Dos hombres se plantan frente a frente en el comedor de un hotel de provincia. Ya se cruzaron antes en el tren que los llevó hasta ese encuentro literario y la cosa pinta mal entre el crítico y el autor en declive de novelas policiales. Uno de ellos amanece muerto y para el otro la restante hora de película es su plazo para desentrañar el misterio y librarse de la culpa. Esa es la propuesta de Daniel de la Vega en Punto muerto, su nuevo film, que estrena este jueves. El director, uno de los portaestandartes del cine de género en la Argentina, responsable de títulos como La muerte sabe tu nombre, Necrofobia o Ataúd blanco, aquí aborda el subgénero de los misterios de cuarto cerrado con una estética de cine policial negro de los años 40/50 y un recorrido sintético que en ningún momento se aparta de su objetivo. Como los clásicos detectives de la literatura victoriana, aquí autor y discípulo deben encarar el misterio que parece irresoluble y el único obstáculo ante su intelecto parecen ser ellos mismos.
En un alto de la filmación de su próximo proyecto, De la Vega recorre con Página/12 los motivos que lo llevaron a correrse del horror sobrenatural tradicional al que venía acostumbrando a sus espectadores y los temas que pone de relieve la película.
-¿Por qué quería trabajar el subgénero de misterio de cuarto cerrado?
-En este caso el proceso de trabajo empezó porque me pidieron un guion por encargo, con la condición de que tenía que ser una película de bajo presupuesto y pocos recursos. En ese contexto, pensada para el concurso presupuestario del Incaa, el formato del misterio de cuarto cerrado es perfecto. Es una ecuación que nos cierra a todos: pocas locaciones, pocos actores, pocas jornadas de filmación. Es una peli muy chica, fácil de resolver desde lo técnico porque está basada en la tensión dramática. Incluso hay pocas locaciones y hasta se repiten, a veces con el simple truco de cambiarle los muebles, ya es otro decorado, porque transcurre en un hotel y todas las habitaciones se parecen.
-¿Es lector de este tipo de relatos?
-Sí, también está mi inquietud natural, soy asiduo lector de Edgar Allan Poe, de Agatha Christie, de Arthur Conan Doyle. En ese tipo de literatura los misterios de cuarto cerrado son muy frecuentes y siempre fueron relatos que capturaban mi atención, pero cuyos finales me resultaban un poco decepcionantes porque la explicación al final era muy mundana o forzada. Y quería trabajar en torno de eso.
-Uno pensaría que es una película que usa de excusa el misterio para tematizar la crítica de artes, pero por lo que cuenta el foco está en los dos ejes.
-En realidad los tres personajes, el escritor, el aspirante y el crítico son un mismo personaje. Creo que en ese tríptico que conforman estamos todos los que nos dedicamos al hecho creativo. Hay un personaje que quiere llegar a ser algo o alguien, otro que fue alguien en el pasado y un tercero que no permite ser. En ese abanico está el conflicto que tenemos todos los que afrontamos el hecho creativo.
-Pero en ese conflicto aparece la relación con la crítica. ¿Cómo es su relación con los críticos de cine?
-He tenido de todos los escenarios. A favor y en contra. Pero creo que lo importante es la obra en sí misma. La obra se expresa y le pertenece a quienes las observan. En lo personal no tengo un buen concepto del crítico de cine. Hago para la gente. Los que se la dan de espectadores calificados no me convencen mucho. Esa idea tiene que ver con hechos caprichosos, arbitrarios, no es profesionalizado. Lo importante es que las películas lleguen. Ni siquiera a los festivales, aunque me gusta mucho ir a ver cine ahí, mi aspiración es que llegue a la gente.
-Integra un movimiento grande dentro del cine de género, ¿es un problema general de la crítica con este tipo de cine?
-Creo que es un problema de la crítica en general, no es exclusivo del género fanástico. Hay películas buena y malas en todos los rubros y críticos a quienes les gustan o no. Este crítico de la historia es muy particular, pero que existen algunos así, los hay. Los conozco. Pero la inspiración para esta historia vino por otro lado.
-¿De dónde?
-Hace algunos años hice me convocaron de un festival en el que subían a 80 autores a un tren para viajar por la Patagonia. En “Viaje al centro de los confines” yo tenía que filmar el video que documentaba la experiencia. Entonces ellos durante el día hacían talleres, mesas redondas, esas cosas, y a la noche se juntaban a ver películas en el vagón comedor. Ahí pude ver la idiosincracia de los escritores, vi los celos, las ambiciones, las envidias, las cosas buenas y las malas. Y creo que eso lo capturé en la escena de la película. Subieron a 80 escritores a ese tren y fue mágico, porque pude percibir cómo era su universo y eso fue lo que quise retratar.
-Recurrió a una estética que tampoco es la habitual de sus películas. Una línea vinculada a los años 40 o 50, ¿por qué ese tratamiento?
-Por un lado porque ese universo me fascina. Y por otro porque los giros de la historia lo requieren. El esquema del misterio de cuarto cerrado cambia a partir de la incorporación de la tecnología. Si hay teléfonos, celulares y otros recursos, eso cambia la dramática y la ficción. Además, no sé si algún día podré contar otra película en blanco y negro. ¡Era la excusa perfecta!
-Es una película “corta” para los estándares de hoy, ¿la decisión de no contar nada más que ese conflicto fue presupuestaria o hubo algo más?
-Más allá de lo presupuestario, debo reconocer que mi inquietud estaba en el conflicto principal. Es cierto que había un posible interés romántico entre el personaje de Natalia Lobo, la directora del festival, y el protagonista, pero a esa altura del relato ya me desviaba mucho la narrativa y no quería alejarme de ella. Buscaba capturar la atención del espectador y no perderla yéndome para otro lado.