Una mirada superficial concluiría que hemos entrado a un templo de Iron Maiden: terroríficas parcas con capa y guadaña, imágenes plásticas y de metal con calaveras y esqueletos de todos colores y tamaños, guitarras eléctricas colgando del techo, banderas negras con oraciones y velas formando una cruz sobre lo que parece un ataúd. Pero el simbolismo iconográfico del Santuario de San La Muerte a la vera de la ruta 119 –en las afueras de la ciudad correntina de Solari– es bastante más complejo.
El segundo rasgo del templo, decorado por los fieles con una estética sobrecargada y barroca sin orden alguno, es el sincretismo: hay Cristos, Vírgenes de Itatí, San Jorges lanceando un dragón y Gauchitos Gil.
Este parece ser un culto sin ataduras ni muchas reglas. Reina una especie de vale todo al momento de las ofrendas: una rosa o una calavera con vincha roja, sombrero de pirata o coronada; una botella de cinco litros con champagne Chandon embotellada en Escocia o un vino Michel Torino. Hay un motivo central, los esqueletos humanos, al cual uno puede ofrendarle lo que quiera: una bicicleta, un facón, botines de fútbol, plumas de pavo real, casitas en miniatura, botellas de whisky Chivas Regal, Red Label, Old Smuggler y John Walker, latas de cerveza, vestidos de novia, collares, camisetas de fútbol o un farol.
Muchos dejan su propia foto, como aquel motoquero que se fotografió frente al templo vestido de San La Muerte, arrastrando con su moto un ataúd sobre un carrito decorado con la frase “Todo cambia, yo no”.
PEDIR Y AGRADECER Curioseo un rato en el libro de pedidos mientras el techo de chapa cruje con el viento: “Mi amor San La Muerte, gracias por hacerme llegar a tu santuario. Te pido que mi hijo vuelva a ser hombre: no gay como está viviendo ahora. Hacé que se retire de su vida su pareja, que es un vividor”.
Algunos de los requerimientos al santo son cartas de varias hojas, pero hay otros tan simples como este: “Gracias señor por todo lo que me ayudaste y por la familia que tengo; hoy te pido que le ayudes a mi hermano Sergio, que pronto tenga su libertad”.
El cuidador tiene la función extra de vender amuletos de San La Muerte hechos en hueso, fibra de vidrio, palo santo, plomo y masilla: “El Gauchito Gil también sale bastante”, dice. Hay además encendedores y calcomanías del santo, y plumas del cuello de un búho cabureí para atraer el amor.
Me siento en un banco del templo a conversar con Roberto Pardo, un robusto veterano de Malvinas que es dueño del terreno y el edificio, el cual tiene su mito de origen: “Noso- tros tenemos un puestito de santería en el santuario del Gauchito Gil en Mercedes. Una noche a las 3 de la mañana se le apareció San La Muerte allí a nuestro hijo. Era una noche fría y lloviznaba finito. Estaba con una pareja de hippies que vendían artesanías y tres vendedores más. En un momento la chica se dio vuelta hacia la izquierda y lo vio al santo suspendido en el aire. Ella se asustó y todos lo vieron. Mi hijo les pidió que no tuvieran miedo y se pusieron a rezar. Al otro día se aferró a un San La Muerte y dijo ‘este santo es mío’”.
El hijo del señor Pardo hizo un pequeño altar a San La Muerte en su puesto de ventas y empezó a atraer gente. Allí en Mercedes conoció a un curandero que llevaba contingentes desde Buenos Aires para “santiguarlos”, quien le preguntó si había algún santuario del santo esquelético en la zona. El más cercano está en Empedrado, a 60 kilómetros: hacia allí fue un día la familia Pardo completa a conocerlo. La madre le prometió al hijo hacerle “una capillita común”. Según cuenta Pardo, “dos años después un hombre me dijo ‘tengo un terreno para usted en Solari’. No tenía luz ni agua, era apenas un ranchito pero lo compramos. Con el tiempo construimos el santuario y ahora tenemos también un comedor. Vendí mi casa y me hice otra acá porque hay movimiento todos los días, cada vez más. Al llegar muchos caminan arrodillados desde la ruta sobre las piedritas, tienen crisis de llanto y hasta se desmayan; llegan con la mochila tan cargada de problemas que explotan”.
Algunos acusan a Pardo de comerciante y por eso se defiende sin que nadie le pregunte: “Los baños no los cobramos; solo las velas. A mí no me traen nada, todo lo que dejan es para el santo, yo soy un siervo de él”.
–¿Ha habido milagros aquí?
–Una vez vino una madre y prometió que si su hijo empezaba a caminar, iba a volver con él un 15 de agosto para la fiesta de San La Muerte. Y volvió llorando con su hijo que ya caminaba. Es un nene con deficiencia mental que no habla; ella había visto que crecía mal y pidió que pudiera caminar al menos.
El desarrollo del santuario vino de la mano de la fe: “Cuando necesitamos algo o queremos hacer un emprendimiento, nosotros no le pedimos a ningún político. Como no teníamos agua, íbamos a bañarnos a la estación de servicio. Un día apareció un muchacho que justo había cobrado una plata y me preguntó: ‘¿Qué te falta para que te pongan al agua?’. Le comenté que la perforación costaba $ 5000 pero tenía la mitad y me dijo: ‘Vamos a hacer la perforación’. Esto está todo construido por donación. Uno puso la luz, otro el tinglado… la gente dona y después ve que las cosas se hacen. Esto es de la gente y para la gente. Los 15 de agosto, con lo que dejan de limosna, hacemos un asado gratis para 1500 personas. Y para el 8 de enero pasado –fecha del Gauchito Gil– pasaron por acá 1500 personas, porque el 80% de los devotos del gaucho también siguen a San La Muerte”.
–Roberto, ¿usted es católico?
–Católico y creyente, no voy mucho a misa pero soy de rezar todos los días. Fijate que ahí arriba del Gauchito lo tengo a Cristo y cada vez que entro me persigno. El cura de Solari está de acuerdo con esto porque es todo un santo. Yo converso con él y se pone contento porque cada vez que viene acá ve cosas nuevas.
PÚBLICO Y PRIVADO Como culto popular y masivo practicado públicamente, San La Muerte es relativamente nuevo. Su origen se desconoce pero se remontaría a tiempos coloniales. En general los ritos se hacen en un ámbito secreto y privado con los objetos rituales ocultos, generando un halo de misterio que genera cierto rechazo. Hay quien considera sin tradición a esta ritualidad. ¿Pero acaso las religiones clásicas no nacieron a partir de unos pocos que comenzaron a creer?
El señor Pardo es consciente del rechazo a San La Muerte y tiene su punto de vista: “Algunos tienen recelo porque cada uno cuenta la película a su manera; nosotros les explicamos, porque vos caes acá y ves una cosa así tétrica y hay gente que le da miedo. Porque algunos confunden a San La Muerta con La Muerte, no sé si sabés que La Muerte es una mujer y San La Muerte un hombre (era un monje jesuita sanador en la Colonia). Por eso a la primera la dicen La Parca, La Pelada o la Santa Muerte”.
Nuestro anfitrión tiene una conversa tranquila y generosa, con monólogos largos y pausados. Hace media hora que charlamos rodeados de centenares de imágenes de esqueletos y miles de flores artificiales. El entrevistado mira el reloj y dice: “Te dejo, viste que si tenés empleados y no los controlás, hacen cualquier cosa”.
–Una última pregunta por favor: ¿usted opina que el Vaticano debería canonizar a estos santos populares adorados en Corrientes?
–Sí, exactamente: a San La Muerte, al Gauchito Gil y a todos.