Después de su última edición, en mayo de 2015, se prendieron las alarmas sobre la continuación del Festipulenta. Y es que desde aquel entonces no se supo nada más sobre el festival, devenido en una de las vitrinas por excelencia de la escena independiente argentina. Pero este fin de semana carnavalesco los organizadores del evento, los periodistas Nicolás Lantos y Juan Manuel Strassburger, ponen en marcha, en el Centro Cultural Matienzo (Pringles 1249), el volumen 25 del evento con una de sus propuestas más ambiciosas. “Nunca pasamos tanto tiempo sin hacer el festival. Pero si no lo hicimos, fue por motivos personales y laborales. No estábamos en condición de hacerlo”, justifica Lantos, quien el año pasado viajó a Estados Unidos para cubrir la campaña electoral estadounidense. “Además, desde que cerró Zaguán Sur, hacerlo en otra cede implicaba una cuota de trabajo mayor. Si bien en el (Centro Cultural) Matienzo y en el Salón Pueyrredón, donde lo veníamos haciendo, nos tratan estupendamente y son lugares que están más que bien para llevar adelante el Festipulenta, implican una cuota de trabajo mayor”.
–¿Será éste el último Festipulenta? Se especuló con que no se haría más.
Nicolás Lantos: –Lo que habíamos sentido con Juan es que todo había quedado medio en el aire. Yo no sé si será el último. Lo dudo mucho. Lo que no queríamos era que fuera el anterior. Ese cierre del que se habla también puede significar un relanzamiento, ya pensándolo como un festival anual. A diferencia de las ediciones anteriores, lo que caracteriza a este Festipulenta es que tuvo muchos meses de laburo previo. Es el más grande que hicimos. Son cuatro fechas con cinco bandas. Están artistas como Shaman, con un acústico, Riel, que se va pronto al festival estadounidense SWSX o Sombrero, que está por sacar su nuevo disco y es una de las agrupaciones que más proyección tiene. Y de ahí, todo fluirá para arriba. Participarán próceres como Paoletti y Rosario Bléfari, bandas del momento de la talla de Mi Amigo Invencible y El Perrodiablo. Igualmente, son de la partida artistas que jamás estuvieron, entre los que destaco a Nahuel Briones y Matina Fages, quienes, si bien se abren de lo que solemos presentar, forman parte del espíritu que siempre tuvimos.
–¿Y cuál ese espíritu?
Juan M. Strassburger: –Que sea un festival de clima amiguero, donde uno pueda disfrutar de la experiencia del rock con el cuerpo y los sentimientos. Y en el que las bandas que tocan, además de sentirse respaldadas por nosotros, compartan ciertas cosas entre sí a nivel organizativo. Nos producen cosas emocionales. Se respira en el aire algo mancomunado y fraterno. Esto ocurre desde el número uno, que hicimos en febrero de 2009, en el (Centro Cultural) Zaguán Sur. Desde ese momento, le mandábamos el famoso mail a las bandas, en el que están todas copiadas, y explicamos los ítems: prueba de sonido, política de ganancias, horarios. Acompañado por la feria, que es fundamental porque ahí surgieron proyectos, festivales nuevos, editoriales, bandas y parejas. El chusmerío que se arma ahí es muy lindo. Aunque también habrá en esta oportunidad un ciclo de poesía, pues está reverberando en Buenos Aires. Ya nivel musical son banads que creen en ella y nosotros en ella.
–El festival se enraizó de tal manera en la escena musical independiente local que tanto público como artistas desarrollaron una suerte de culto por éste que coquetea con la “cultura del aguante”. ¿Opinan lo mismo?
J. M. S.: –Nos gusta que sucediera porque es un reflejo de que se lo siente como propio. Eso hace que sea más lindo. Nosotros logramos que eso suceda. ¿Y cómo lo hicimos? Dedicándonos mucho. También lo conseguimos siendo honestos y transparentes con las bandas. Preocupándonos por lo que suceda con el público.
N. L.: –La salvedad que quería hacer es que acá cada vez que se habla de “cultura del aguante” se refiere a la futbolización del rock. Y, en ese sentido, somos todo lo contrario.
–Estéticamente, ¿son un festival de música indie o más bien reivindican la independencia artística?
J. M. S.: –Somos indie, independiente y under. Esas etiquetas tienen diferentes connotaciones y épocas. Es también un festival que recupera cómo se viven los recitales en el Conurbano, y en un montón de lugares así. Así que tratamos de armar un lugar en Capital donde se pueda vivir esa experiencia, esa manera de vivir y experimentar el indie. Ese fue el disparador.
N. L.: –Hay dos corrientes: una que está influida por el britpop, y que tiene una cosa más cuidada y quizá fría para nosotros. Y una under que remite más al espíritu americano. Es más desprolija y busca matices sonoros a través del ruido, y eso nos resulta más atractivo. No en detrimento de la otra, sino que nos parece que tiene algo nuevo para decir y más auténtica al momento de reflejar situaciones de cotidianidad que vivía gente de la generación a la que pertenecemos en la última década. Fue una época muy particular salir del under en sí y de nuestros proyectos de vida. Y eso nos llamó a hacer cosas. Dejamos el lugar pasivo de espectador para convertirnos en productores. El concepto de Pulenta pasa por eso: por bandas que se hacen cargo del lugar geográfico y generacional que ocupan. Y tratan de producir desde ese lugar.
–¿En qué se basa su curaduría?
J. M. S.: –El festival tiene su propia personalidad, y ya nos pasó que pide determinadas bandas. No porque un artista me guste mucho, lo meto. Tengo que saber rodearlo. No hacemos cocoliche. Todo se basa en una mezcla de armonía con cierta pizca de novedad.
N. L.: –El criterio curatorial no pasa por algo necesariamente estético, por juntar bandas que suenan parecido, sino que es más orgánico. Esta vez metimos a Revolutiva, que quizá no corte muchas entradas. Pero es una banda de Lincoln, algo así como unos oustiders. Y para nosotros ponerlos es un triunfo. Buscamos fechas que se llenen, siempre tenemos esa posibilidad de salirnos de lo lógico y ser un poco más llamativos que otros festivales.
–Como vitrina, ¿acompañan lo que sucede en la escena o también proponen?
N. L.: –Las dos cosas. En el primer Festipulenta estuvieron bandas como Prietto Viaja al Cosmos con Mariano, Los Reyes del Falsete y Viva Elástico, a los que en aquel entonces iban a ver unas 20 personas. Pero nosotros sabíamos que ahí había algo.
J. M. S.: –Otra cosa fue unir generaciones. En los primeros años, nos concentramos en esa escena. Y luego tiramos lazos hacia la generación anterior, la de los 90. La de Bochatón, Paoletti y Perdedores Pop. Es una forma de decir que esta movida tiene un precedente. Si hubiéramos hecho el festival en esa época, esa gente hubiera tocado.
N. L.: –También impulsamos la relación entre la escena uruguaya argentina con la chilena y la uruguaya, al traer bandas de esos países. Si bien la prensa gráfica siempre nos miró con agrado, nunca tuvimos un apoyo sostenido de un sello o una municipalidad. No tenemos sponsors.
–A contramano del auge en la Argentina de la licencia de eventos musicales internacionales masivos, en el under local, al menos en la última década, se produjo un apogeo de los festivales. Lo curioso de esto último es que prefirió apostar por la autogestión. En su caso, ¿a qué se debió esa decisión?
N. L.: –Nunca nos sentamos a hablar con un patrocinante ni tampoco nos vinieron a buscar. Sí hay una cosa de identidad independiente que no tiene que ver con un desmedro de lo otro. Nosotros no creemos en las antinomias ni en las antítesis. Lo que proponemos es que le vaya bien a todo el mundo. No tenemos problema en juntarnos con una marca para hacer una versión más grande del festival. A lo que no podemos renunciar es a que sea un lugar para pasarla bien. Llevar el Festipulenta a cualquier situación que fuerce filas de dos horas, patovas en la puerta, un vip y que la gente que pagó la entrada esté a 100 metros del escenario, no nos gusta. No es compatible con lo que queremos.
–Tomando en cuenta que ambos son periodistas, ¿qué opinión les merece que en los últimos años colegas suyos se hayan dedicado a crear sus propios ciclos musicales y festivales?
N. L.: –En nuestro caso, que seamos periodistas es casi una anécdota. Somos dos amigos que íbamos a ver bandas, y que no podíamos comprender cómo no había una escena en Buenos Aires. Así que quisimos contribuir a formarla. Y ocho años más tarde te puedo decir que el objetivo se cumplió. Cuando empezamos, Capital era un desierto y hoy es riquísimo. Debido a que nos parecía poco ético hacer una nota con una banda, y luego meterla en el festival, decidimos usar el dinero que nos queda para invertirlo en gastos operativos o pasajes para los grupos. El Festipulenta es sin fines de lucro.
J. M. S.: –Para un periodista, escribir sobre una banda no alcanza. También necesitás hacer algo más. Pero si hacés un ciclo podés favorecerla mucho más. Cuando arrancó el Festipulenta, muchos de los grupos que estaban no eran conocidos. Crecimos y ayudamos. Y lo hicimos como productores.