La soprano lírica Jessye Norman, una de las grandes voces de las últimas décadas, y una carismática artista, murió el lunes en Nueva York. Hacía dos semanas había cumplido 74 años y según anunció su familia, la razón del deceso fue un shock séptico, después de sucesivas complicaciones tras una lesión de la médula espinal que sufrió en 2015. Norman nació en Augusta (Georgia) en 1945, en una familia afroamericana en la que la música sirvió como antídoto a la segregación racial que dividía la sociedad norteamericana. Su madre era pianista aficionada y su padre, corredor de seguros, cantaba en el coro de la iglesia. El armonio de las casa de sus abuelos maternos, según cuenta Norman en sus memorias (Stand Up Straight and Sing!, que publicó en 2004), fue su primer juguete, la primera herramienta musical para un sueño que creció frente a la radio, cuando la niña se fascinaba escuchando ópera.
Norman se formó en Estados Unidos. Primero obtuvo una licenciatura en música de la Universidad de Howard en Washington, que históricamente amparó a estudiantes negros, y luego se perfeccionó en la Universidad de Michigan con el barítono francés Pierre Bernac y en el Conservatorio Peabody de Baltimora. Su condición de afrodescendiente no le impidió ganar un lugar importante entre las cantantes de su tiempo. Sostenida por una voz suntuosa y poderosa, y una personalidad descollante, su carrera en la lírica comenzó en Europa. En 1968 se impuso en el Concurso Internacional de Música de Múnich y al año siguiente debutó en la Deutsche Oper Berlín interpretando el papel de Elisabeth en Tannhäuser de Richarde Wagner.
En 1972 debutó como protagonista en Aída de Giuseppe Verdi, en el Teatro alla Scala de Milán, bajo la dirección de Claudio Abbado, y ese mismo año fue Cassandra en Les Troyens de Héctor Berlioz, en la Royal Opera House de Londres. Ahí mismo, al año siguiente interpretó nuevamente a Elisabeth en Tannhäuser. En 1973 pudo debutar en los Estados Unidos, en el Lincoln Center de Nueva York, y recién diez años después, acreditada por la consideración de la crítica europea, debutó en el Metropolitan como Cassandra en Les Troyens de Berlioz, en una producción que como parte de las celebraciones por el centenario del teatro contó además con la participación del tenor español Plácido Domingo.
Reconocida en todo el mundo como una de las voces más atractivas y versátiles, Norman completó el camino que habían comenzado otras cantantes afroamericanas, como Marian Anderson, Dorothy Maynor y Leontyne Price. “Gracias a ellas hoy puedo elegir cantar ópera francesa u ópera alemana, en lugar de que digan ‘cantarás Porgy and Bess’”, declaró en una entrevista a The Times en ocasión de su debut en el Metropolitan. En esa misma entrevista ponía en duda el final de los prejuicios raciales en Estados Unidos. “Una cosa es tener un conjunto de leyes, y otra muy distinta es cambiar los corazones y las mentes de los hombres. Eso lleva más tiempo”, dijo. En 2014, en el mismo diario denunció la persistencia de la discriminación en el mundo. “¿Entonces por qué podemos imaginar que las barreras raciales en la música clásica y la ópera se han ido?”, preguntó.
Las décadas de 1980 y 1990 fueron determinantes para consolidar su presencia en los teatros y las salas de concierto más importantes del mundo. La matriz sedosa de su voz y su registro extenso la distinguieron particularmente en el repertorio Wagneriano. También Bizet, Verdi, Strauss, Mahler, Debussy, Ravel y Alban Berg, hasta los clásicos Gluck, Mozart y Beethoven y el barroco Henry Purcell, además de lieder de Schubert, Schumann y Brahms, canciones de Duke Ellington y Michel Lengrand y los entrañables Spirituals, formaron parte del universo expresivo amplio y excelente de una cantante que no aceptó divisiones ni encasillamientos. Esa riqueza quedó reflejada en una inmensa discografía, en la que también asumió los desafíos de interpretar títulos poco frecuentes, como Edipo Rey de Stravinsky, Diálogos de carmelitas, de Francis Poulenc, El Castillo de Barba Azul de Bela Bartok, Erwartung de Arnold Schönberg y El caso Makropulos de Leoš Janáček.
Ganó cinco premios Grammy, entre ellos uno a la carrera en 2006, y recibió la Medalla Nacional de las Artes de manos de Barack Obama. Fue galardonada con la Legión de Honor en Francia y laureada Doctor Honoris Causa de la Universidad de Oxford en 2016. Cantó en la ceremonia de asunción de Ronald Reagan en 1985 y en la de Bill Clinton en 1997. También en el cumpleaños de la reina Isabel II de Inglaterra en el Palacio de Buckinham y en las celebraciones del bicentenario de la revolución francesa en la Place de la Concorde en París. Alguna vez el crítico norteamericano Edward Rothstein describió su voz con una “mansión de sonidos”. “Se abre a visitas inesperadas. Contiene habitaciones iluminadas por el sol, pasillos estrechos, salas cavernosas. Con su presencia física y la expansión de su voz, Norman es la verdadera patrona de casa”.