Producción: Tomás Lukin


Por razones de fuerza mayor

Por Eugenia Airoua *

Un nuevo capítulo en la historia económica argentina empezó con las PASO. Ese camino se intensificó a partir de los anuncios del “reperfilamiento” de deuda y el control de cambios, medidas que son la antítesis de las decisiones que tomaba Cambiemos al momento  de asumir su mandato. Se trata de un tipo de intervención que jamás hubiera estado dispuesto a emprender. La realidad golpeó más fuerte y lo llevó a posponer parcialmente el pago de su deuda, volver a implementar la obligatoriedad de la liquidación de exportaciones y controlar las compras de moneda extranjera.

El modelo económico implementado por Mauricio Macri condujo a un callejón sin salida que lo obligó a utilizar herramientas que nunca estuvo dispuesto a poner en práctica. Los objetivos de estas medidas son varios, en primer lugar, evitar que continúe subiendo el precio del dóalr para evitar que se acelere la espiral inflacionaria, pero también garantizar las reservas necesarias para afrontar los vencimientos de deuda e intereses hasta fin de año. En ese punto, la intervención del FMI en la política económica argentina es crucial. El objetivo primordial del organismo es asegurar el repago de la deuda de los países.

La economía juega en dos ligas que están conectadas entre sí. Una de ellas, que se expresó en las urnas el 11 de agosto, asociada a la economía real que deja a más de un tercio de la población bajo la línea de pobreza y pone en evidencia la necesidad de declarar la emergencia alimentaria. La otra, que ocupa la mente del equipo económico y el FMI, está vinculada con los próximos vencimientos de deuda del país, el siguiente desembolso del crédito del Fondo, el aumento del tipo de cambio y del riesgo soberano.

A menos de 60 días de las elecciones generales, falta muy poco para cambiar el modelo de política económica pero en simultáneo queda mucho tiempo para contener las variables financieras ligadas principalmente a las expectativas de los agentes del mercado. El gobierno en ejercicio no puede ni quiere cambiar el modelo económico. Un modelo basado en la valorización financiera que nunca buscó impulsar la producción y que destruyó a su paso el poder adquisitivo de los trabajadores. Este modelo es el que demostró una vez más que lo que falta en Argentina son dólares, pero esta vez no es para aumentar la producción sino para pagarle a quienes invirtieron financieramente en el país.

No resulta nuevo que la economía Argentina se enfrente recurrentemente a lo que se denomina la restricción externa. Este fenómeno es la consecuencia directa de tener una economía que produce y exporta principalmente bienes agropecuarios y que además cuenta con un entramado productivo e industrial que demanda importaciones (es decir divisas) para la compra de insumos y bienes de capital para su normal funcionamiento.

Esta fue la situación a la que se enfrentó en los últimos años el gobierno de Cristina Fernández. En la actualidad también faltan dólares pero por otras razones. La economía cayó en 2016, lo hizo también en 2018 y volverá a hacerlo en 2019 y, probablemente, también en 2020. La industria está en contracción hace quince meses, el consumo privado cae hace tres trimestres y el público hace cinco trimestres. Esta contracción de la economía argentina lleva a que en la actualidad la balanza comercial sea positiva, no porque exportamos más, sino porque importamos menos. La falta de dólares no responde a un agotamiento de un ciclo económico alcista, sino todo lo contrario, la especulación financiera llevó a que hoy tengamos compromisos muy elevados en moneda extranjera por deuda que contrajimos que no tuvo efectos en la economía real.

Los desafíos del próximo gobierno deberán centrarse en estabilizar las variables nominales: la inflación y el tipo de cambio. También lograr reordenar el caos financiero que deja el gobierno de Macri con una tasa de interés de referencia por encima de 80 por ciento, de manera tal de poder reactivar los créditos productivos y permitir que de la mano del aumento del empleo y el poder adquisitivo de los salarios comience a dinamizarse el consumo interno. Sumado a esto estará el pago de la deuda y la renegociación del acuerdo con el FMI que permita a la nueva administración poder implementar políticas públicas que avancen en reactivar la economía real.

* Economista


El doble rol de las divisas

Por Lavih Abraham **

Necesitamos dólares. Se consiguen a través de la exportación, principalmente por la venta en los últimos eslabones de la cadena. Sin embargo, conseguir divisas es una tarea que compromete a buena parte de la matriz productiva nacional. Miles de personas, empresas, cooperativas y el propio Estado unen esfuerzos para producir y comerciar bienes y servicios que tienen como destino el mercado externo. Es que la producción exportada tiene un doble carácter. La ganancia de los exportadore es también un bien social que satisface las necesidades de gastos del país en el extranjero. Nos sirve para importar materias primas y bienes de consumo, el turismo en el exterior y servicios varios que no se prestan localmente. En este doble carácter, en el que todos producimos los bienes y servicios que se exportarán, pero sólo algunos se quedan con los dólares porque son quienes se encargan de su comercialización en el exterior. Se juega buena parte de los desafíos de la política económica de los próximos años.

Por ejemplo, productores agrarios grandes, pequeños o cooperativos, sus proveedores y transportistas que transitan rutas construidas por el Estado se conjugan para que una aceitera exporte soja. Y es esta última la que decide qué hacer una vez que cobró los dólares en el extranjero; es decir, tiene la potestad de liquidarlos o no. El ejemplo no es trivial. Las principales exportadoras aceiteras eligieron no liquidar casi 18.000 millones de dólares desde que se relajó la obligación para hacerlo (primero a 5 años, luego a 10 años y finalmente por plazo indefinido).  Si hubieran sido liquidados esos dólares y los de otros complejos exportadores, un stock mayor de reservas podría haber evitado la deuda con el FMI, podría haber estabilizado el tipo de cambio y tener los precios en pesos controlados, en lugar del desmadre inflacionario que atraviesa la Argentina desde hace un año.

Después de las PASO, tras tres años de apertura y desregulación, el gobierno pegó un volantazo para controlar las divisas ante un panorama de reservas que se agotan. Se decidió obligar a liquidar las divisas a quienes exportan en un plazo de 5 días, mucho menor al que regía hasta 2015, cuando era de 60 días; se limitó la compra mensual de dólares hasta 10.000, para evitar el atesoramiento de las empresas; se estableció una autorización estatal para enviar ganancias en dólares a las casas matrices en otros países. Estas medidas sin dudas tendrán que quedarse un buen tiempo. El gobierno entrante no podrá sino mantenerlas, pero probablemente sea necesario también repensar el uso de las divisas con medidas de fondo que apunten a reducir la volatilidad cambiaria y lograr una mayor previsibilidad macroeconómica. Hace falta, en definitiva, complementar las medidas tomadas casi de urgencia por este gobierno con otras que estarán a cargo del próximo.

Una primera batería de medidas deseables apuntaría a un mayor control de capitales de corto plazo. La experiencia histórica de Chile durante la década de 1990 muestra que es posible morigerar el efecto de una salida brusca de capitales especulativos, aplicando medidas tales como establecer el plazo mínimo de un año para la inversión; un 30 por ciento de la inversión debe quedar en garantía, no remunerada; y cobrar una tasa a los préstamos extranjeros. Esos requisitos se aplicaron durante siete años y luego fueron quitándose gradualmente.

Es necesario además reglamentar la Ley de Inversiones Extranjeras de la última dictadura actualmente vigente. En particular, reglamentar la posibilidad de girar utilidades, esto es, cuántos dólares se pueden mandar a la casa matriz y dar una definición más clara respecto de qué se considera “inversión”. En particular, habría que diferenciar entre inversiones nuevas y compra de activos preexistentes.

Por otro lado, habría que terminar con la posibilidad de que el Estado emita bonos que se compran en pesos y se pagan en dólares. Si el Estado va a pagar capital e intereses en dólares, esos títulos necesariamente tienen que ser comprados con dólares. También sería deseable lograr un perfil de deuda externa tomada con organismos internacionales para proyectos específicos y no una toma alocada en mercados como fue la norma durante este gobierno.

En definitiva, el Estado tiene que tomar un rol activo en la definición del destino de un excedente social sin que eso implique ningún tipo de lesión a derechos de propiedad ni mucho menos. Parafraseando a Georges Clemenceau se puede decir que para nuestro país los dólares son un asunto demasiado importante como para dejarlos en mano de los exportadores.

** Mirador de la Actualidad del Trabajo y la Economía.