La tarea de armar una nueva hoja de ruta para el Banco Central no es simple. Los interrogantes son numerosos. ¿La próxima gestión comenzará con algo de reservas? ¿La reducción de la tasa de las Leliq colaborará para reactivar el mercado interno? ¿El control cambiario para los ahorristas minoristas conservará eficiencia para organizar la salida de divisas? ¿Los créditos del swap con China podrán activarse para aliviar la restricción externa?
El tiempo será el encargado de dar respuestas. Pero es claro que el rumbo de la política monetaria y financiera debe modificarse para intentar recuperar la estabilidad. El resultado de la gestión del Central en los últimos años fue nocivo para el mercado interno. En pocos números puede armarse un balance: la inflación se duplicó, el tipo de cambio subió 6 veces y la tasa de interés aumentó en 50 puntos porcentuales.
La próxima gestión de la autoridad monetaria deberá cambiar sus prioridades. Se trata de una de las principales lecciones de los últimos años. Pensar que la inflación bajará en un solo mandato a tasas de un dígito fue uno de los grandes errores de diagnóstico. La producción y el empleo son las dos variables que deben volver a la agenda de la entidad. La manera de encarar el problema del crecimiento y la inflación requiere ser ecléctico.
El debate de las prioridades de la estrategia monetaria y los precios no es nuevo para los argentinos. Julio Olivera realizó una síntesis brillante en su conferencia de 1956 ante la Academia Nacional de Ciencias Económicas. La presentación se llamó Inflación Estructural y Política Financiera. Leerla no tiene desperdicio: parece escrito para explicar el error de estos años para contener el proceso inflacionario. El economista diferencia a la perfección la lectura de monetaristas y estructuralistas para encarar el problema de los precios.
“La posición monetarista no sólo condena la inflación como perjudicial para el crecimiento sino que presenta el crecimiento económico como una consecuencia normal para un país con estabilidad del nivel de precios”. La capacidad de ahorro de los consumidores puede desarrollarse en forma natural una vez que se elimina la inflación permitiendo la inversión y de este modo un crecimiento regular y sostenido. Por este motivo el único objetivo de la política económica es conseguir la estabilidad de precios.
Los estructuralistas consideran otro objetivo. “El crecimiento y la estabilidad de precios son incompatibles”. El avance de la producción y del ingreso real genera desajustes en diversos puntos del sistema (aparecen cuellos de botella en actividades puntuales). “Estos desajustes originan alzas de precios directos e indirectos que tienden a propagarse de una manera general”. El objetivo de la política económica es resolver la rigidez de la estructura productiva para poder crecer mejor. El foco no está en la inflación agregada.
Los monetaristas apuntan a cortar la inflación y los estructuralistas a un crecimiento balanceado. Son objetivos distintos y los medios para conseguirlos también. “Los monetaristas consideran que el control de la cantidad de dinero es el instrumento apto para alcanzar y mantener la estabilidad de precios”. Desde esta lectura la política monetaria es suficiente para frenar el proceso inflacionario y permitir luego el crecimiento.
En la lectura monetarista el control de la oferta de dinero no es una responsabilidad exclusiva del Banco Central. “La política monetaria incluye además de las acciones de banca central, las medidas gubernamentales relacionadas con los gastos públicos, los ingresos fiscales, la administración de la deuda pública, el ajuste del balance de pagos y, en general, las diversas vías a través de las cuales el Estado influye sobre la oferta monetaria”.
Los estructuralistas avanzan en una dirección opuesta. “El estructuralismo juzga que la política monetaria es impotente como medio para la estabilización de los precios: carece de fuerza contra los factores no monetarios que impulsan la inflación estructural”. En este esquema la política monetaria desaparece como elemento diferencial de la política económica. “Se disuelve en sus componentes: la política cambiaria, la política crediticia y la política fiscal, cada una de las cuales tiene un papel que cumplir en la promoción del crecimiento y las transformaciones que deben acompañarlo”.
La capacidad de Olivera para resumir las ideas es un aporte valioso para pensar la nueva hoja de ruta del Banco Central. La autoridad monetaria no puede caer nuevamente en el error de creer que la inflación es su única prioridad y que resolverla requiere enfocarse únicamente en controlar la cantidad de dinero de la economía. Esto de ninguna manera implica afirmar que la emisión monetaria es inocua para el proceso inflacionario. La pluma refinada de Olivera lo deja explícito con estas palabras: “El grado de flexibilidad de los precios no es extraño a la situación de liquidez a la que se haya acostumbrado a operar el mercado interno”.