“Parate ahí. Puedo sentir tu emoción”, le exige la jerarca del MI6 a una de las protagonistas de Killing Eve. Es el comienzo de la segunda temporada y la mujer del título (Sandra Oh) puede retomar su trabajo, mejor dicho, la persecusión a la psicótica, caprichosa, fashionista, despiadada e hipnótica criminal rusa Villanelle (Jodie Comer). Obsesión correspondida por su némesis en un juego de espejos identitario y perversiones varias. Pero el mensaje de su jefa (la flemática Fiona Shaw) puede interpretarse como una advertencia sus seguidores.
Tarea difícil cuando se está frente a la continuación de una de las producciones más radicales de los últimos tiempos. La primera temporada de la producción de BBC America resultó entretenida hasta la perversión con su un ping pong de géneros (thriller, espionaje, comedia negra, drama psicológico), guiones y diálogos pulidos, e intérpretes contagiadas por sus propias criaturas. Sus ocho nuevos episodios pueden verse los domingos por Paramount (en el singular horario de la 1 de la madrugada) y desde ayer están dispuestos en Flow.
El sentido de toda la serie radica en su vínculo tóxico, así que no hay spoiler en la revelación de que Villanelle está vivita y sangrando. Es más, el reinicio se da algunos segundos del sanguinolento final de la primera temporada. La sicaria rusa sale como puede de su departamento en París, llega a un hospital y declara que su “novia” la acuchilló por amor. “Lo hizo para demostrarme cuánto se preocupa por mí. Y cuando amás a alguien a veces hacés cosas alocadas”, asegura. Más o menos recompuesta, la mujer volverá a su faena letal y juguetona.
Tarantino debe babear por las escenas en que ésta hitgirl despacha a sus blancos (en su mayoría hombres poderosos y despreciables) con armas variopintas: un ascensor, un lápiz labial, agujas y, de tanto en tanto, un fusil de largo alcance. La espía británica, por su parte, ha renacido y tiene que tomar las riendas de su nueva personalidad. Inteligentemente, la narrativa no se aboca sólo al juego de la gata y la ratona: sus caminos son zigzagueantes y se tocan en los momentos justos. Así es como aparece otro asesino en la trama al que llaman "el fantasma".
“Al final de la primera temporada, Eve cruzó una línea. Ahora veremos la caída desde ese punto. Se pondrá todo más oscuro para ella. Está buscando sus nuevos límites morales, sexuales y de carácter”, señaló Oh. La que en principio era una aburrida técnica del MI6 ahora tiene una adicción. Ahí está el fantástico momento en que parece dopada en un aeropuerto cuando en realidad está pensando en su rival. Qué duda cabe, Villanelle es un signo de pregunta mortífero. “No sé si tendré la chance de tener un tipo de personaje de este tipo de nuevo. Trato de mantenerme enganchada a ella mientras pueda. Es tan compleja que me plantea preguntas sobre quién soy yo misma. Eso es lo más bello”, describió Comer quien hace una semana obtuvo un Emmy por esta encarnación.
Killing Eve lleva el sello de Phoebe Waller-Bridge (la gran ganadora de los últimos Emmy por Fleabag). Y aunque continúa como productora ejecutiva, delegó gran parte de la responsabilidad creativa en Emerald Fennell. El tono sardónico y reflexivo sobre el rol femenino sigue allí, lo mismo para sus locaciones por toda Europa y su particular sentido de la moda. Como ninguna otra producción del presente, aquí se aprovecha el vestuario con un cabal sentido de la caracterización y/o para efectivos chistes internos. “Nunca confías en la gente por su apariencia”, desliza Villanelle.
La sustancia, según Fennell, es menos risueña. “Es un thriller y lo que doy por sentado es que es uno grande y de los que juegan con la maldad. Esa maldad que está dentro de Eve y Villanelle, este romance venenoso que las está comiendo por dentro”, señaló. Habrá más vida para esta coyote y correcaminos con tacones y una idea fija ya que se ha confirmado una tercera temporada. Dicho sea de paso, no estaría nada mal que le cambiasen el título al de Living Villanelle.