hermano de la familia, encarnado por Daniel Hendler. El calor del verano, la cercanía de la pileta y el consumo de alcohol recuerdan a las primeras escenas de La ciénaga y hay un aire definitivamente marteliano en la manera en la cual Hernández describe la interacción entre los personajes, sus características y cualidades más evidentes y aquello que late en el interior y que, muchas veces, pugna por salir de manera explosiva.
Con un muy buen trabajo de dirección actoral y una puesta en escena precisa y delicada, el relato alterna esencialmente los puntos de vista de Luisa y Ana, la madre y la hija, ambas -aunque no lo sepan aún- a punto de atravesar una serie de días decisivos en sus vidas. El guion, de la propia Hernández, entrecruza de manera inteligente varias subtramas que detallan las interacciones de los miembros del clan, todos ellos ligados directa o indirectamente al negocio editorial, hasta que los últimos minutos se concentran en un hecho de violencia que el film comienza a anticipar unos cuantos minutos antes. Tal vez sea la instancia más discutible de Los sonámbulos, aunque sin ella la película sería otra muy distinta. A pesar de ello, el trabajo con el fuera de campo elimina de cuajo la posibilidad de que Hernández se vea tentada a ingresar en la lista de realizadores enamorados del “cine de la crueldad”, que tanto exponentes presenta al mundo año tras año.