El tiempo pasa y a la idea de ídolo con la que la industria del entretenimiento condujo los avatares del gusto, muchas veces no le queda más que hurgar sus archivos y jugar la carta gerontológica. Tres semanas después del lanzamiento de Rubberband, un disco que Miles Davis había dejado inconcluso en 1985, el viernes pasado apareció Blue World, una sesión de estudio en la John Coltrane reelabora sus propios temas para la banda sonora de una película.
En 1986, Rubberband iba a ser el debut discográfico de Miles en la etiqueta Warner, después de tres décadas y tres revoluciones en Columbia. Pero la urgencia de Tutú y la negativa del jerarca del sello Tommy LiPuma hicieron que esas sesiones durmieran el sueño de los justos. Es el Miles de la década de 1980, un Miles distinto a todos los anteriores, que después de The Man with the Horn, Decoy y You’re Under Arrest volvía de una ausencia prolongada, obligada por excesos varios que derivaron en la imposibilidad de usar una mano. Su cara era otra, su look distinto y su horizonte musical tenía en la superficie mucho de soul y funk. Aquella calidez enigmática de su trompeta había virado definitivamente hacia el sonido ácido y algo desamparado, sin dejar de ser interesante, que lo acompañó en sus últimas épocas.
De la reconstrucción de Rubberband participaron los productores originales, Randy Hall y Zane Gile, además de Wilburn Jr., sobrino de Miles, que había tocado la batería en la sesiones de 1985. Las cantantes Lalah Hathaway y Ledisi asumieron las partes originalmente destinadas a Chaka Khan y Al Jarreau. De los once tracks del disco, los iniciales muestran muy poco vuelo y una energía para nada atractiva, limitada por la repetición maquinosa de los esquemas rítmicos. Recién en “Give it up”, el quinto tema, aparece el Miles entrañable, a través de un solo formidable sobre un ritmo sostenido y ágil, que termina en un diálogo sensible con el saxo tenor de Michael Paulo. El implacable sentido del tiempo y el fraseo enérgico y elegante remiten al mejor Miles. Desde ahí hasta el final hay otros momentos destacables, como en “See I See” y “Echoes in Time”, en diálogo con él mismo en teclados, en los que su inagotable capacidad de elegir las notas mejores lo devuelve al lugar de los elegidos.
En 1964, el cineasta canadiense Gilles Groulx le pidió a John Coltrane música para incluir en Le chat dans le sac, su primer largometraje. Lo hizo a través de su amigo, el contrabajista Jimmy Garrison, que por entonces formaba parte de la que se recuerda como una de las formaciones más sólidas de Coltrane -y del jazz de la época-, junto a McCoy Tyner en piano y Elvin Jones en batería. La idea del director era tener algunas piezas puntuales para contrapuntear con las imágenes de una película sobre juventud y decisiones políticas. El cuarteto venía de grabar Crescent en abril y se preparaban volver al estudio en diciembre, para la que sería la obra con la que el saxofonista entraría en la leyenda: A Love Supreme. No obstante, Coltrane aceptó revisitar temas ya grabados.
Si Crescent y A Love Supreme marcan la elevación creativa de un Coltrane desintoxicado de los avatares mundanos hacia el abrazo de un dios genérico, la sesión para la película de Groulx fue para el saxofonista el reencuentro tangible con músicas de otras épocas, la mayoría de cuando grababa para el sello Atlantic. Sin preguntar demasiado sobre el argumento de la película, Coltrane y su cuarteto se presentaron en el estudio de Rudy Van Gelder el 24 de junio de 1964. De la sesión de tres horas quedaron en limpio 37 minutos de música, de los que Groulx finalmente utilizaría diez. Sin haber producido mayor impacto, la cinta quedó depositada en la National Film Board de Montreal, hasta que en hace unos años se descubrió. Comenzó la discusión por los derechos y ahora la edita el sello Impulse!
“Blue World", un sugestivo valseado de legítima marca Coltrane, es el único tema original de la sesión y le da nombre al disco. El saxo tenor expone el tema y enseguida desarrolla un solo, pulcro y equilibrado en su lirismo, hasta el final del tema. Son seis minutos de un Coltrane que distinto al de Crescent y A Love Supreme no deja de estar muy cerca. Sin embargo, mientras la música de esos dos discos se articula en la expansión, la incluida en Blue World apela a la síntesis. En versiones cortas, solos cortos y contundentes, con más lirismo que dramatismo, el cuarteto clásico de Coltrane suena compacto.
Entre los temas revisitados hay una vibrante versión de "Traneing In", incluido en John Coltrane with the Red Garland Trio, un disco que grabó en 1958 para Prestige y que el mismo sello reeditó en 1961 con el nombre del tema. El largo solo inicial de Garrison –formidable en todo el disco– da pie para que desde el piano comience los desarrollos que continuará el saxo, en un clima de vértigo blusero. Hay además dos tomas de la sensual "Naima", muy distintas a las que Coltrane grabó por primera vez para su disco Giant Steps (1960); tres de "Village Blues", tema incluido en Coltrane Jazz (1961); y una de "Like Sonny", tema dedicado a Sonny Rollins, que da nombre a otro álbum póstumo, editado en 1990. Aun ajustado a otras funciones, no deja de ser un momento feliz y relajado para el saxofonista y su cuarteto. Algo así como el lado B de un año definitivo para la obra de Coltrane.
Rubberband y Blue World son dos “lost” que se suman a la categoría discográfica que el año pasado produjo novedades interesantes, como Both Directions at Once, del mismo Coltrane, Mingus Live in Detroit, Monk in Copenhagen y, a principios de este año, Getz at the Gate.