…“de la costumbre en mis manos traigo viejas señales
Son mis manos de ahora, no las de antes”.
Mario Benedetti
Ética, del griego “ethos” y Moral del latín “mōris” comparten significados (hábitos, costumbres, formas de vida), revelando su condición de creaciones comunitarias. Vale subrayar que siglos antes del Relativismo Cultural, Franz Boas y hasta de Platón, ya se reconocía el origen sociocultural de valores y normas de conducta. Principios éticos y morales no son hechos de la naturaleza sino productos culturales. El ocultamiento de la etnicidad y temporalidad de los valores no fue inocente. Los regímenes de servidumbre los instalaron a conveniencia, ora vetustos, ora universales y eternos.
Obviamente, tampoco existe una única ética. En especial en sociedades complejas, categorías como honestidad, amor, verdad, tanto pueden referirse a sofisticados contenidos de antiguas sabidurías, cuanto a muletillas de mercadeo político. Ya que la misma palabra permite manifestar hondas convicciones o exteriorizar una vasija vacía. Groucho Marx se permitía ironizar “Estos son mis principios, pero no se preocupe, si no le gustan, tengo otros”.
Lo cierto, es que la interdependencia entre prácticas humanas y valores éticos desnuda la materia prima con la cual la humanidad elabora sus experiencias colectivas y escribe la historia.
“Nuestra Ética” no nace en soledad. Leonardo Boff recuerda que “ethos no es primariamente la ética, sino la morada humana”. El ethos diseña contextos, define límites a la libertad y al poder, concibe vínculos.
Habitar la misma casa (desde la familiar al planeta) no solo es compartir lugares físicos sino los espacios donde se producen y educan creencias, costumbres, tradiciones; las formas de pensar lo humano, los modos de organizar encuentros y construir relaciones.
Siendo desde "aquí" que preparamos quiénes somos, podemos, soñamos y nos proponemos ser, resulta forzoso reflexionar acerca de la globalización imperial de la comunicación (contenidos y herramientas tecnológicas) y sus efectos en el reformateo de los valores de miríadas de pueblos en fórmulas sintéticas.
Cuando medios y redes de incomunicación modifican hábitos y costumbres, ensalzan virtudes darwinistas y utilizan la violencia y el miedo para controlar poblaciones vulnerables; cabe sospechar que “El Gran Hermano” de Orwell ha dejado de ser pura novela.
Un ejemplo actual de la toxicidad del arsenal mercadotécnico son los ciudadanos y ciudadanas de familias sobrevivientes a guerras racistas que justifican campos de concentración para inmigrantes, el reemplazo de trabajadores por oscuros algoritmos, la entronización de psicópatas.
A veces, la mascarada dura apenas unos carnavales pero siempre acarrea enormes sufrimientos. Sin memoria, los pueblos pierden capacidad de respuesta (spondere), dejan de considerarse responsables. Según Levinas "escuchar la miseria que pide justicia no consiste en representarse una imagen sino ponerse como responsable, porque el rostro (del Otro) me recuerda mis obligaciones y me juzga”.
Tampoco “El Gran Hermano” es omnipotente. Su mejor antídoto, fueron y son las prácticas solidarias. Hábitos y costumbres de trabajo fraterno construyen “codo a codo” el hogar común. La participación activa y empática de la ciudadanía establece costumbres entrañables de Justicia, Educación, Trabajo y Salud, en defensa de la Vida. Las Moradas que habitamos definen nuestro futuro, el de nuestros hijos y nietos.
Hay urgencia de multiplicar los canales de comunicación que desnuden las mentiras de estafadores “Mundos Felices” y abran debates cada vez más amplios, plurales y abiertos que difundan y amplíen la participación activa en las éticas solidarias vigentes en el corazón popular.
* Antropólogo