Desde Medellín, Colombia
“Los gusanos se arrastran, pero las mariposas al fin levantan vuelo”: con esa alegoría, Jesús Abad Colorado, Premio a la Excelencia en el Festival Gabo 2019, comenzó a darle un cierre a la poderosa charla que abrió la segunda jornada del encuentro del periodismo iberoamericano en la capital antioqueña. El reportero gráfico colombiano posee una obra fotográfica sobrecogedora que retrata los años y años de enfrentamiento armado en su país; una serie de imágenes a las que basta echarles un vistazo para entender por qué la Fundación Gabo quiso distinguirlo en esta séptima edición. Pero en sus imágenes no solo se transparentan los horrores sino que late una humanidad, una empatía con sus retratados, que llevó a una pregunta de este diario: ¿qué cosas sostienen a un fotrreportero que consigue esa conexión con lo que retrata, cuando el dolor de la situación puede ser abrumador? ¿Cómo se hace para no tirar la toalla, no dejarse vencer?
El fotógrafo de 52 años, nacido en Medellín en una familia de campesinos, no dudó al señalar que siempre se interesa en volver a los lugares y mantener la conexión con los retratados, en continuar sus historias y comprobar que la vida al fin se abre paso, que muchos sobrevivientes consiguieron reconstruir sus vidas a pesar del dolor y la pérdida: que allí radica su fortaleza como periodista. Así, la presentación del reconocimiento por sus “retratos de una guerra entre hermanos” fue una manera luminosa de iniciar una nueva seguidilla de actividades que hacen del Festival Gabo una cita ineludible para profesionales de todo el continente, para dar cuenta de las cuestiones que preocupan a periodistas y medios de la región.
Y otra vez, hubo mucho para guardar en la libreta. En conversación con la brasileña Natalia Viana, la colombiana María Jimena Duzán y el peruano Gustavo Gorriti analizaron las múltiples ramificaciones del Lava Jato y el modo en que la empresa Odebrecht extendió una metodología de corrupción sin distinción de banderas. Cerca del Patio de las Azaleas, Luciana Peker protagonizó una vibrante charla que arrancó con su libro La revolución de las hijas, pero en el diálogo con la española Montserrat Domínguez y en el intercambio con les asistentes se fue dibujando un intenso análisis del estado del activismo feminista y la lucha por el aborto legal, seguro y gratuito. Al lado, Facebook continuó con su programa permanente de charlas abiertas al público, centradas en cuestiones como los cambios de su algoritmo o la cuestión de las noticias falsas. En el Parque Explora, la española Pepa Bueno, la chilena Paulina de Allende-Salazar y las colombianas Mónica Jaramillo y Pilar Calderón se internaron en Periodismo contra reloj en un tema siempre presente en la profesión, la búsqueda de la primicia, ahora hiperestimulada por la revolución digital y la necesidad de ofrecer información al momento.
Y mientras tanto, cerca del Orquideorama Martín Murillo empujaba por enésima vez su carreta de libros, seguido por un enjambre de niños: el gestor cultural suele recorrer los barrios impulsando el amor por la lectura, y en el Festival busca periodistas de diversos países que se animen a un rato relajado en la Biblioteca del Botánico leyéndole cuentos a los pibes. Y al mismo tiempo –o casi- en el Salón Restrepo el venezolano Juan Andrés Ravell daba cuenta de Ampli, un proyecto novedoso que tiene que ver con su procedencia del mundo del espectáculo antes que del periodismo: los clips que presentó, con animaciones en las que se explica cómo fugar dólares a cuentas fantasma o como gestionar “propinas” para obras monumentales que nunca se concretan, dejaron en los asistentes un gesto repartido entre la risa y la mueca resignada.
Todo eso, y más, se fue desarrollando en una jornada que fue, también, la preparación para el anuncio de los ganadores del Premio Gabo , que también sabe de momentos de zozobra: sobre el mediodía, Medallo se descargó con uno de sus típicos diluvios instantáneos, que provocó una desbandada en las áreas descubiertas e hizo temer por la gran ceremonia nocturna en el Orquideorama, que está solo parcialmente bajo techo. Pero al aguacero llegó y pasó, y al rato nadie lo recordaba. Nada, ni las inclemencias climáticas inesperadas, parece capaz de detener al Gabo.