El periodista y escritor Julián Varsavsky define al Japón como una "distopía tecnoconfunciana". En los pliegues de esas categorías, que tratándose de la cultura del Extremo Oriente no se oponen sino que se complementan, se vislumbra aquello que fascina de Japón desde una cápsula, su más reciente libro, publicado por Adriana Hidalgo: la idea de un viaje al mismo tiempo espacial y temporal por ese país --por esa cosmovisión, podría decirse-- prácticamente inasible para el mundo occidental, más allá de ciertos estereotipos. 

Quienes quieran profundizar estos conceptos pueden ir este viernes a las 19 a la presentación del libro en la Librería del Fondo (Costa Rica 4568). Allí estará Varsavsky junto al escritor y editor Christian Kupchik, un notable conocedor de la literatura de viajes.  

Porque Japón desde una cápsula es, como se ha dicho, un viaje. Pero también es buena literatura, desde una técnica narrativa que invita al lector a acompañar al autor en su deriva.  Una crónica etnográfica que disecciona el alma japonesa surfeando entre la --aparente-- superficialidad y sus costumbres más atávicas, encontrando siempre vasos comunicantes. El autor da cuenta de los "otakus" (fans del cómic); pasea por Harajuku, el barrio de las lolitas; se interna en Akihabara donde en un sex shop ve a quince hombres haciendo fila para comprar un masturbador; se aloja en un hotel atendido por robots, duerme en hoteles cápsula (para que el lector se dé una idea: un "nicho" que mide 2,34 meros de largo por 1,20 de ancho y 1,10 de alto, como se ve en la foto que ilustra esta nota); visita una smart-house Panasonic; atraviesa el submundo del ocio para solitarios y la tecnoerotización de la vida a través de muñecas y hologramas. También se acerca a la cultura pop del cosplay, el manga y el animé. Varsavsky, contra lo que podría suponerse, no está loco. Y sostiene que tampoco están locos los personajes que contempla y disecciona. En todo momento busca --y casi siempre encuentra, lo que termina siendo lo verdaderamente "loco" del libro-- racionalidad en las supuestas excentricidades.    

Varsavsky traza paralelismos y continuidades históricas. Escribe: "Detrás de un holograma humano y de una lolita del j-pop late una deidad; bajo el hotel cápsula hay una casa medieval; en el robot de compañía habita un espíritu ancestral; en el salaryman preexiste un samurai, y en el CEO un shogun; la sirvientita victoriana del maid-café repite ecos de la geisha; en la obediencia laboral sobrevuela el fantasma de Confucio; y en el minimalismo de la arquitectura de vanguardia está el vacío del zen". 

En buena parte del libro está presente la filosofía de Byung-Chul Han, el notable filósofo coreano que plantea que la sociedad disciplinaria descripta por Foucault mutó en "sociedad de rendimiento", donde ya no es tan visible un poder opresor. Varsavsky plantea, explicando el ideario de Han: "El neoliberalismo de pos Guerra Fría instaló una psicopolítica individualista basada en la idea de la autosuperación, en pos de maximizar la productividad y el consumo: se compite contra uno mismo".  Japón es un ejemplo paradigmático de este modelo de sociedad en el que muchos de sus protagonistas "remiten de alguna manera al pasado y confluyen en el sujeto de rendimiento con el Eros decaído". 

Varsavsky fue al Japón y volvió, lleno de ese mono no aware (categoría estética japonesa que remite a la melancólica transitoriedad de las cosas) tan difícil de transmitir a la mentalidad occidental. Dice estar fascinado con esa "distopía tecno-feudal" que estudió minuciosamente, pero reconoce que no se quedaría a vivir allí. Su libro, no obstante, permite a los lectores viajar imaginariamente al Japón, sin necesidad de meterse en una cápsula.