Los problemas parecen únicos cuando son nuestros problemas. Las separaciones, los vínculos con lxs hijxs, con padres y madres que envejecen, el deseo sexual (o su ausencia), las relaciones con lxs ex, los duelos por lo que pudo haber sido y no fue, los nuevos amores (plagados de desafíos), las peleas pequeñas que se hacen grandes, son situaciones que cuando las atravesamos nos parecen singulares, casi inéditas. Si a eso le sumamos los arreglos familiares que se salen del modelo de familia nuclear tradicional (una pareja heterosexual monogámica con hijxs biológicos propios), sentimos que esas experiencias no sólo son excepcionales sino también más complejas y esforzadas.
BonusFamily es una serie sueca, cuyas tres temporadas están disponibles en Netflix (Bonusfamiljen, por su título original en ese idioma), que desmiente la percepción de excepcionalidad de nuestros problemas a tal punto que cuando la vemos podemos sentir que nuestra vida está guionada a 13.000 km de distancia. Además de entretenimiento, esta serie ofrece orientación existencial para quienes nos embarcamos en otras constelaciones familiares, después de haber pasado por una más cercana a la familia nuclear.
Patrik (Erik Johansson) y Lisa (Vera Vitali) son un docente y una diseñadora de mediana edad (entre 35 y 50 años) que abandonan sus respectivos matrimonios con Katja y Martin, y arman una nueva pareja. Así comienza la primera temporada, que explora las tensiones entre separaciones recientes e inmediatas convivencias, con Willi de 10 años hijo de Patrik y Eddie (10) y Bianca (15) de Lisa. A las diferencias de personalidad entre estxs hijxs y las dificultades para consensuar pautas comunes de crianza (desde la disciplina hogareña hasta el uso del dinero), se suman lxs omnipresentes ex, destilando amor no correspondido –Martín- o abierto rencor –Katja- al haber sido dejados.
La serie no ofrece una mirada idealizada sobre estos vínculos familiares, ni es condescendiente con las debilidades de los personajes. Ahí está Martin, en la primera temporada, incapaz de asumir el haber sido abandonado por Lisa, volviendo a vivir con su madre, a la que no puede reconocer como lesbiana, y rogando a su ex esposa para continuar algún tipo de vínculo amoroso (con la secreta esperanza de que la relación con Patrik no funcione). Ahí está Katja, fría, lúcida y por momentos despiadada, pero eventualmente quebrándose por las formas que asume su soledad. En las siguientes temporadas, contra todo pronóstico, el amor les dará revancha. Ahí está Patrik, ese neurótico organizado hasta el hartazgo (de su entorno), tan obsesionado por planificar el camino hacia la felicidad que no hace más que sabotearla. Y Lisa, esa mujer apasionada y contradictoria, con pulso firme para regular la neurosis de su nueva pareja, pero bastante débil para disciplinar a sus hijxs (y con el constante temor a que éstxs la dejen de querer).
Vueltas a vivir a la casa materna post-divorcio (por derrumbes anímicos y económicos), embarazos no exentos de deseo pero que llegan en momentos inoportunos (y abren el dilema del aborto en un país donde es legal), proyectos de paternidad no correspondidos con los deseos de mujeres profesionalmente exitosas que no desean ser madres nuevamente, sexo ocasional sin mayores compromisos afectivos que en un momento resulta insuficiente, son algunas de las situaciones que experimentan lxs personajes de esta serie, en donde la felicidad no es un estado permanente sino una continua búsqueda hecha de arreglos frágiles que necesitan ser renovados casi a diario.
Esos arreglos también se tramitan, en clara sintonía con la posición de clase de sus protagonistas, en el consultorio de una pareja de psicoanalistas experimentadxs en sesiones individuales, de pareja o incluso compartidas con sus respectivos ex. Y en una vuelta de tuerca más de esta serie, al finalizar cada sesión el matrimonio de psicoanalistas revisita los conflictos de su propia pareja a la luz de lo que sus pacientes llevaron al consultorio, poniendo en cuestión la infalibilidad de esxs profesionales.
Todo esto narrado con una estética bellísima, desde personajes verosímiles, con diálogos impecables, y mediante una trama que se propone mostrar la fragilidad de los vínculos y las dificultades para alcanzar la felicidad dentro de arreglos familiares, aun cuando las personas involucradas se amen. Siempre hay diferencias que pueden convertirse rápidamente en fricciones. Siempre hay terceros con capacidad de obstaculizar, pero sobre todo, debilidades y obsesiones propias que pueden sabotear esos proyectos de felicidad.
Pero BonusFamily no propone una visión cínica que funcione como denuncia de la imposibilidad de alcanzar (momentos de) felicidad dentro de una familia, ni es un relato de matriz melodrámatica. Los problemas no se muestran con golpes bajos, y es posible pasar del llanto a la risa varias veces en un mismo capítulo. Si bien nunca se cierran del todo los conflictos, ni los vínculos son plenamente armoniosos, a modo de tregua audiovisual, en la tercera (y hasta ahora última) temporada, los instantes finales transitan con música e imágenes –sin el audio de los diálogos- momentos de reencuentro y amor. La serie muestra que nada es para siempre, pero también que todo puede volver a comenzar con nuevas formas y colores, dando respiros a sus personajes y también a quienes –con más esperanza que escepticismo- la vemos en la otra punta del planeta.