Una mujer fuma un cigarrillo apoyada en la pared de un edificio antiguo y grafiteado de la Ciudad de Buenos Aires. A su alrededor se desarrolla la rutina citadina de un típico día de semana. La mujer parece fumar ensimismada en sus propios pensamientos, pero de repente una escena que sucede a unos metros llama su atención: una madre pasa caminando con su hija pequeña de la mano. La niña se detiene en medio de la vereda negándose a continuar. La madre la reta, le insiste en seguir, y luego de algunos intentos finalmente logra que la niña obedezca. Madre e hija siguen su camino, pero la mujer que fuma se queda fija en esa imagen y, como si eso la despertara de un letargo, la mujer tira el cigarrillo y entra al edificio.
Con esta escena extremadamente significativa para lo que después se irá desarrollando a lo largo de la película, donde una de las tramas principales narra un complejo y llamativo vínculo entre madre e hija, comienza La deuda, el último largometraje del director Gustavo Fontán. Una coproducción de Lita Stantic y el El deseo, la reconocida productora de Pedro Almodóvar.
Con el transcurrir de los minutos, vamos teniendo cada vez más indicios de quién es esa mujer y de cuál será el conflicto que tendrá que atravesar durante todo el argumento del film: Mónica, interpretada en un registro casi huppertiano por la actriz Belén Blanco, es una empleada administrativa que ha robado dinero de su trabajo y que, al ser descubierta por uno de sus compañeros, dispone de apenas catorce horas, en su mayoría nocturnas, para devolverlo. Pero, ¿quién es Mónica entonces? ¿Para qué necesita el dinero? ¿Cuál fue el motivo que la llevó a esto? Esas son algunas de las intrigas que va tejiendo, de manera astuta y en un tono entre austero y minimalista, esta película donde las acciones, los sonidos y las imágenes juegan siempre un rol mucho más importante que las palabras.
Mientras el tiempo es cada vez menos para la protagonista, Mónica va visitando diferentes personas para lograr su objetivo y, poco a poco, y siempre a través de los vínculos que se establecen entre los personajes, se irán develando los indicios: Mónica va en busca de dinero a la casa de su hermana, quien evidentemente es su antítesis por haber asumido el rol de esposa-madre de una familia típicamente hetero-patriarcal; allí se cruza con un ex amante suyo que parece seguir enamorado de ella, y consigue seguir viaje con él para pedirle otro préstamo. Además, también le pide que la lleve hasta su casa, y es ahí en donde conocemos a su pareja: un hombre de aspecto sombrío y depresivo que mira televisión en piyama, la recibe con indiferencia, y se violenta con ella cuando ve que Mónica vuelve únicamente para llevarse más dinero.
La protagonista recorre calles y suburbios, casas y personas, pero con ninguna de estas desarrolla algún tipo de afecto; todo va indicando que, al aparecer el interés económico de por medio en los vínculos humanos, estos terminan distorsionándose en meros intercambios mecanizados que solamente sirven para lograr un determinado fin. En ese sentido, la relación entre Mónica y su madre (Leonor Manso) funciona como ejemplo, no solo porque el dinero también atraviesa este vínculo, sino porque lo que se desarrolla entre ellas pareciera ser una dialéctica de dominación y sometimiento, de “ama y esclava”, donde el cariño, al verse corrompido por estos mecanismos, tampoco encuentra la manera de fluir libremente.
Por eso mismo, el conflicto principal de la película no es para nada casual, sino que representa un eslabón más de esa cadena capitalista mundial, donde las transacciones utilitarias y las relaciones de poder resultan inevitables.
“Me empecé a preguntar qué pasa en los vínculos humanos atravesados por el dinero. Lo que va provocando un mundo muy deshumanizado, y que nos va dejando cada vez más solos”, dijo hace unos días Gustavo Fontán en relación a la película. Es por eso mismo que la protagonista podría ser cualquier otra persona, y el motivo de su deuda cualquier otro también. Pero la elección de una mujer para este rol, finalmente tampoco parece haber sido una cuestión azarosa, porque Mónica, al igual que muchas otras personas que se sienten identificadas con cuerpos femeninos y que hoy están luchando por sus derechos, actúa siempre, en el argumento de la película, desde un lugar instintivo que busca romper con los equilibrios establecidos a la espera de que emerja algo distinto, y también muchas veces termina siendo castigada por eso. En relación a esto, Belén Blanco reflexiona:
-Creo que Mónica representa de alguna manera el rol de las mujeres en la sociedad, porque parecería ser que toda mujer que se aleja de lo que sería un rol o un lugar establecido socialmente, termina siendo, al final de cuentas, excluida por esa misma sociedad, y esto muchas veces la puede llevar también a desconocer su propio deseo.
Cada plano de La deuda va acumulando cada vez más tensión, buscan incomodar y no dejarnos nunca tranquilxs. Y las distintas temáticas sociales que atraviesan toda la película están presentes siempre en lo simbólico y en lo latente: en los subtextos y en la puesta en escena, esos hilos invisibles que en muchos momentos parecieran tener la intención de narrar el tremendo contexto actual de crisis y de sostenido ajuste económico-social al que somete este gobierno neoliberal a toda la población; y también la grave realidad que vivimos todas las mujeres, lesbianas, travestis y trans por ser siempre las más perjudicadas, porque la desigualdad existe en todos los ámbitos y muchas veces necesitamos endeudarnos para poder sobrevivir.