En noviembre de 2006, Michael Dudok de Wit recibió un mail de los estudios Ghibli donde le preguntaban dos cosas: la primera era si podían obtener los permisos para exhibir su cortometraje Father & Daughter en el Museo Ghibli, en Tokio. La segunda, si estaba interesado en dirigir un largometraje para ellos. De esa sencilla manera, sin preámbulos ni vueltas, el prestigioso estudio japonés de animación invitaba al director holandés a ser el primer occidental que dirigiera una de sus películas. Dudok de Wit, nacido en 1953 en Abcoude, un pueblo de seis mil habitantes ubicado a 13 kilómetros al sur de Amsterdam, aceptó enseguida pero se tomó su tiempo: once años más tarde, el resultado de esa colaboración es La tortuga roja, una fábula preciosista y atemporal que esta noche competirá por el Oscar al mejor largometraje animado.

   Las razones por las que eligieron a de Wit se remontan al 2001, cuando Father & Daughter –una gema de ocho minutos que, a través un lenguaje visual simbólico, retrata el viaje de una niña hacia su vejez– ganó el Oscar al mejor corto animado. El trabajo contaba entre sus más fervientes admiradores a Isao Takahata, fundador junto a Hayao Miyazaki de Studio Ghibli y realizador de celebrados largometrajes de animación como Mis vecinos los Yamada o El cuento de la Princesa Kaguya. “Cuando vi Father and Daughter quedé profundamente impresionado, pensé que estaba ante lo mejor de lo mejor”, comentó Takahata el año pasado a la prensa del Festival de Cannes, donde La tortuga roja –realizada en coproducción junto a la productora francesa Wild Bunch– ganó el premio A certain regard.

   De Wit, que había conocido a Takahata en 2004 –cuando ambos fueron jurados del Festival Internacional de Animación de Hiroshima–, sabía de la admiración del director japonés por su obra, pero no esperaba la invitación que finalmente recibió. “Mi primera reacción al leer el mail fue de shock total”, cuenta desde su hogar en Londres. Hasta ese momento, de Wit había realizado cinco cortos animados, ilustraciones para libros infantiles y varias animaciones para comerciales de AT&T, Nestlé o United Airlines. No pasaba por su cabeza hacer un largometraje, pero aceptó de inmediato: “Me dijeron que me tomara el tiempo que necesitara y comencé en 2007, pero no me resultó fácil y me tomó más tiempo del que esperaba. Para mi sorpresa, los productores no sólo no estaban preocupados sino que, por el contrario, me aseguraron que era lo normal y que la fase más costosa de producción comenzaría luego, así que lo mejor iba a ser arrancar con una historia sólida”.

   La historia, escrita en colaboración con la guionista francesa Pascale Ferran, parte del clásico argumento del náufrago en la isla desierta. Desde allí, explora los lazos familiares y la relación entre hombre y naturaleza, todo a través de un estilo narrativo y visual con influencias que van desde Hergé y Moebius al arte tradicional japonés: “Conocí la cultura clásica japonesa en mi juventud y me enamoré de inmediato”, cuenta de Wit. “Admiro la manera en que exploran la belleza de la simplicidad y el poder del espacio vacío. También me fascina la fuerte relación que tienen con la naturaleza, el clima y las estaciones, y la manera en que saben expresar eso en sus pinturas, su poesía y su cine. Podés distinguirlo claramente en las películas de Ghibli, por ejemplo. Todo eso me resulta muy atractivo y me sirvió de impulso a la hora de preparar este largometraje”.

   Para tener una idea realista del escenario en que desarrollaría su guión, de Wit consiguió pasar diez días en una región apenas poblada de una pequeña isla tropical llamada La Digue: “Miraba mucho hacia el horizonte, supongo que es un reflejo natural, seguramente uno muy fuerte si estás en una isla desierta esperando que un día llegue un barco. En la película eso está muy presente, y fue importante para mí dibujar al horizonte no en un ángulo inclinado, como a veces los fotógrafos y los ilustradores lo retratan, sino de una manera completamente horizontal, para dar énfasis a su extraordinaria estabilidad”.

   Con ese paisaje natural de fondo, la película retrata una cálida historia, donde misterio, realismo y fantasía se funden en un refinamiento visual elaborado al detalle. Para ello, un equipo reducido de animadores trabajó fusionando ilustraciones de carbón sobre papel con otras realizadas en lápiz digital sobre tabletas gráficas: una minuciosa labor de dos años realizada en los estudios franceses Prima Linea bajo supervisión de Ghibli y el ojo perfeccionista de Dudok de Wit. “Creo que La tortuga roja es un poco más realista cuando la comparás con los largometrajes animados en general”, afirma el director. “No sólo porque los personajes viven en un entorno con paisajes que se podrían visitar en la vida real, sino que también los diseños de los personajes y sus movimientos son bastante realistas, no tan de dibujo animado. A su vez, la historia tiene un par de momentos surrealistas, mágicos, y estos momentos son fuertes porque resultan inesperados en ese contexto. Es por eso que la ambientación resultaba tan importante, para crear ese contraste. Claro que otra razón por la que este film busca ser realista en sus diseños y movimientos es simplemente por una decisión artística: nos gusta mucho cómo se ve”.

   Las chances de la película en la ceremonia de esta noche no parecen muchas frente a un tanque como Zootopia, éxito comercial de Disney que el año pasado se convirtió en la cinta original más taquillera después de Avatar. A eso hay que sumarle que, en una categoría dominada desde su creación en 2001 por la animación en CGI (sigla en inglés que refiere a las imágenes generadas por computadora), sólo una película realizada en animación tradicional –El Viaje de Chihiro, la más celebrada dentro de la celebrada obra de Miyazaki– se llevó la estatuilla dorada. Pero nada de esto parece quitarle el sueño a de Wit, más que satisfecho con el hecho de que un trabajo de una década haya llegado a buen puerto: “Con el tiempo me estoy dando cuenta de que me siento cada vez más atraído a los aspectos sutiles de la vida. Por supuesto la película tiene muchos momentos con emociones fuertes, algo que hicimos para asegurarnos de que también fuera atrapante, pero a la vez hay un nivel por debajo de eso. La pasión puede ser maravillosamente salvaje, dramática y llena de movimiento, pero su esencia es extremadamente simple y delicada. Esa esencia es la que me motiva y esa es la razón que me llevó a hacer esta película: explorar desde esa perspectiva la belleza de lo sutil”.