Pocos films han causado tanta controversia, discusión y denodado enamoramiento como Paris is Burning, el documental de 1991 dirigido por Jennie Livingston que mostró al mundo la fascinante  subcultura de los gays latinos y afroamericanos, conocida como ball culture, en la Nueva York de los años 80. Un valioso documento que explora el racismo, la clase social y la homofobia que sufren los protagonistas, y cómo le hacen frente con su propio mundo de competencias extravagantes y contestatarias.

Paris is Burning ganó el Gran Premio del Jurado al Mejor Documental en Sundance el año de su estreno pero, sobre todo, es de importancia fundacional para el movimiento de cine independiente en EE.UU y para el –por entonces naciente– Nuevo Cine Queer. Paris is Burning, que ahora puede verse por Netflix después de muchos años de ser casi un objeto de culto llega al nuevo milenio transformado en un verdadero clásico. Literalmente: fue seleccionado para ser preservado en el National Film Registry de los Estados Unidos el año pasado. Como un tesoro. 

Livingston comienza su película mostrando las competiciones de baile, que eran elaborados concursos en donde las drag queens participantes desfilaban como si se tratase de una pasarela de moda, siguiendo un tema o categoría específica: alta costura, militar, colegiala, etc. Sus aspiraciones de pertenecer a un mundo que les cerraba las puertas se manifestaban ahí, y así cumplían sus fantasías aspiracionales de fama o riqueza inspiradas más que nada en los medios de comunicación y las revistas de moda: Realidad Ejecutiva, por ejemplo, era la categoría en la cual los participantes se vestían de ejecutivos de Wall Street; también eran furor las Divas de la Televisión especialmente Alexis Carrington, la malísima de Dinastía.

Había, además, duelos de “voguing”, un estilo de baile en el que los competidores se congelan en posiciones glamorosas, como posando para una revista. Esta danza sirvió de inspiración a Madonna para  su canción y su video “Vogue”, que hizo al estilo famoso en todo el mundo y la llevó a una gira mundial con un grupo de bailarines inmigrantes, latinos y afroamericanos que tenían tanta técnica como calle.

En el concurso, a medida que un participante ganaba más y más adquiría el estatus de “Legendaria”. Y muchas de ellas aparecen entrevistadas en la película: Pepper LaBeija, Dorian Corey, Angie Xtravaganza y Willi Ninja. Livingston, inteligente, las deja hablar acerca de los concursos: “Son nuestras fantasías de ser superestrellas”, dice Pepper. Y de a poco las conversaciones se vuelven más íntimas, casi crónicas de supervivencia, de lucha, la pobreza y el sida, sus vidas unidas por el rechazo común: LaBeija cuenta  entre lágrimas como su madre le quemó su abrigo de visón y la echó de casa, Venus Xtravaganza sueña encontrar al hombre de sus sueños, Dorian Corey, una vieja drag queen, se sienta frente al espejo mientras se maquilla: “Una vez quise dejar mi marca en el mundo. Ahora creo que  habré dejado mi marca sólo con terminar de atravesar esta vida”, dice. Todas ellas son las “madres” de las denominadas “houses”, en donde los jóvenes gays encontraban un nuevo hogar y una familia; y a estas “casas” representaban en las competencias.

Jennie Livingston, se mudó  Nueva York a mediados de los 80 para estudiar cine. Su tío el director Alan J. Pakula (Todos los hombres del presidente, La decisión de Sofía) trató de convencerla de que se dedicara a otra cosa. Ella se negó. Lesbiana y activista, comenzó a explorar temas como el racismo y la persecución a las personas diferentes desde sus primeros trabajos. Así en 1985 descubrió un grupo que estaba bailando “voguin” en el Washington Square Park de Nueva York. Pronto se dio cuenta de que el baile manifestaba ciertos mensajes políticos. Estos adolescentes gays fueron los que la acercaron a su mundo que hasta tenía su propio lenguaje: “realness” es llamar a las cosas por su nombre, “shade” es una pelea verbal criticando y humillando al rival,  “reading” (leer) es exaltar los defectos del otro.  Todos estos términos son muy utilizados por la cultura pop norteamericana actual (cuando Mariah Carey ningunea a J.Lo públicamente se dice que le echa “shade”) y son conocidos en el mundo gracias al programa Rupaul Drag Race, que es un homenaje reconocido a la película y a la historia. En un momento del show, cuando las participantes deben “leer”  a las contrinacantes, Rupaul dice: “Siguiendo con la tradición de Paris is Burning, leer es fundamental”.

Seis años tardó Livingston en terminar su película. Al finalizar de rodar tenía más de setenta horas de material que tardó dos años en editar.  Desde el comienzo el solo rumor de lo que la directora pretendía hacer trajo complicaciones al proyecto: por eso, para pedir fondos evitaba entrar en muchos detalles. Entre otras instituciones consiguió dinero del Nacional Endowment for the Arts durante el período en que la organización era atacada por financiar a artistas polémicos como Robert Mapplethorpe y Andrés Serrano.  Pero muchas de las organizaciones gay de la época se negaron a respaldar su película. El Centro de Recursos de Chicago, una fuente de financiamiento para muchos proyectos gay, afirmó que la película no cumplía con sus “criterios”. Para la directora el problema era que Paris is Burning “no trataba de un sector de la sociedad gay que las organizaciones gay querían mostrar o promover. Las drag queens, malas y negras y latinas y pobres no eran Harvey Milk, no eran un tipo blanco agradable que puedes presentarle a mamá”, afirmaba. Ser blanca a ella tampoco la ayudó, ya que la acusaban de ser una explotadora, de usar a la gente desempeñando el papel de voyeur. Algo parecido a lo que ocurrió con Madonna y su canción: aquello de que las culturas under son asimiladas y diluidas para divertimento de las masas.

Más allá de las críticas y opiniones, Paris is Burning es uno de los documentales más poderosos de las últimas dos décadas. Por su historia, su pasión y por mostrar un mundo lleno de diversidad con el que muchos no estaban familiarizados. Pero no es sólo eso, declaró Livingston al cumplirse los 25 años del estreno: “Para cualquiera es importante verla (sea gay o no): habla de cómo todos somos influenciados por los medios de comunicación, cómo nos esforzamos por satisfacer sus demandas tratando de parecernos a los modelos de Vogue. Es una película que trata sobre aquellos que han aprendido a sobrevivir a los prejuicios con ingenio, dignidad y energía. Es una pequeña historia sobre cómo todos sobrevivimos”.