Argentina está en suspenso. Y ese suspenso produce angustia. Se supone que Macri ya fue, como dice la alegre canción que se canta con acentuado fervor. Pero Macri sigue haciendo gestos que demuestran que sigue buscando ser lo que ya no es. Pichetto dice frases agresivas. Carrió también. Una grabación atribuida a un político riojano de Cambiemos dejó de lado toda mesura y dijo una cantidad de atrocidades alimentadas por el odio. Fue creíble, porque necesitan odiar. Merecen el mote de “gorilas”. Acaba de aparecer un libro que lleva por título “La historia por sus protagonistas”. Y por subtítulo: “Frases, amenazas y definiciones gorilas”. Una de las más representativas es la que largó un marino de la revolución que se autoproclamó “libertadora”. El tipo dijo que la revolución se había hecho para que en este “bendito país el hijo del barrendero muera barrendero”. Se sabe que Florencio Sánchez escribió una obra llamada “Mi hijo el dotor”. Ahí se retrata el orgullo del padre inmigrante por su hijo estudioso y doctorado. Siempre fue así. Siempre existió la movilidad social. Pero hay quienes la odian. Son los que odian a los que llaman con enorme desdén “los negros”.
Volviendo a Pablo Yapur, el político riojano de Cambiemos. El audio tuvo un mérito. El de mostrar qué pasa si el súper yo se le va al diablo y dice la verdad. Lo que nadie en Cambiemos se anima a decir. Ni Carrió ni Pichetto. Después salió a desmentirlo. Pero ya se sabe que en este país los políticos creen que pueden decir cualquier cosa y después pedir perdón. Luego agregó que no era su voz. Como Macri o esa militante de hierro desde la dictadura hasta Cambiemos que es la señora de los almuerzos. El audio le hizo al país un gran favor. Explicitó el pensamiento más íntimo del partido patronal que gobierna el país desde ese diciembre de 2015, día de infausta memoria. Merecen ser llamados gorilas, aunque digan que es una palabra peronista. El gorila es el que añade el odio a sus opiniones. Necesita odiar. Parafraseando una gran frase de Sartre sobre el antisemita digamos que si el peronista o el marxista no existieran el gorila los inventaría. Lleva en sí una pulsión de odio a la que necesita dar cauce. Tiene que tener un objeto de odio. La oligarquía argentina siempre lo tuvo: los negros, los gauchos, los indios, los inmigrantes, los anarquistas, los cabecitas negras, todos ellos. Cambiemos es auténtico heredero de esa tradicional modalidad de clase.
Y ahora insisten con ganar las próximas elecciones. Marchas por Buenos Aires y las provincias. Y el repetido cántico del “Sí, se puede”. Creen poder dar vuelta una tendencia electoral que es un torrente en el país. Esa ceguera se explica porque no sólo niegan la realidad, ni siquiera se interesan por conocerla. Como obstinación hasta puede ser admirable. Qué tesoneros son. Remontar casi veinte puntos en las urnas es una empresa quijotesca. Cuentan siempre con los poderosos aliados que los acompañan. El prepotente del Norte, hoy cuestionado y con pedidos de juicio político. Que, por si fuera poco, no les ha dado una señal positiva desde agosto. El ultraderechista de Brasil, que aún lo tiene preso a Lula, medida represiva que le permitió asaltar el gobierno. Y el dubitativo FMI, que no les va a dar el dinero que humillantemente le piden. Que prefiere esperar. Que prefiere, en fin, dárselo a Fernández. Porque, para ellos, la elección ya está decidida. No quieren regalarle más plata a un gobierno que tan mal la administra. Fernández tendrá que ser Roosevelt. Que sacó a su país del crack del ’29. Porque era profundamente capitalista pero no neoliberal. Creía en el estado interventor y en el shock distributivo. El neoliberalismo no cree en eso porque es individualista y soberbio. Cree que el mundo es para pocos. Y esos pocos son ellos, los demás sobran. Pero les siguen esperando sorpresas desagradables. El peronismo sigue empeñado en persistir. Esa persistencia es inescindible de su identidad. Aunque descienda a los infiernos, siempre vuelve. Y esta vez vuelve –no con el tercer Perón ni Isabelita ni López Rega- sino con un político que desde la más que astuta elección de CFK se ha movido ejemplarmente. Y constituyó (ya, en tan poco tiempo) una figura que se ha ganado el corazón de millones que han decidido seguirlo en la ardua y acaso penosa tarea de poner de pie al país que Cambiemos hundió. Porque es cierto que a Macri y sus amigos les fue bien: ganaron dinero a montones obscenos. Pero no todo es dinero, señores. También está el papel que quienes se comprometen con la historia juegan en ella. Y ese papel –el de Macri y sus adláteres- ha sido penoso. El peor gobierno de la democracia y uno de los peores de la historia argentina. Tan malo, que ni aunque pidan perdón una y mil veces deberán ser perdonados.