Los pensamientos de Lorrie Moore caminan en puntas de pie por el hotel de Palermo, como fantasmas que escapan del rebaño mental. Ella recibe a los periodistas y fotógrafos con el estoicismo amable de cumplir una tarea que preferiría no hacer porque “no tiene nada que ver con la escritura”. Más allá del asedio público y periodístico, sonríe hasta con sus pupilas dilatadas, por donde irrumpe el asombro decantado de lo que está viviendo en la Argentina. Nunca imaginó que en el país de Borges tendría tantos lectores y admiradores. Después de haber llenado el teatro Cervantes, aproximadamente unas 600 personas fueron a escuchar su primera presentación en el país en el 11° Festival Internacional de Literatura de Buenos Aires (Filba).
Pero la risa se esfuma de su cara cuando se menciona al presidente de Estados Unidos. “Trump no empezó ninguna guerra pero gobierna a través de Twitter”, dice a Página/12 la autora de Autoayuda, Como la vida, Gracias por la compañía, ¿Quién se hará cargo del hospital de ranas? y Al pie de la escalera, entre otros libros de cuentos y novelas. Después Moore apoya sus manos sobre la mesa con firmeza, gesto inusual ante la delicadeza y sobriedad que irradia. “Toco madera”, agrega la escritora como si intentara ahuyentar el conflicto bélico del horizonte mundial.
-Las adolescentes de ¿Quién se hará cargo del hospital de ranas? se encuentran en la tumba de Estherina Foster a fumar marihuana, almorzar, charlar o besarse con sus novios. Cuando Berie ve por última vez a Sils piensa “cómo cada muerte hace del mundo un lugar más solitario”. ¿Por qué le interesa trabajar en su narrativa con la muerte y la pérdida?
-El primer título que había pensado para esa novela era Almuerzo en el cementerio, pero después vi la pintura de las ranas y lo cambié. Crecí cerca de un cementerio, jugaba en el cementerio, hacía picnics en el cementerio; el cementerio me parecía un espacio interesante para activar la idea arqueológica de algo que ya pasó, del mundo que hemos perdido. No sé si me obsesiona la muerte, aunque en la novela que estoy escribiendo ahora hay muertes. Pero no mueren chicos atropellados, para que no me acusen de escribir cosas terribles (risas). Yo puedo escribir sobre la muerte y las pérdidas, pero hay situaciones peores como Chernóbil o Nagasaki.
-“Escribir es al mismo tiempo la excursión hacia adentro y hacia afuera de la propia vida”, afirma en uno de los ensayos del libro A ver qué se puede hacer. ¿Cómo fue esa excursión en ¿Quién se hará cargo del hospital de ranas??
-Hay mucho inventado en esa novela, pero también utilicé cosas reales de mi adolescencia. Aunque yo no lo hice, tenía amigas adolescentes que se besaban entre sí. Me acuerdo de que alguien me dijo en Inglaterra que era una novela homoerótica pero no homosexual, y yo no supe qué pensar… Me desconcertó el comentario. No lo veo así, pero es una interpretación posible. Yo lo pienso más en el sentido de la intensidad que hay en la relación entre dos chicas adolescentes muy románticas y posesivas entre ellas. Ahora los adolescentes son distintos. No sé lo que está pasando, sí sé lo que me cuentan mis estudiantes y por eso me parece que cambió mucho. Ahora las adolescentes están todo el tiempo concentradas y estudiando, queriendo agradar a los padres, exactamente lo opuesto a lo que hacíamos nosotras, las adolescentes de mi generación, que no queríamos para nada agradar a los padres. Todos quieren entrar a la universidad y son muy competitivos. Nosotros no éramos competitivos, no estábamos concentrados en eso. Cuando yo era adolescente, no teníamos esa necesidad de ser la mejor y llegar a algún lado. Me parece que éramos un poco más libres.
-“Siempre tuve problemas con cualquier cosa parecida a una institución”, dice en uno de los ensayos. Y las chicas de la novela tienen el sentimiento de que las leyes son sus enemigas y no se llevan bien con la autoridad o las instituciones. ¿El clima de época de los años '70 la formó en ese cuestionamiento?
-Creo que sí. La frase que mencionás en Estados Unidos se asocia también a las instituciones de salud mental. Juego un poco con las dos cosas. Crecí en los años '60, cuando la guerra de Vietnam se intensificaba, y también las marchas y las protestas. Solo tenés la vida que tenés y asumo que todo ese espíritu de la contracultura es como una comida que te nutre, aunque no sea muy consciente de cuánta importancia haya tenido esa comida en lo que escribo.
-“Soy un fabricante de oraciones. Como un fabricante de donas, solo que más lento”, dice un personaje de DeLillo. Se podría decir lo mismo de usted. ¿Cómo fabrica Lorrie Moore sus frases?
-Las oraciones las fabrico con mucho café (risas). ¡Voy por el tercer café del día! Trato de escuchar la voz de la historia, la voz de la narradora, y busco lo que hay que decir después y la manera más directa de hacerlo. A veces me quedo mirando el café porque tengo la impresión de que me salen construcciones medio accidentales a medida que voy escuchando esa voz. La lucha principal de los escritores es con las limitaciones del lenguaje. Por eso se debe arrojar todo lo que uno tiene al lenguaje, se debe escuchar y avanzar, oración tras oración, poniendo el oído en lo que sigue de la propia historia. Nunca tengo todo tan fríamente calculado en la escritura, sino que escucho a medida que voy escribiendo. Escribir es hacer que el lenguaje cante. Yo solía fumar cuando escribía, pero ahora no. ¡A veces extraño tanto fumar! Lo primero que tengo es una situación y un personaje. Después viene la voz, que es lo más importante para poder empezar; es probable que las primeras oraciones que escriba sean malas, que no estén en sintonía con esa voz. Pero una vez que tengo la voz y la narradora, ahí arranco con la escritura.
-¿La voz de Berie fue lo primero que apareció en ¿Quién se hará cargo del hospital de ranas??
-No me acuerdo, pero me parece que la novela la escribí como está publicada, exactamente en el orden en que aparece en el libro. Lo que sí me acuerdo es que mientras la escribía me cansé un poco del mundo de esas adolescentes. “¡Quiero volver al mundo adulto!”, me decía (risas). Entonces volvía a Berie y su marido.
-En esa novela cuenta dos historias: la crisis matrimonial de Berie y la historia de Berie con su amiga. La primera historia queda abierta en términos de que los lectores no pueden afirmar que Berie se va a separar, ¿no?
-Es cierto, el matrimonio quizá pueda continuar, es verdad que es un final abierto. No sé si yo quería escribir un final abierto sino más bien plantear que no había una decisión tomada. Hay una frase que dice Berie, que lo va a esperar hasta que ya no pueda esperarlo. O algo así…
-¿En qué sentido cree que los ensayos críticos de su libro A ver qué se puede hacer son una forma de la autobiografía?
-Hay pocos ensayos personales en A ver qué se puede hacer. Cualquier crítica es una forma de la autobiografía porque revela lo que piensa el autor. A veces incorporo cuestiones autobiográficas porque no me gusta escribir reseñas tan duras. En un ensayo sobre Joyce Carol Oates menciono una frase que me dijo mi hijo: “Las estrellas están más allá del espacio exterior. Están más allá de América de Sur. Están en Rusia”.
-Hay varios trabajos sobre Alice Munro en el libro. Más allá de las diferencias como escritoras, pareciera que comparten una sensibilidad similar, ¿no?
-Sí, hay una conexión con las cosas que me gustan de los cuentos de Alice Munro. Aunque parezca extraño, no nos conocemos personalmente. Nunca la vi en mi vida.
-Quizá también compartan en un futuro no muy lejano ser dos escritoras premio Nobel de Literatura…
-No, no creo (risas). Me puse muy contenta cuando se lo dieron a Alice Munro porque premiarla con el Nobel como cuentista es un honor para todas las personas que escriben cuentos. Ella escribe cuentos como nadie más ha escrito.
-“La cultura estadounidense es más inteligente que sabia”, dice en uno de los ensayos. ¿Cómo afecta a esa cultura la presidencia de Donald Trump?
-La presidencia de Trump es un disparate que nos afecta a los escritores y artistas porque no podemos dar una entrevista sin que aparezca una pregunta sobre Trump. Los estadounidenses no pensaron que podía ser elegido presidente, ni siquiera él mismo. Trump no sabe nada de política. Él no quería ser presidente, y ahora quiere ir por la relección y ganar, como si la presidencia fuera una extensión del show de televisión America’s Got Talent. Quiere ganar, pero no quiere gobernar. Por suerte Trump no empezó ninguna guerra, pero gobierna través de Twitter. Nunca nadie hizo esto. ¡Bienvenidos a las redes sociales, donde un presidente puede gobernar a través de Twitter! De todas maneras, el sistema gubernamental americano está hecho para que no haya que gobernar; así es como viene funcionando porque hay una suerte de condición anárquica en la cultura. En Estados Unidos hay un capitalismo anárquico. Si Trump no puede gobernar, es perfecto para la anarquía.
-Hay una diferencia entre el expresidente Barack Obama, un lector que ha escrito y publicado libros, y Trump, un presidente que parece jactarse de su ignorancia, que no lee ni escribe, ¿no?
-Obama es la excepción. La mayoría de los presidentes han estado muy alejados de la cultura y la creación artística. Obama quería ser escritor y la primera edición de su libro Los sueños de mi padre, que es de 1993, vale fortunas si alguien encuentra un ejemplar. La mayoría de los políticos que escriben un libro o sus memorias contratan escritores fantasmas. Obama fue el primer presidente que escribió él mismo su propio libro. En el siglo XIX, después de Lincoln, hubo un presidente republicano que se llamaba (Ulysses S.) Grant, a quien le diagnosticaron un cáncer terminal. Como tenía además varios problemas económicos, decidió escribir sus memorias para dejarle algo a su mujer. El editor de esas memorias fue Mark Twain y la mujer de Grant recibió una fortuna por el éxito de ese libro. Cuando los presidentes se convierten en escritores es algo muy hermoso, pero muy raro.