Pedro Calderón de la Barca fue militar, escritor y clérigo del siglo XVII. Prolífico autor de comedias teatrales para la Corte española, su obra más conocida en estas tierras es La vida es sueño. Y sobre ese texto el director Gustavo Manzanal y el actor y titiritero Luis Rivera López se inspiraron para hacer Segismundo, una adaptación de aquella obra de Calderón con títeres, objetos y con Rivera López representando a los diversos personajes en escena. “Todo el mundo ha estudiado los versitos en la secundaria, o por lo menos los de nuestra edad”, bromean los integrantes de Libertablas en diálogo con Página/12, “y no teníamos la menor idea de lo que estábamos diciendo. Entonces, evidenciar su verdadera profundidad ocasiona un salto, porque nos damos cuenta de que tiene que ver con nosotros directamente. ¡Andamos caminando con Segismundo todos los días!”, resaltan de la obra que se presenta este domingo a las 20.30 en El Extranjero (Valentín Gómez 3378).
Rivera López recibe a los espectadores sobre un escenario vacío, y antes de sumergirse en el texto de Calderón se pregunta por el sentido de ese evento. A partir de allí va construyendo la historia encarnando a diversos personajes, o manipulando objetos y títeres como Rosaura y el rey Basilio, de escala humana. En esos momentos, las manos de Rivera López desmienten la realidad: los títeres no son objetos inanimados, simplemente están durmiendo mientras esperan que les toque sus líneas. A medida que la obra avanza, cada elemento va quedando sobre el escenario, donde el juego entre objetos, iluminación y música (compuesta para este espectáculo) construye las distintas escenas donde transcurre la historia. Todo el dispositivo está a la vista: el rey y su trono, Rosaura expectante, la prisión de Segismundo; y sin embargo no hay acumulación sino un ensamble artesanal de espacios y tiempos teatrales.
Entre los personajes que interpreta y los que manipula, Rivera López tiene a su cargo seis papeles. “Uno de los trabajos más difíciles que hicimos fue buscar las transiciones entre personajes para que suceda naturalmente. Y una vez que estás en el personaje es algo que todos los actores hacemos, solo que de un espectáculo a otro. Acá me toca hacerlo en la misma obra”, ríe Rivera López, y Manzanal agrega que a él le parece muy importante “la construcción de los espacios. Cada personaje tiene el propio, aunque sea casi imperceptible, y tiene su correlato con lo que sucede”, detalla. Y ambos confluyen en la simpleza del hecho teatral: "En general es un tipo haciendo de otro. Y un títere vos lo agarrás y se mueve. Cuando nos preguntan cómo hacemos tal cosa, y les contamos, un poco se desilusionan porque es muy simple. Lo asombroso es cómo sucedió en el momento en el que sucedió", grafica Rivera López, y Manzanal justifica que "de la gama inmensa de posibilidades con las que contábamos fuimos bastante selectivos".
Cada puesta actualiza esos sentidos sobre los que se preguntan al inicio de la obra, y en esta versión le dan preponderancia a un tema que, si bien está en el texto original, las preocupaciones centrales de aquella época dejaban en segundo plano. Además de la libertad y el destino, el sentido de la vida terrena o la expiación del pecado, ponen más a la vista la problemática de quién es realmente Segismundo. El director cuenta que “encontramos el problema de la identidad del personaje a partir de la batalla que encara. Ahí descubre que no está peleando solamente contra el poder, contra el rey, sino que está peleando contra su padre”, interpreta, y explica que trabajar con obras clásicas les permite descansar en cuanto al texto para centrarse en otros recursos artísticos. "Es una característica de Libertablas, y podemos trabajar otros aspectos técnicos, de manipulación, de colorido. Nos da la posibilidad de transgredir al original pero es a la vez una manera de acercarlo", apuesta.
¿Cómo puede el teatro transformar esos sentidos en una obra de cuatro siglos de antigüedad? Para el protagonista y titiritero, el teatro sirve para "poner en duda la rigidez de la realidad. La persona, con su mirar, un poco fabrica la realidad. Esto es algo que Calderón está queriendo decir cuando dice ´sueño´, porque hoy nosotros la utilizamos como sinónimo de proyecto", compara y recuerda la propuesta que hizo Néstor Kirchner en su discurso de asunción: "Vengo a proponerles un sueño". "No es casual ese sentido, que hoy quieren decir cosas semejantes. Sueño es un proyecto, deseo. Es la realidad, pero es una interpretación de esa realidad", sintetiza, y observa que en textos clásicos lo que se hace es trabajar con la metáfora del original. "Porque hoy, ¿qué significa ser rey o príncipe? ¿Trump? ¿La autoridad? ¿El padre? Es una metáfora de un montón de cosas. Los símbolos perviven a través de lo tiempo, pero transforman su sentido”, se entusiasma.
La utilización de títeres y objetos en un espectáculo para adultos es, confían ambos, casi una apuesta teatral basada en una "militancia artística". Rivera López asegura que el títere "es un objeto-personaje, un objeto que se transforma en sujeto. El titiritero subjetiviza al objeto, le da su alma a la materia, le da acción, objetivos. Es el actor. Es la única diferencia entre el teatro de títeres y de actores", detalla y agrega que "lo titiritero aporta niveles de lectura, de metaforización, de simbolización", dice, y Manzanal confiesa que lo que lo entusiasmó es que fuera "un proyecto de Libertablas. Yo no hubiera montado este espectáculo con actores. Estas posibilidades interpretativas y estos lenguajes son los que nos tentaron para trabajar", afirma, y ambos coinciden en que creen tanto en lo que hacen que "cada tanto queremos hacer un espectáculo para adultos para demostrar de una vez por todas que el que venga, aunque sean cuatro, salga diciendo ´qué cosa linda que son los títeres´", concluyen.