“¡El pop no puede perder!” Una frase polémica, para una banda polémica. Apenas uno de los momentos memorables que ofrece este extraño documental-ensayo que repasa esta historia esquiva. La declaración pertenece a un incrédulo Leo García, compañero de movida por esos años, aunque acostumbrado a las discos de moda, al chic de la época, al costado más ampuloso y glam de unos años noventas que, al menos en su superficie, era el momento de los campeones: “¡Yo ni en pedo me hubiese puesto ese nombre!”, insiste García. En ese mismo momento histórico y musical, junto a Babasónicos, Turf o Peligrosos Gorriones, cohabitaban los Perdedores Pop. Al sur del conurbano bonaerense, una banda desfasada en su tiempo, pioneros en la retórica del fatalismo y reivindicando las pequeñas victorias de lo cotidiano. Cuando el sonido low-fi como concepto estético era aun un bicho raro en la escena, esta es la banda de la que, según explica la introducción de la película: “se habló mucho más de lo que se escuchó”. “Alejandro Almada nos llamó, se sorprendió un poco con el nombre y nos dijo ¿quieren tocar? ¿tienen ganas de ser conocidos? Y luego fue a vernos a Adrogué y partimos con un tema instrumental a lo Sonic Youth que duraba 10 minutos”, recuerda Santiago Rial, guitarra de la banda. Mariela Bruzzone en bajo, Charly Piesco en batería y los hermanos Esteban y Santiago, guitarristas y compositores, iniciaron una carrera musical prometedora apadrinados por Morfi & Vinacho, el proyecto de Andrés Calamaro y los hermanos Arizona. En el rock y en el mundo del periodismo cultural, los hermanos se desenvolvían de forma inquieta, jóvenes prodigio que se codeaban con Bebe Contemponi, Rodrigo Fresán y Liniers. Editores de publicaciones con interés por los subterfugios de la contracultura, el mito cuenta incluso, que hasta a Cerati le dijeron que no. “Es muy lindo eso, porque hicimos todo mal”, confiesa Santiago, sobre la banda que lo tenía todo para ganar y que llevó al extremo la estética del minimalismo, el grito primal y un extraña versión de pop distorsionado y filtrado por los aires de cancha de fútbol. Incomprendidos por las bandas de su época, pero influencia de culto para algunas de las que le siguieron. “Ahora hay bandas que tienen cosas en común, se juntan, arman sellos. En ese tiempo éramos los Perdedores contra el mundo”, dice Esteban.
“En algún punto me parecía una idea revolucionaria. Todos quieren triunfar y es muy difícil ponerse esa otra etiqueta. Sentía que era poderoso y honesto. No buscaban el éxito en sí, ni maquinaban demasiado para ganar, tenían búsquedas artísticas que no tiene todo el mundo. Claro, quizás lo llevaron a un extremo.” dice el marplatense Agustín Arévalo, director de Hermosos Perdedores Pop, este documental que es también su ópera prima y una declaración de amor a la banda que conoció mucho después de su disolución, ya bien entrados los dos mil. Y que registra en su reunión, en su disolución y, de nuevo, en su reunión, consecutivamente. “Con un amigo, hacíamos listas de las mejores cosas, la mejor película, la mejor banda. Un día él puso que el mejor disco de la historia del rock argentino era el de Perdedores Pop. Yo jamás había escuchado hablar de esta banda. Y cuando los descubrí empecé a escucharlos con fanatismo. Sentí mucha cercanía con todo el universo que retrataban en las letras, las canciones, la estética. Me sentí identificado. Era una buena historia para contar. Un grupo de música que predicaba el fracaso y habían sido consecuentes con lo que decían”. El documental se presenta como un collage de momentos, con algo de registro casero, sin abusar de las cabezas parlantes. Un película improbable, que la banda misma advirtió en un principio, iba a ser imposible de realizar. Los Perdedores no dejaron mucho para revisar; un video perdido, apenas un CD homónimo del año 95 y un extraño objeto cassette-fanzine muy difícil de rastrear. “Yo ya en esa época veía que el CD era un formato destinado a la muerte, así que hicimos otra cosa”, dice Esteban. En esas grabaciones se encuentran algunos de sus canciones himno, que hablaban sobre el fracaso o sobre ser el escritor de una generación. “Planes”, “Brincan” o “1000 Higos”, ese tema demoledor que asegura: “No se si no tuve tiempo o no tuve ganas/ pero se me pasó el día y no hice nada”. Verborrágicos, con ideas sobre todo, la película apuesta por enmarcar a los Perdedores en su época y en un decisión más que inteligente, por no darles jamás la palabra a los Rial. Con la estética del videoclub, de los cassettes, y el formato analógico, las escenas más insignes y también las más subterráneas de los años 90 retratan desde el contexto a una banda que pasó la década por el costado y que hizo música con información, curiosidad y un nervio adelantado. “Cuando los escuchaba, sentía que hacían mucha referencia a su momento y su generación. Funcionaba como un elemento contracultural. Eran muy autoconscientes de dónde estaban ellos. También el documental empezaba a hablar de la desintegración de las cosas, de la banda que estaba disolviéndose y del material analógico que los había registrado” dice Arévalo.
Hace unos años, alentados por las nuevas bandas que los convocaban con fanatismo, los Perdedores Pop se reunieron para continuar con su proyecto. Aunque grabaron canciones nuevas, la banda se vio truncada por la repentina muerte del baterista Charly Piesco, y en su honor –por su fanatismo alocado por Temperley– llamaron Museo Celeste al material. Cuando Perdedores Pop se disolvió en los 90, lo hicieron muy a su manera, con un evento donde desplegaban una suerte de escrutinio a algunas bandas de la época que re versionaban sus propios temas. Veinte años después, repitieron el mismo evento con bandas contemporáneas. “Era absurdo, había 20 bandas re versionando nuestras canciones y nosotros ya nos habíamos separado y ni siquiera estábamos tocando”, cuenta Esteban. En la película se pueden ver fragmentos de ambos momentos. Ahí están Francisco Bochatón, Manza, Leo García. Y luego 107 Faunos, Srta. Trueno Negro, Reno. Todos con el mismo entusiasmo febril. Y la verdad, es que ante ese espectáculo tan extraño y tan esquivo, uno piensa que es verdad. Que el pop no puede perder.
Hermosos Perdedores Pop se puede ver todos los domingos de marzo a las 19 en el microcine Centro Cultural Recoleta, Junín 1930.