Polaco, Krzysztof Olaf Charamsa tiene 44. Es teólogo y sacerdote y llegó muy lejos (o muy hondo) en la jerarquía eclesiástica, porque fue secretario adjunto de la Comisión Teológica Internacional de la ultradogmática Congregación para la Doctrina de la Fe durante 12 años, entre 2003 y 2015. Un día antes del comienzo de la segunda parte del sínodo sobre familia (el concilio que según cierto periodismo determinaría revolución y cambio institucional en materia de relaciones, sexualidad y ligues) en octubre de 2015 Krzysztof salió de la cúpula de San Pedro y con sus llaves abrió todos los armarios posibles, empezando por el suyo. Al minuto, fue despedido de la iglesia y bienvenido en la prensa. Abandonó Roma y se instaló en Barcelona con su novio, el catalán Eduard Planas, a quien conoció en un sacrosanto levante callejero. En aquel momento, en la internacionalizada carta al Papa con la que termina de despedirse del Vaticano, Charamsa dijo que “todos los cardenales, obispos y curas que son homosexuales deberían tener el valor de abandonar esta iglesia deshumanamente insensible, injusta y violenta (…) petrificada en su fría y deshumana doctrina, sin misericordia ni caridad alguna”. Hoy, con su libro La primera piedra. Mi rebelión contra la hipocresía de la iglesia, Charamsa intenta rearmar su vida y redireccionar su fe. El español es para él “la lengua del amor” y en una noche catalana previa a la presentación del volumen que Ediciones B no publicará en la Argentina (¿por qué será?) se presta a una larga conversación telefónica.
Hace poco dijiste que la iglesia católica vive un momento de decadencia semejante al de las crisis generadas por Copérnico, Galilelo y Darwin. ¿Cómo es este proceso?
-En los últimos decenios, la iglesia no ha tenido fuerza suficiente para enfrentarse con el desarrollo del conocimiento humano y la experiencia de las personas sobre la sexualidad. Está en un retraso imperdonable no sólo frente a las minorías sexuales sino también las cuestiones de la heterosexualidad. La iglesia no tiene fuerza para enfrentarse con todo esto de manera intelectual, razonable, sin miedo y sin prejuicios y sin la prisión de las falsedades.
¿Esa “prisión de las falsedades” puede interpretarse como una voluntad programática de transformarse cada vez más en una suerte de Greenpeace que pelea “a favor” del medio ambiente?
-Es un problema que conecta varias religiones, porque el Islam vive un proceso semejante. Pero sí, la iglesia católica hoy de manera paranoica rechaza los derechos conectados con la sexualidad; rechaza el conocimiento que tenemos sobre nuestra sexualidad; los derechos humanos como el del matrimonio igualitario o derechos de las mujeres; los derechos de las personas transexuales que deben superar muchos sufrimientos, muchas fobias; sí, la iglesia hoy es una organización internacional que actúa así, gracias al sistema de gobierno del clero y de su jerarquía, que se propone extender este dominio sobre la sexualidad.
El pecado del celibato
Es el celibato imperturbable, sobre todo, el núcleo de cada pronunciamiento de Charamsa -“Un celibato que elimina sentimientos, que no te permite desarrollar en paz tu sexualidad, que te bloquea a nivel humano”- en el seno de una iglesia que, al tiempo que discute capitalismo, cambio climático, rol de los medios e inmigración, conserva sus más concéntricas disposiciones en esta materia. La relación de muchos curas con mujeres y los hijos nacidos de esos vínculos alteran a Charamsa: “Varios sacerdotes, cuando tienen una relación con una mujer, la usan”.
¿Con prostitutas?
-No solamente. Pasa con parejas, que se terminan reduciendo a sexo ocasional y no crece el amor. La iglesia no ha estudiado cuáles son las raíces de las violencias contra las mujeres; cuáles son las raíces de las violencias psicológicas ejercidas sobre los hijos de curas que no pueden admitir jamás públicamente quiénes son sus padres, por la presión institucional y por el rechazo.
Los más de 4 mil casos denunciados hace días en Australia, silenciados por el cardenal Pell, estrecho colaborador de Bergoglio y encargado nada menos que de las finanzas del Vaticano, y el inagotable escándalo de Instituto Próvolo en Argentina y en Italia, con niños con hipoacusia como víctimas, enmarcan la llegada de La primera piedra. Ante la pregunta por los móviles de estas epidemias, su autor lanza una hipótesis inédita en boca de un sacerdote.
-Creo que toda la represión de la sana y natural sexualidad, a varios niveles, puede constituir un terreno fértil para el desarrollo de la violencia, especialmente en el caso de esta organización que impone un celibato obligatorio. Muchas veces no se encuentra la paz con tantos sentimientos reprimidos. Esto pasa también en las familias puritanas o fundamentalistas, donde la sexualidad no se vive como donación o alegría, como dominio de ser, sino como algo sucio y pecaminoso; como un complejo, algo sobre lo que no se puede hablar y de lo que no se puede tener verdadera conciencia. Cuando no conocés tu sexualidad, corrés el riesgo de caer en la violencia. Creo que la gran culpa de la iglesia es que jamás ha estudiado seriamente cuáles son las raíces de la pedofilia. La iglesia no ha estudiado las raíces de todos estos abusos que existen en el clero.
Dijiste que el 50% del Vaticano es gay…
-Yo lanzo ese número respecto a todo el clero, no solamente al Vaticano; y como digo en mi libro (que no es un libro contra la iglesia, sino contra la hipocresía que gobierna la iglesia; es a favor de la iglesia y es el resultado de mi experiencia). Como digo allí, el número no es de importancia. Lo que es importante es que la iglesia no quiere confrontarse con esta realidad; yo sería feliz si la iglesia me diera estudios relacionados con el número real de homosexuales en el clero. Es seguramente un número mucho más grande de lo que se percibe en la sociedad: hay autores que hablan del 60%.
¿Y cómo viven esos gays?
-Muchos sacerdotes viven como he vivido yo la mayor parte de mi vida: con mucho miedo de sí mismos; con sufrimiento. Viven en una prisión con maltrato psicológico y con una fuerte presión acerca del odio que tenés que tenerle a esa parte de tu persona. Yo he vivido mi homosexualidad como una pesadilla; como la parte más sucia y oscura de mi vida. No he tenido relaciones sexuales la mayor parte de mi vida. He vivido luego una gran liberación y he descubierto que soy capaz de darle amor a otra persona. Estaba convencido de que era algo imposible: mi iglesia me había convencido de que los homosexuales son incapaces de amar.
Control del lesbianismo
Hacés referencia también a la situación de las lesbianas en la iglesia, que están totalmente invisibilizadas…
-Sí, están estigmatizadas mucho más que los gays…
¿Por qué?
-Porque son doblemente inferiores para la iglesia…
Porque primero son mujeres y encima, lesbianas…
-Sí, y en este campo es necesaria una verdadera revolución de la visibilidad. Verdadera revolución de coraje de las mujeres de la iglesia; que sean capaces de hacer “coming out” ante sí mismas. Yo soy el primero en poder dar testimonio de cuán difícil es salir del armario de tu cabeza, de tu corazón y empezar a amarte a vos mismo, como Jesús lo quería. Él decía que podés amar a los demás solamente si podés amarte a vos mismo.
¿Hay muchas lesbianas entre las monjas?
-Es una respuesta muy difícil de dar porque es un tema que está silenciado de manera absoluta. Recién hoy empiezan a surgir las historias de las lesbianas, monjas que son rechazadas de sus propias órdenes y empiezan a contar sus historias de amor, de sentimientos, de deseos. De la belleza de la sexualidad que primero que todo debe tener la conciencia y la convicción de la bondad de lo que se siente. Pienso que nuestro problema es que buena parte de nosotros tiene miedo de la sexualidad. No solamente no somos capaces de disfrutarla sino que además la rechazamos. Debemos tener antes una conciencia de quiénes somos, una aceptación, una serenidad en relación a estar con nosotros mismos. Estas mujeres lesbianas son un perfecto ejemplo de un dominio psicológico. Son esclavas.
Control de calidad
¿El Papa confirmó una ley interna, que vos definís como “casi nazi”, que busca “verificar la homosexualidad”?
-Sí. Yo había pensando que el pontificado de Bergoglio iba a cambiar esta perspectiva. Pensé que iba a parar un poco con nuestras ideologías y pasar a estar un poco más atento al mundo, a estudiar la realidad, empezar a entender el desarrollo de la ciencia. Pero no he encontrado ningún colaborador con el cual realizar este proyecto. Capaz que él simplemente lo abandonó. Y sí, efectivamente lo ha abandonado. Este desgraciado hecho que recordás vos, el del 8 de diciembre de 2016, cuando el Papa confirma la ley de 2005 introducida por Benedicto XVI, acerca de la prohibición a todos los hombres homosexuales de ser sacerdotes católicos, es la confirmación de una ley que invita a los obispos y rectores de los seminarios a verificar la homosexualidad de los candidatos.
¿Cómo es el Papa Francisco?
-Es una persona muy amable. De una gran transparencia. Muy directo. Pienso que hoy está sometido a un sistema perfectamente machista, misógino y homofóbico que por el momento gobierna la iglesia católica y está presente también en muchísimas conferencias episcopales en el mundo lamentablemente.
¿Y vos creés que Francisco, siendo la máxima autoridad no puede sobreponerse, o no puede solo?
-No, yo creo que puede. No sólo creo que puede: es su deber moral. Y al no hacerlo, es responsable. Estoy seguro. Como creyente y como católico, me pone triste ver cómo el Papa ha abandonado el entusiasmo, la pasión y el coraje de la reforma. El coraje de pensar como creyente y no tenerle miedo al mundo en el que vivimos. Cómo ha vuelto a una demagogia, que no es otra cosa en realidad más que nuestra defensa ante la realidad.
¿Y por qué Bergoglio sigue siendo visto, en algunos países, como “un revolucionario”?
-Porque ha llegado en un primer momento con esperanza, porque ha hablado varias veces con un lenguaje nuevo. Hoy ese lenguaje nuevo está reducido a las prédicas en entrevistas, pero no sigue para nada ningún deseo de verdadera reforma. Recordemos su carta sobre el matrimonio igualitario, que tenía palabras que son inadmisibles para un cristiano católico. Recordemos que comparaba al amor entre dos hombres o dos mujeres con algo diabólico. Esto es en contra de las escrituras y en contra del evangelio; es imperdonable.
O sea, decir “diablo”, consignar ese término en una carta de esta naturaleza, es inaceptable incluso para la misma teología…
-Claro, porque como narra el relato el Génesis, Dios ha creado a la persona humana para el amor, para la relación. Y nadie está excluido del amor. Hoy sabemos que la orientación sexual es algo sano y natural y no toda la humanidad es heterosexual. Decir que es algo diabólico contradice las propias escrituras. Y a la ciencia; la iglesia hoy insiste en la homosexualidad como una patología; es una enfermedad, algo que debe perseguirse por las leyes, es un crimen regido por un defecto, por un trastorno psicológico afectivo.
Es decir, ¿hay un comportamiento periodístico de Bergoglio que no guarda relación con sus políticas concretas?
-Yo puedo decir como ex sacerdote que hoy el Papa predica como debe predicar un párroco; un cura en su parroquia. Mientras creo que ha renunciado a un verdadero gobierno de la iglesia, donde la gran mayoría de la comunidad católica espera una reforma respecto de la dignidad humana, la sexualidad y el conocimiento científico.
Muchas investigaciones periodísticas dan cuenta de cómo la iglesia frena avances en derechos sexuales de ciertos países a cambio de conseguir con su intermediación, mayor ayuda financiera para esos territorios…
-Sí, la iglesia, en lugar de tratar de entender el Evangelio hoy, construye un sistema de dominio político. De poder, poder humano sobre la mentalidad y sobre varios agentes de poder en el mundo. La iglesia se entromete en aquello que no debería ser su tema.
Hace poco dijiste que la iglesia es un club de travestis que persigue a otras travestis. ¿Lo reafirmás?
-Sí. La iglesia está obsesionada con esto y su clero está todo el día vestido con ropa que es más de mujer que de hombre, en nuestra cultura. La iglesia conserva una profunda transfobia. Lo que la iglesia hace contra las personas transexuales es de una ignorancia imperdonable. Un crimen moral.