El director argentino Juan Solanas vivió casi toda su vida en Francia, producto del exilio de su padre, Fernando “Pino” Solanas. Y desde hace unos pocos años reside en Uruguay. Eso no le impidió mantener el contacto con la realidad argentina. La noche del 13 de junio de 2018 se había puesto el despertador para no perderse la media sanción en la Cámara de Diputados de la ley por el derecho al aborto en la Argentina. “La vi directo en la tele desde Montevideo y tuve una decisión irracional: simplemente dije ‘Tengo que agarrar la cámara e ir a filmar’”, recuerda hoy, un año después, con su película Que sea ley a punto de estrenarse. “Dejé lo que estaba haciendo y tres o cuatro días después estaba en la Argentina”, cuenta Solanas. Todavía no sabía si iba a hacer una película, sólo se calzó la cámara y se aprovisionó el material necesario y fue a filmar al Congreso a esa marea humana de la dignidad verde.
“Era consciente que si salía la ley no iba a hacer nada. Pero dije: ‘Es un momento histórico. Algo haré con esto algún día’. Yo pensaba que iba a salir la ley. Después de semanas y semanas, el cielo se fue oscureciendo”, explica Solanas sobre el proyecto legislativo que naufragó en la Cámara de Senadores, donde algunos/as dieron discursos históricos y otros simplemente salvajes. Que sea ley –desde el título ya tiene una toma de postura-, tuvo su première mundial en el Festival de Cannes de este año y hace unos días se presentó con referentes argentinas en San Sebastián. Ahora, llega el turno de mostrarla donde sucedieron los hechos: este jueves 3 de octubre se estrena en la Argentina.
El film registra el movimiento de mujeres en las calles de Buenos Aires y sigue todo lo sucedido hasta la votación en Senadores en agosto de 2018. También tiene testimonios de varias referentes en la lucha por la legalización, como la investigadora Dora Barrancos, la escritora Claudia Piñeiro, la periodista Mariana Carbajal, la actriz Muriel Santa Ana y Martha Rosenberg, integrante y pionera de la Campaña por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito. Hay fragmentos de los discursos de algunos/as legisladores/as, como los de Silvia Lospennato, Pino Solanas o Silvia Elías de Pérez. Solanas también incorporó opiniones de curas a favor de la legalización del aborto y del derecho de las mujeres a decidir. Pero ahí no terminó todo: el cineasta recorrió 4 mil kilómetros a través del país para recoger los testimonios de las víctimas del aborto clandestino. Son momentos que estremecen sobre casos que incluso tuvieron repercusión pública.
-¿Por qué decidiste que fuera así y no una ficción?
-Siempre con las películas que hice tuve atrás una motivación política o ideológica. No sé qué adjetivo ponerle. Detrás de todo lo que hago tengo una motivación que se ve o no se ve, pero que, en todo caso, es la que a mí me gusta hacer. Filmar por filmar no me alcanza. Yo no extraño filmar. Me copo con querer contar algo porque siento que es importante que lo sea. Y ahí me engancho y soy re visual. Pero sin eso no me engancho.
-En Nordeste, tu ópera prima de ficción, abordabas el tráfico de niños, pero el aborto ya estaba muy presente.
-Diría que es la trama central porque la mujer está embarazada y se hace un aborto clandestino. A mí me pasó una cosa muy simple: yo crecí en Francia. Llegué a mis 10 años, años 76/77. En Francia, el aborto es legal desde 1974. Crecí en un país donde no era un tema. Y fui adulto en un país donde el aborto no es tema. Siempre fui un pibe que tuvo muchas amigas. Eramos un grupo de amigos y amigas en la escuela. Eramos de todos los colores y de todos los lugares porque era un momento muy especial en Francia, antes de Le Pen. Estaba bueno. Y yo nunca escuché de una amiga, ni de una novia de un amigo sobre el tema. A comienzos del 2000 en una cena en Buenos Aires escuché que alguien dijo que una mujer se murió por un aborto clandestino. Pregunté: “¿Por qué clandestino?”. Me dijeron: “Porque está prohibido”. Pensé que era una joda.
-Eran muchos años viviendo en Francia y acá es otra realidad...
-Otra realidad. Yo siempre extrañaba acá, por supuesto, pero no esto. De hecho, esto me shockeó. Además, Argentina, a pesar de todos los problemas que sabemos que tiene, a nivel de derechos humanos es vista como de vanguardia: desde el Juicio a las Juntas al matrimonio igualitario. Entonces, me resultó muy anacrónico e inverosímil. Es una cosa que sigo sin entender. Tanto me quedó en la cabeza que lo metí en la trama de Nordeste. Desde ese momento, el tema lo tengo ahí. Tampoco es que yo sea un militante feminista. Yo hago cine y mi motivación siempre es política.
-Ahora, Que sea ley tiene algo de militante. También en los carteles con letras grandes blancas y fondo negro en pantalla que remiten a La hora de los hornos.
-Sí, es un homenaje directo a La hora de los hornos. Es un poco anunciar el color de la película. Yo no lo llamaría documental. Para mí, Que sea ley es cine militante, cine político. No sé cómo llamarlo, pero no es un documental educado que ves en Netflix, donde está el “por” y está el “contra” y está todo “pro”. Desde el comienzo, la película anuncia el color. También tuve claro desde el comienzo que no quería hacer un panfleto. En absoluto. Quería registrar la realidad y mostrar para que alguien se pueda hacer una opinión sobre este tema, que es tan complicado.
-¿Es una película para convencidos?
-No, de hecho yo no la hice para convencidos porque ¿qué interés tiene un convencido de ver esta película? Digo, Que sea ley, es a favor. Diría que a un militante le puede dar bronca o energía de seguir la lucha. Por un lado, la hice porque se me antojó, sin saber si iba a ser al final una película. Cuando digo “Se me antojó” quiere decir que me di todos los placeres formales y de discurso. Yo quería dar mi mirada desde mi lugar, el de un hombre que no vive en la Argentina, que creció en un mundo muy diferente como era Francia. Y veo una realidad que me parece muy rara. Me pasé ocho meses haciendo la película y me crucé con mucha gente que me preguntaba qué estaba haciendo. Es un tema que uno no sabe qué piensa el otro. Entonces, al contar, muchas veces veía caritas del tipo o de la mina que seguramente se preguntaban: “¿Por qué le pregunté esto?”. A veces, había tiempo y hablaba. Me daba cuenta de que había mucha…no sé si desinformación, pero por lo menos desconocimiento. En un país con la grieta y con todos los quilombos, parecían decir: “Yo no quiero otro quilombo más. Prefiero no saber mucho”. Me tiraban frases como: “No, pero ¡matar bebés! ¡qué tremendo!”. Te dabas cuenta de que un par de slogans entraban pero no había un conocimiento para ver qué pasa y, en todo caso, que reflexionen. Y, en realidad, es lo único que me propuse con la película, de no ser mala leche. El lado antiderechos no está caricaturizado, no elegí para nada ese camino, aunque es un festival lo que uno puede encontrar ahí.
-¿Por qué la película está dividida a través de esos carteles negros con letras blancas en temáticas?
-Es loco porque no me propuse hacer una película pero sí la empecé a filmar con capítulos en la cabeza, con la estructura que tiene. Hay una estructura que saltó, que es la realidad. Desde el comienzo, yo quería mostrar la realidad, siempre subjetiva, pero por eso no intervengo, no se me ve. Básicamente, los testimonios los armé así: “Acá está la cámara para que vos le digas a la audiencia lo que le quieras contar en el marco de esta película que se llama Que sea ley”. Y frente a lo que ellos decían yo no repreguntaba. Para mí, los testimonios son la columna vertebral de la película porque son la realidad. Yo tenía en la cabeza el capítulo “La realidad”, pero cuando empecé a montar me di cuenta de que era imposible. Finalmente a esa realidad, la dividí en toda la película. Esa fue la única diferencia entre lo que tenía en la cabeza y lo que quedó: “Creencias, “Doble moral”, etcétera. A todos esos capítulos los tenía desde el comienzo y cuando fui a filmar a referentes les hacía preguntas del tipo: “Si te digo doble moral ¿qué me decís?”.
-¿Una síntesis de la película es el recorrido de la lucha feminista por la ley por la legalización del aborto?
-Sí, aclaro que no soy un especialista y que tampoco es que haya tenido como couch a una especialista que me dijera: “Tenés que hablar de esto y de esto”. No. Es la mirada de un cineasta. Yo millito por la igualdad. Si mañana la lucha es contra el racismo, haría perfectamente una película contra el racismo. Son temas que me convocan.
-¿Qué pasó con los espectadores franceses cuando se exhibió en Cannes?
-Estamos en un momento raro, donde ciertos derechos ganados hace décadas se están cuestionando. Eso no lo sabía. Es en Francia, pero también en España. Hay que ver lo que dice el Partido Vox con respecto al aborto, a la violencia de género. En Italia están queriendo cambiar la Ley 574 sobre el aborto. Esto lo descubrí ahora.
-¿Tiene que ver con el resurgimiento de la ultraderecha en Europa?
-Sí, tiene que ver con eso y mi lectura es que estamos en estos últimos años viviendo una especie de la llamada Cuarta Ola Feminista. Si bien falta mucho, se están logrando cambios. Hay cosas que están cambiando de verdad. Yo veo esto como una reacción a eso. El aborto es una manera muy fácil de atacar a la mujer. Te cuento porque en Francia enseguida me contactaron feministas francesas para apoyar la película. Llegué a Francia diez días antes del Festival de Cannes y me desayuné con una realidad que no conocía. Conocí a la presidenta de una de las grandes ONG’s francesas que protegen a la mujer y sus derechos reproductivos. Y me empezó a contar que en Francia están muy preocupados porque empieza a haber zonas que, por ejemplo, a 200 kilómetros a la redonda no hay ningún lugar donde ninguna mujer pueda realizarse un aborto. Es porque Francia tiene la doble objeción de conciencia: un médico tiene derecho a ser objetor. Pero hay una segunda protección que es aberrante y dice que ningún médico está obligado a decir si es o no objetor. Lo que pasa es que una mujer va a un hospital y no le van a hacer un aborto pero ella no lo sabe. Pasa un ginecólogo que la va a empezar a boludear: “No, bueno, en quince días...”. Entonces, empecé a ver casos. Ahora ya hay hospitales donde ya se sabe pero hay que conocer que ahí no pueden ir a hacerse un aborto. Aunque tengan derecho, no se los van a hacer. Es tan así que hace poco se publicó un comunicado de cincuenta diputados franceses diciendo: “Está en peligro el derecho al aborto en Francia”. Increíble. Una semana después de Cannes terminé almorzando con la secretaria de Estado a la Igualdad de las Mujeres. Ella nos vino a ver a Cannes. Estaba a cien kilómetros, vino y tomamos un café. Se enteró de todo. Finalmente, a la semana hizo un almuerzo por la película pero, en realidad, hablamos sobre el problema que hay en Francia. También vimos cómo Francia puede ayudar a la lucha de las mujeres en la Argentina. O sea, fui una especie de puente. Y el otro día recibí un mail que en enero se haría una proyección de la película en el Ministerio de Salud Francés invitando a referentes argentinos.
-¿Las imágenes son sólo tuyas?
-Lo único que no es mío son las imágenes de Senado TV y Diputados TV y lo que se ve de TN.
-Hiciste 4 mil kilómetros filmando por distintos puntos del país. ¿Notaste que la problemática es aún más compleja en el interior?
-¿Sabés lo que pasa? Los padres de Liliana Herrera, la chica que murió cuatro días antes del no voto del Senado, viven en un paraje en Santiago del Estero. De la ruta hay un caminito de tierra, al fondo 20 kilómetros y cuando termina ese camino estás a 10 kilómetros de donde ellos están, sin camino. Es tierra fiscal. No sé cómo mierda llegamos. Llegás a un lugar donde hay una escuela pública, cactus gigantes y polvo. Por ejemplo, ahí no pasa el tendido telefónico. No hay teléfono, agua potable ni electricidad. Entonces, en una provincia declarada pro vida, te pasa el problema ahí y la pesadilla se vuelve enseguida máxima. Ya desde cómo la llevan al hospital a una mujer porque no tienen auto. La familia Herrera perdió a sus dos hijas. A mí me shockeó y dije: “Los tengo que filmar”. Y cuando llegás ahí, escuchas la historia y es gente que vive realmente en total estado de desprotección.
-¿Te resulta absurda la frase “Salvar las dos vidas”?
-Me resulta perverso. Es súper perverso y me da bronca. De hecho, la película se propone justamente responder a esa frase y a otra frase que me da urticaria que es “Aspiremos a más”. O “No tomemos atajos”. Son frases asquerosas. O “pro vida”. ¿Cómo pro vida? Si la consecuencia de eso es muerte. Me parece que los que quieren salvar la vida son los verdes. Entonces, es toda una cosa publicitaria. Yo quiero invitar a esa gente a ver la película para que después reflexione. No te digo al Opus Dei fanático, pero hay mucha gente que la veo, gente humilde muy creyente, al que se le puede decir: “Che, mirá el problema que tenemos”. Las estadísticas mundiales indican que en los países con derecho a abortar hay menos abortos. El aborto clandestino mata. Eso es objetivo, indiscutible. Reto a cualquiera a que me diga que algo que está en la película no sea verdad.
-¿Qué sentiste cuando la diputada del PRO Silvia Lospennato dijo: “Que el aborto sea legal, seguro y gratuito”?
-Yo no vivo en la Argentina. Cuando ella cerró el discurso me emocionó mucho. No la conocía. Una de las cosas que quise hacer con la película fue neutralizarla políticamente. Una de las cosas que tiene este movimiento es que es transversal. Sin esa transversalidad no hubiera habido media sanción y no habrá nunca una ley.
-¿Es un tema que para vos atraviesa las ideologías?
-Absolutamente. Y atraviesa los géneros. El porcentaje en las cámaras de los que votaron a favor y en contra es bien parejito. Es un tema muy complejo. Ni jóvenes ni viejos. Podemos decir que los jóvenes están un poquito más a favor, pero es un tema complicadísimo.