El pasado diciembre, unos días antes de que los tribunales navarros hicieran pública la sentencia contra los miembros de la Manada, como se conoce al grupo de varones que perpetraron la violación múltiple contra una chica de 18 años en los Sanfermines de 2016 (sentencia que este junio fue revisada por la Corte Suprema que elevó la pena de 9 a 15 años), una web conmocionó -aún más- a la opinión pública española… “Entre el alcohol y el desenfreno, cinco varones con peinados a la última moda se encuentran a una joven en la céntrica Plaza del Castillo. Veinte minutos después entraban con ella en un portal a 300 metros de distancia y la agredieron sexualmente. ¿Qué pasó en esos 20 minutos? ¿Dónde fueron los agresores después? ¿Cómo los identificó la policía? ¡Descúbrelo todo en este tour!”, promocionaba la web del infame Tour la Manada , que con especial cinismo prometía “un recorrido por los puntos clave de la famosa noche” en la que cinco hombres violaron en grupo a la víctima en un portal de Pamplona. Incluía además aclaraciones del tipo: “Se podrán adquirir las camisetas que vestían los miembros de la Manada en una tienda cercana” o “Habrá a la venta calcomanías que imitan el tatuaje de El Prenda, uno de los acusados”.

Sobra decir que los diarios se hicieron eco del indignante tour, y la noticia se viralizó rápidamente. En algunos casos, dándolo por cierto; en otros, cuestionando la veracidad de una propuesta tan brutal, que glorificaba de manera épica la violencia machista. “¿Es esto real? ¿Personas recorrerán entre diciembre y marzo las calles que fueron el calvario de una mujer que lleva dos años siendo cuestionada por la justicia y parte de la opinión pública?”, se preguntaba la publicación Vice España, destacando que fuese una campaña de denuncia o fuese una mofa, daba lo mismo: era una auténtica basura “porque instrumentaliza el sufrimiento de una víctima y contribuye a que recordemos el caso de la Manada como un circo más que como lo que realmente es: una herida abierta en la sociedad española”.

Cuestión que, tras conocerse la sentencia contra la Manada, cambió el contenido del sitio del tour, aclarando sus creadores que su página había sido una “bomba mediática” para comprobar “cómo los medios de comunicación se lanzan como hienas a cualquier cadáver”. El tour era ficticio, una suerte de performance sociológica contra la desinformación, contra el sensacionalismo, según aclaraba su autor: Ramón Sáenz de Miera, aka Anónimo García, miembro fundador de Homo Velamine, colectivo anti-dogmático de agitación cultural dedicado a incomodar a biempensantes de izquierda y derecha con acciones de impacto mediático, según han sido definidos.

Anónimo García durante una acción del colectivo Homo Velamine

Con la provocación como bandera, entre las acciones de este colectivo es moneda corriente el troleo: han ido a manifestaciones por la independencia de Cataluña con banderas de España; se han vestido de sacerdotes, o “cleroflautas”, para bendecir el renovado liderazgo de Pablo Iglesias, del partido de izquierdas Podemos; han invadido Madrid con falsas advertencias que pedían a inquilinos desalojar sus hogares por el derribo de “inmuebles feos” bajo decreto de la entonces alcaldesa Manuela Carmena… “Vivimos en una época de democracia espectacular, donde la línea entre realidad y ficción es tan delgada que nuestras acciones son absolutamente creíbles”, se jactan quienes gustan plantar el cebo y esperar que el periodismo pise el palito, para luego aclamar: ¡Desinformación! En ese contexto enmarcan su controvertido Tour la Manada, una pieza “artística” por la que el mentado García ahora podría ir a la cárcel…

“Tres años, tres meses y un día de prisión por un delito contra la integridad moral de la víctima y otro de odio: esta es la pena de cárcel que pide la acusación para el creador de la polémica web, imputado ahora por el juzgado de instrucción número 4 de Pamplona”, anota el diario El País en un artículo reciente. Para la defensa de García, el caso atenta contra la libertad de expresión. Para la abogada de la víctima, empero, la web “ha agravado el trastorno de estrés postraumático que ella padece como consecuencia de los hechos sufridos durante las fiestas de los Sanfermines”.

***

Para indagar en las múltiples problemáticas que se desprenden del Tour la Manada, Las12 conversó con la artista multidisciplinaria María Emilia Franchignoni, magíster en Estudios de Performance por la Universidad de Nueva York, que actualmente se desempeña como profesora de la materia en la Universidad Nacional de las Artes (UNA). Como directora teatral y dramaturgista, M.E.F. llevó a escena el estreno absoluto en español de Freshwater, de Virginia Woolf, y por estos días puede verse en el Centro Cultural de la Cooperación la obra Cuentos de Hades (basada en los relatos de Luisa Valenzuela que versionan clásicos cuentos de hadas de Perrault), de la que es intérprete y directora. Entre sus performances más notables, des.con.figuración, donde abordaba los efectos del morboso discurso sensacionalista de los titulares de revistas como modelador de mujeres; y Hábitat, una meditación sobre los femicidios que se preguntaba qué hay detrás del descarte de los cuerpos de las mujeres como basura.

“Lo que el Tour la Manada trae en primera instancia es una vacilación: ¿es o no es una obra artística? Una duda muy sintomática de la contemporaneidad, en sintonía con lo difícil que se ha vuelto hacer la distinción con ciertas manifestaciones o intervenciones”, ofrece Franchignoni. Asumiendo que se trata de una obra artística, continúa, “hay un presupuesto ingenuo, demasiado elemental en la argumentación que expone el colectivo: esa idea de que el arte es una zona liberada, como si se tratase de una especie de espacio anómico donde se suspenden las normas y todo vale. Un argumento similar al planteado por los tipos que violaron a la chica en los Sanfermines o a ciertos jueces que asumieron que había existido consentimiento por tratarse de una situación de fiesta, de carnaval, donde se suspende la normativa cotidiana… Pues, no es verdad que no haya reglas en el arte: tiene sus sistemas, sus criterios y sus rituales de legitimación y de valoración, normas que lo constituyen, aunque hayan sido cuestionadas, renovadas o empujadas hacia los límites por las vanguardias. Tampoco está exento de cuestionamientos éticos, algo que se dio bastante con la irrupción del arte de performance de los años 60, con artistas que ponían en escena situaciones muy extremas. Franko B cortándose las venas y dejándose desangrar en plena epidemia del Sida en Estados Unidos. Las primeras obras de Ana Mendieta, donde fotografía escenas de un cuerpo de mujer, el suyo, para denunciar una violación que había acontecido en el campus donde estudiaba. O Couple in a Cage, de Gómez Peña y Coco Fusco, de los 90s, que de cara a los festejos de los 500 años del descubrimiento de América, arman un tour donde se exhiben a sí mismos haciendo creer a los visitantes que son dos amerindios recién descubiertos, de un pueblo indígena ficticio del Caribe.

--¿Qué sucede cuando una obra involucra a una tercera persona que no ha dado su consentimiento para que se lucre (simbólicamente) con su figura?

--Ese es un tema vital: ¿Qué políticas entran en juego cuando representamos a personas que no tienen voz propia, y que ni siquiera son consultadas? ¿Qué pasa con la elección de una mujer de ser o no ser representada? Cuando a partir de los años 60 y en comunión con los movimientos feministas de entonces, las mujeres artistas empiezan a poner sus propios cuerpos en escena, cuestionan concretamente esas políticas de representación del arte, las políticas de la mirada, las dinámicas del deseo… Ese es justamente el problema de esta supuesta obra de arte, conforme alega la abogada de la chica: la forma en la que esta performance hace alusión a la violación claramente vulnera los derechos de la víctima, y la afecta psicológicamente en tanto están promoviendo una especie de show en torno a algo terrible que le pasó. Hay además un tema de apropiación, porque se la está utilizando para sacar un rédito artístico, y no precisamente de una manera empática y solidaria.

--Anónimo y compañía se proponen a sí mismos como una instancia crítica de la forma en que los medios masivos de comunicación cubren o tratan ciertas noticias…

--Digamos que los enmarcamos en la tradición de obras o acciones que han intervenido críticamente en medios de comunicación en la historia del arte: aún así tampoco es demasiado original su planteo, considerando antecedentes como Tucumán Arde, en los 60s; Orson Wells y el famoso chasco de La guerra de los mundos; o dentro de la performance, el Accionismo Vienés simulando la amputación genital de uno de sus miembros a partir de un medio de reproducción técnica como la fotografía. Tampoco queda claro cómo entra el cuestionamiento en el diseño de su obra. Porque lo que hacen es reproducir esas lógicas violentas y sensacionalistas que dicen repudiar, sin ningún tipo de intervención crítica. Apelan a un discurso seductor, publicitario; y el tono que usan es celebratorio, lo cual no solo legitima lo sucedido sino que exhibe una especie de goce. E ignora completamente el lugar de la víctima. El desdén es muy marcado...

--¿Considerás válida la denuncia de la víctima o te parece un gesto de censura?

--Me parece completamente válida, y quienes la atacan por atentar contra la libertad de expresión me recuerdan a los reaccionarios que buscan perpetuar el estereotipo de feminists killjoys, las feministas aguafiestas que censuran. No es censura: es señalar que esta expresión presuntamente “artística” vulnera los derechos de la víctima. Además, si lo que querían era criticar el sensacionalismo puro y duro, habría que preguntarse: ¿por qué eligieron abordarlo desde este tema concretamente?, ¿por qué elegir una violación en manada habiendo tantas noticias? Es muy perverso, porque reproducen la misma lógica de espectacularización y de morbo que se genera alrededor de las violencias ejercidas contra las mujeres. En La escritura en el cuerpo de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez, Rita Segato habla de los femicidios como actos comunicacionales mediante los cuales esta cofradía de machos se envían entre sí la legitimación del poder machista, del dominio sobre el cuerpo de la mujer. Es el fin para el cual los perpetradores ejecutan las violencias, y la espectacularización de los medios deviene herramienta clave para lograrlo. Por eso la manera en la que se cubren estas noticias es algo que está muy en el tapete en el periodismo hoy en día, para no generar la violencia de la espectacularización y una segunda violencia, el adormecimiento o anestesiamiento del público. Ciertas narrativas mediáticas tienden a naturalizar y distanciar del hecho; y son esas estrategias narrativas las que replica esta performance, yendo incluso más lejos…