Es 23 de febrero de 2019. Igual que tantos otros sábados, Arshak Karhanyan visita a su mamá, Vardush, y su hermano, Tigran, que viven en Flores. El lleva dos años viviendo solo en Caballito, donde alquila un departamento con el sueldo de agente de la Policía de la Ciudad de Buenos Aires mientras sueña que en un tiempo será un gran técnico informático, para lo cual estudia en la Universidad Tecnológica Nacional (UTN). Es bueno en eso, y le apasiona. De hecho, en ese pequeño encuentro familiar hablan de las ganas de Arshak de irse de la policía, donde no está cómodo. Lo trasladaron hace poco de la División Exposiciones, que se ocupa de los allanamientos, a la comisaría 7-B.
--¿No te están bajando de categoría? --le pregunta Tigran, mientras su madre, que es peluquera, le corta el pelo con jopo y al ras a los costados.
--Claro que me están bajando --responde enojado. Está desparramado en el sillón del living. Tiene 27 años. Mira el celular a cada instante. También observa con amor a Vardush, a quien llaman Rosita desde que viven en Argentina. Le pide comida armenia. Los Karhanyan son armenios, y vinieron al país en 1997 en busca de una vida mejor. Ya es domingo y ella da por hecho que su hijo irá a cenar ese plato que le pidió. Pero pasan las horas y Arshak no responde mensajes ni llamados. Tigran no quiere molestarlo, porque sabe que tal vez esté en una cita. Pero pasa más de un día. Cuando ya no aguanta más, agarra la llave de la casa de su hermano y va hasta allí. La moto está en la entrada del edificio, sin amarrar. La puerta está con llave, lo que no es habitual. Adentro, los dos teléfonos celulares que usa, el personal y el policial. Uno en la cama, el otro enchufado. No están su billetera, su credencial ni su arma reglamentaria, pese a que no es común que la use durante sus francos.
Arshak ya lleva siete meses desaparecido y su familia recién ahora es aceptada como querellante en la investigación judicial. “Cada día que pasa dudo más de la propia policía”, le dice Tigran a Página/12, en la primera entrevista que acepta. La fiscalía apunta, entre las principales líneas de investigación, a la última dependencia de donde Arshak había sido desplazado, “Exposiciones”, que suele incautar droga y todo tipo de bienes costosos, típicos de los negocios policiales. “No puedo descartar ninguna teoría, pero trato de esperar el resultado menos dramático. Quisiera que esto no sea una tragedia. Si aparece en un hospital lastimado… que sea lo que sea, pero que aparezca. Lo que sucede es que subestimaron el caso. La policía nos decía ‘estará escondido’. ¿Escondido de qué? Es muy difícil pensar sin un dato. Apenas tenemos alguna cámara del día que desapareció, que no dice mucho”, habla envuelto en impotencia y soledad.
Tigran, con 30 años, es el hermano mayor. Lleva puesta una remera gris con el dibujo de una moto que pertenece a Arshak. El casco que usa para andar en su propia moto se lo regaló su hermano. Lo dice para mostrar que lo tiene presente a cada instante. Que le aparece todo el tiempo y se impone en los momentos menos pensados, aun cuando está en su trabajo. Hace relaciones públicas para boliches, y en medio de la noche se le acerca gente que va a bailar. “Me abrazan y me quieren dar consuelo. Yo sueño con Arshak casi todas las noches”, cuenta. “A veces siento que pasó una semana, pero pasaron siete meses y no sabemos nada --suspira--. Hay sólo imágenes de tres cámaras de seguridad que no aportan mucho. En la fiscalía me mostraron la lista de todos los organismos que intervienen, pilas de documentos, y para mí es lo mismo, porque no hay algo concreto.”
Un diálogo enigmático y una pala
La investigación penal está delegada en la fiscalía de Santiago Vismara y el juez --que le había negado dos veces a la familia la posibilidad de querellar-- es Alberto Baños. Comenzó como una búsqueda de paradero, cuando Tigran decidió ir a hacer la denuncia impulsado por dos amigos de su hermano, uno abogado y otro policía federal. Arshak había tenido un “franco largo”, por eso Tigran esperó hasta la madrugada del día que debía reincorporarse, el miércoles 27 de febrero. “Llevaba tan poco tiempo en esa comisaría que no sabían de quién les hablaba. ‘¿Seguro que es de acá?’”, cuenta que le preguntaban. Los funcionarios que se ocupan de la búsqueda de personas le hacían tantas preguntas que lo habían hecho pensar mucho en Arshak, de cuyas características habla en tiempo presente, aunque de a ratos se le escapa algún verbo en pasado, como si se refiriera a alguien que ya no está. “Puede parecer raro, pero mi hermano es una de esas personas que saben todo. Cultura general, digo. Un tipo informado. Tranquilo. El que siempre hace las cosas bien. Bastante crítico. Era crítico, de hecho, con cómo se manejan las cosas en la policía”, describe. “Yo le decía que tampoco tenía por qué gustarle lo que estaba haciendo”, acota Tigran.
De lo poco que se pudo reconstruir sobre lo que hizo Arshak ese 24 de febrero que despareció. Se sabe, por las imágenes obtenidas, que la última persona que lo habría visto fue Leonel Herba, un oficial con quien había trabajado en la División “Exposiciones”. Hablaron al mediodía cerca de 40 minutos en la puerta del edificio donde vivía Arshak. En un momento se los ve escuchar juntos un audio del celular de Herba. A Arshak se lo nota inquieto y nervioso, pero a su amigo no. Herba declaró cuatro veces en la causa. Fue poco convincente. Dijo que el motivo de ese diálogo estaba relacionado con la intención de Arshak de comprarse un auto. Estaba anotado en un plan de ahorro y, según cuenta Tigran, había pagado 370 mil pesos. Para los investigadores ese proyecto de compra no se condice mucho con su situación económica.
El joven volvió a entrar a su departamento y cerca de una hora después salió otra vez. Fue hasta un cajero automático en la estación de subtes de Primera Junta y luego fue al supermercado Easy en Caballito. De allí, las cámaras revelan que sale con una pala de punta, que carga en su mochila. Camina hasta una esquina, observa, y vuelve a caminar en sentido contrario. En Rivadavia y Paysandú es donde se le pierde el rastro. Se va del cuadro, y no hay pistas de adónde se dirige y si es que está con alguien. La pesquisa no detectó que haya hecho movimientos de dinero desde entonces ni que haya salido del país.
“Mi hermano no solía agarrar el arma cuando estaba de civil. Sin embargo, esta vez, hace todo por llevarla. Cuando se lo ve hablar con Herba está vestido de jogging y remera. Luego aparece con un pantalón, se ve que para ponerse el arma. Pienso en algo turbio vinculado con su trabajo. También que dejó todo como quien va a volver. Incluso se había puesto una campera azul llamativa”, comparte sus razonamientos.
La causa mantiene la carátula de “búsqueda de paradero”, pero la realidad es que la fiscalía maneja algunas hipótesis sobre posibles delitos vinculados a la propia Policía de la Ciudad. El problema es que el juez Baños se negó a hacer los allanamientos en la División Exposiciones que le pidió la fiscalía, con el argumento de que no estaba claro que hubiera un delito de por medio. Quizá con el papel de querellante de la familia, el escenario cambie.
La familia, el uniforme y Nisman
Hay recuerdos que visitan a Tigran de manera recurrente. Cuando todavía vivían juntos, los hermanos tenían la costumbre de sacarse las zapatillas apenas entraban a su casa, y dejarlas tiradas por ahí. Vardush los perseguía hasta que las guardaran. “Es que siempre andábamos descalzos y mi mamá se ponía intensa”, repasa. Muchas otras cosas los unen. Habían ido juntos al Liceo Militar, donde hicieron la escuela secundaria. “Mi mamá trabajaba muchas horas y le pareció una buena alternativa que estudiáramos allí. En nuestra cultura el ‘uniforme’ tiene mucho valor, es como un orgullo familiar”, cuenta. El padre, Arman, había decidido volver a su tierra.
Estaban en Argentina desde diciembre de 1997. Tigran tenía 8 años en ese entonces y siempre se acuerda de que pronto cumplió años, el 22 de ese mes. “Vivíamos en Bulgaria hasta entonces, donde había mucha inflación. Era más fácil viajar en esa época. Llegamos sin absolutamente nada. No hablábamos ni una palabra de castellano. Yo fui el primero en aprender. Sabía ruso, porque iba a un colegio de ese origen, y en el avión estudiaba con un diccionario español-ruso. Hablaba armenio, pero no sabía leerlo ni escribir. Acá nos tuvimos que curtir con el castellano porque si no éramos blanco de burla tras burla”, relata en un castellano totalmente despojado de rastros de otras lenguas. El primer lugar donde recalaron fue “un hotel de mala muerte en Palermo”, donde estaba lleno de armenios. “Había mucha fricción con ellos”, dice. Recién ahora, a partir de la desaparición de Arshak, volvieron a conectarse con la comunidad armenia, que los está ayudando.
Cuando terminaron el liceo, Tigran empezó a estudiar relaciones internacionales en la UADE, pero abandonó. Probó con psicología, y tampoco terminó. “Arshak se metió a estudiar ingeniería informática en la UTN. Trabajó en un call center donde yo le hice gancho, luego en un comercio en Once, y con un familia amiga que tiene una fábrica de pirotecnia”, enumera el joven, de aspecto delgado y cara angulosa. Como policía, apunta, se formó en la policía porteña y egresó en 2014. “Los dos criticábamos que largan a los efectivos a la calle con una formación mínima. El me contaba que muchos no entraban allí para formarse y tener un trabajo sino para hacer negocios o robar. No daba mucha tranquilidad eso”, comenta.
El primer destino que tuvo Arshak en la policía fue “Cibercrimen”. Tenía que ver con lo que a él le gustaba. “Allí el me contaba que peritaban celulares, computadores, cámaras de edificios. El hacía actas de todo lo que revisaban. Nos contaba algunos casos y un día nos dijo que le había tocado revisar el de la muerte de (Alberto) Nisman. A mi vieja le contó que le pedían que oculte información. Le habían dado para analizar las cámaras, pero le pidieron que en el acta pusiera una menos. Todavía vivíamos juntos. El nos comentó esto muy angustiado. Yo le hubiera hecho caso a mi jefe, pero él no quería. Nos dijo, de hecho, que se negó a hacerlo. Mi mamá, que pensaba como yo, de hecho le insistía: ‘¿Hiciste lo que te dijo tu jefe?’. Una semana después, cuando volvimos a preguntarle, nos dijo de manera cortante: ‘Ya está, ya lo resolví’. Pero poco tiempo después lo trasladaron a otra dependencia”, relata Tigran.
--¿Creés que ese episodio con el caso Nisman tiene relación con la desaparición de Arshak?—le preguntó Página/12.
--Me lo pregunté, pero no creo, porque pasó demasiado tiempo.
--¿Qué hacía en “Exposiciones”, donde lo trasladaron?
--Hacía las actas de los allanamientos. A él no le tocaba patear las puertas. Pero igual no me contaba demasiado.
--¿Conociste a las personas que trabajaban con él allí?
--No sé quiénes eran sus compañeros. Al que aparece en la cámara hablando con mi hermano en la entrada del edificio no lo conozco. Pero tiendo a pensar que el punto de partida es ese pibe que lo fue a ver. ¿Cómo es que después mi hermano va a comprar una pala? ¡Una pala! ¿Para qué? Estoy seguro que alguien “le dio una mano”, por así decirlo, para salir de la zona de Caballito. A veces pienso que puso la pala en la mochila porque iría en moto. Pero no llevó la suya, se ve que para que no lo vieran. Tampoco los teléfonos, lo que es obvio que impediría rastrearlo. Las cámaras de Easy, para colmo, recién aparecieron dos meses después de que hicimos la denuncia. También lo curioso es que a Arhak no se lo veía con miedo, siempre dejaba la puerta de su casa sin llave. Por eso me sorprendió que estuviera con llave puesta, pero a la vez había dejado todo como si fuera a volver. El edificio es medio pelo, y no tiene vigilancia.
Policía bajo sospecha
Apenas hizo la denuncia en busca de su hermano, Tigran entregó sus celulares a la Policía de la Ciudad. Era fundamental el contenido de su Iphone personal, para saber con quiénes se había contactado en los días previos y el mismo día que desapareció. Sin embargo, esa fuerza dijo que no había podido acceder a nada. Y peor aún, devolvió el aparato vacío de contenido. Esto puso en alerta a la fiscalía, que ya buscaba --de todos modos—indicios que conectaran la desaparición con su lugar de trabajo. Tigran le cuenta a Página/12 que en el interín ofreció la clave del sistema llamado “icloud” de su hermano, porque él la tenía, pero le falta otra clave más. Igual, le dijeron que no, que ya habían hecho todo lo que estaba a su alcance. Luego el fiscal Vismara mandó el celular para un nuevo peritaje a la Policía Federal, donde finalmente pudieron rescatar el contenido pero hasta el 31 de enero de este año. Es decir, entre esa fecha y hasta el 24 de febrero, cuando a Arshak se le perdió el rastro, no hay contenido del celular disponible.
--¿Cuál fue el momento en que empezaste a pensar ‘a mi hermano le pasó algo'’?
--No puedo decirlo así todavía. Los primeros días esperaba que llegue y gritarle un poco de la bronca. Ahora pienso que se tomaron el caso a la ligera. La policía me preguntaba si tenía novia, o sus preferencias sexuales, me insistían que se debía haber ido, que son cosas que pasan en este trabajo. En un momento hasta me empezó a parecer que dudaban de mí, como si creyeran que yo sabía algo que no decía. En la fiscalía fueron un poco más cautos. Pero no veo en este caso la fuerza que tuvieron otros.
--¿Se contactó con ustedes el Ministerio de Seguridad de la Ciudad?
--No lo pedimos ni nos llamaron. No sé cuál es el protocolo para estas cosas. Luego plantearon una recompensa, que no me gustaba, porque ponían por mi hermano la misma que por un violador. De todos modos, si pasás al lado de un Policía de la Ciudad y le preguntás si sabe algo de Arshak, nadie sabe quién es. Habían pasado tres meses y me dijeron que (Diego) Santilli no sabía nada. Pensé que le iban dar difusión, a hacer más ruido. Si nosotros no los acusábamos de nada. No quisimos hacer nada resonante, pero después me empezaron a mostrar que era mejor visibilizar el caso.
--¿Tu mamá qué piensa?
--Trata de distraerse, en lo posible. Si no, va a pensar lo peor. Todo el tiempo nos imaginamos que Arshak nos llama por teléfono, dos segundos, y nos dice “estoy bien”. No sabemos bien cuán exhaustiva es la investigación ni dónde va a llegar. Nos habían rechazado dos veces ser querellantes, recién ahora nos podremos meter de lleno.
--¿Tenés miedo?
--Cada vez que voy con la moto imagino que me va a parar a un policía y me hace algo a mí, y lo hacen pasar por accidente. Nosotros, mi familia, no somos nadie. Espero que esto empiece a tener la magnitud que merece, que la gente esté informada, que alguien aporte algo nuevo. Que resuene de algún modo. En la tele aparecen casos de hace 30 años en las noticias y no quiero llegar a eso. Yo quizá llego, pero mi vieja no va a aguantar.