Otra vez el fuego ardió en Flores. Otra vez fue implacable con lo más chicos y sacó a la luz lo que se quisiera invisible: las vidas que menos importan. Vidas que de tan precarias son desechadas y en un final trágico, empujadas a la muerte. Vidas que viven en riesgo. Fuego que quema la ciudad de cartón del PRO. Todavía están frescos en la memoria los incendios en los talleres textiles que en los últimos años se cobraron las vidas de siete niños y una joven embarazada. El jueves al mediodía la escena se repitió en el hotel familiar San Miguel, de la calle Fray Cayetano Rodríguez. La actitud valiente de los vecinos del propio hotel logró salvar las vidas de dos hermanitos, hoy en estado delicado, pero el más chico, casi un bebé, quedó atrapado por el fuego y murió. Los chicos habían quedado solos y encerrados en la pieza mientras los padres acompañaban a otro de sus hijos, internado en el Hospital Álvarez con un cuadro de sarampión. No faltaron quienes responsabilizaron a las víctimas o hablaron de tragedia anunciada por la sobrecarga eléctrica pero las condiciones en las que viven en estos hoteles familiares –conveniados con el GCBA– son un riesgo latente del que nadie escapa. Tampoco los vecinos e instituciones del barrio que inmediatamente activaron los resortes de la solidaridad.
En septiembre de 2013 había pasado lo mismo en el mismo lugar con una nena de apenas seis años. Aquella madrugada, la habitación 22 en la que la niña dormía se incendió producto de una vela que cayó sobre su colchón. La puerta no tenía picaporte interno, la pequeña no pudo salir a tiempo y murió a causa de la inhalación del humo y las graves quemaduras. Las luces de emergencia y los matafuegos no funcionaban. El incendio se sofocó a baldazos, pero ya era tarde. El dueño y el encargado fueron imputados por homicidio culposo. Pero poco cambió de las condiciones en las que allí se vive y se repite en casi todos los hoteles familiares.
Hoteles en plural, porque en Flores hay muchos como el San Miguel. Hoteles que se alquilan por pieza, con baño privado o compartido, algunos con cocina (no en este caso). Hoteles que cobran de ocho a once mil pesos por habitación. Pero el San Miguel tiene algunas particularidades que lo hacen único: acepta beneficiarios del programa de apoyo habitacional y de atención para familias en situación de calle. Y además acepta niñas/os. Dos situaciones que en la mayoría de los casos resulta excluyente.
Hoteles familiares que funcionan como celdas sociales, tal como los definió Fernando Muñoz, Defensor del Inquilino, en las que el gobierno deposita vidas que para la Buenos Aires de Larreta no existen, o no importan. Vidas reguladas afuerza de palos y plan social; batería de subsidios insuficientes y condicionantes.
Políticas con recurso escaso llevadas a cabo por trabajadores precarizados un poco desorientados sobre qué y cómo hacer. Qué no se vean, el objetivo: en esos bordes la crisis social se acentúa.
Es el lado “b” de la ciudad global, polo turístico y de las industrias creativas. Una realidad social que cuando se muestra deja desnudo el horror. Una pobreza que se saca del espacio visible de lo público para quedar recluida en hoteles de mala muerte. La Buenos Aires de Horacio Rodríguez Larreta es una maqueta, un cartón pintado que hoy arde. Cuando se discuten políticas de vivienda/hábitat, cuando se denuncia la construcción de departamento suntuosos, que en muchos casos permanecen vacíos (en la ciudad 1 de cada 10 viviendas está sin ocupantes y 300 mil personas viven en condiciones precarias, según datos del Instituto de Vivienda de la Ciudad) y nutren la especulación inmobiliaria, lo que se discute también son las miles de familias que viven en piezas de pensiones y de hoteles familiares porque ya no pueden pagar el precio de los alquileres que suben de manera exorbitante. ¿Quién puede vivir hoy en la Ciudad de Buenos Aires? ¿Quién apaga el fuego?
* Integrantes de la Campaña #GanemosFlores.