Mario Ledesma acuñó una frase en la que intentó sintetizar el espíritu que pretendía darle a los Jaguares cuando los dirigía. Esa base de esta Selección Argentina que quedó al borde de una segura eliminación: “Laburo y locura”. Si descontáramos que Los Pumas tuvieron lo primero, de lo segundo sobró. Sí hubo locura en un sentido figurado – y no como el entrenador quiso explicarla – fue a partir de sus propias decisiones. Antes y durante el Mundial. El conductor de este proceso que termina en fracaso deportivo es el principal responsable de un equipo desdibujado, sin brújula, que había llegado a Japón desgastado por el Super Rugby, con convocatorias y ausencias polémicas, cambios radicales con el torneo ya empezado y un seleccionado convertido en un manojo de nervios. Los Pumas fueron locura, sí, pero en la peor de las acepciones. Una de ellas: su desorden. Perdieron 39-10 con Inglaterra y de no mediar un milagro muy improbable – que Francia sea derrotada por Tonga e Inglaterra y Argentina le gane con bonus a EE.UU – se despedirán en la fase de grupos. Desde el Mundial de Australia en 2003 que no quedaban afuera en primera ronda, algo que se descuenta en todos los análisis.

Podrá argumentarse que la selección jugó 63 minutos con 14 hombres, que Lavanini vio la tarjeta roja por segunda vez en su carrera deportiva, que el árbitro galés Owens fue permisivo con Sinkler y Tuilagi cuando cometieron penales que merecían al menos una amarilla, que pese a todo, Los Pumas estuvieron en partido hasta el descuento del primer tiempo (cuando los ingleses sacaron un indescontable 15-3), pero no fue en este tercer encuentro del torneo donde el equipo empezó a decaer. Ya había dado síntomas mucho antes. En los claroscuros que mostró en el debut contra Francia, e incluso en el partido irregular que jugó contra Tonga. A ese choque con los muchachos de la Polinesia llegaba con una serie de diez derrotas consecutivas. La selección ganó pero no gustó. Y terminó pidiendo la hora después de que había logrado el punto bonus y cuatro tries en el primer tiempo.

El sinuoso camino de Los Pumas hasta la Copa del Mundo empezó donde terminaron con éxito sus mismos jugadores el Super Rugby. En rigor, casi los mismos, a no ser Nicolás Sánchez, el goleador histórico de este plantel que de titular contra Francia pasó a suplente con Tonga y a ni siquiera integrar el banco con Inglaterra. Si bien había bajado su nivel de juego, la apuesta por Urdapilleta resultó un tanto improvisada. El apertura del club Castres debería haber estado de entrada en el primer partido – conoce muy bien a los franceses – pero Ledesma prefirió darle esa responsabilidad contra Tonga.



Un párrafo aparte merecen las ausencias en el Mundial del octavo Facundo Isa y los wines Juan Imhoff y Santiago Cordero, de rendimientos destacados en Europa. Ledesma prescindió de un jugador como el santiagueño, el ball carrier del equipo y no tuvo uno parecido en ese puesto. Una decisión por demás cuestionable. Los dos backs tenían más competencia, pero al tucumano Ramiro Moyano – indiscutible titular en Jaguares – lo borró apenas comenzado el Mundial. Bautista Delguy corría de atrás después de una larga inactividad por lesión, y nunca estuvo entre los 15. Ledesma prefirió optar por jóvenes como Santiago Carreras y Lucas Mensa, sin demasiada experiencia en Los Pumas.

Una polémica adicional, más para médicos, nutricionistas y profesores de educación física, es cuánto pudo haber incidido el desgaste de un 2019 exigente, con un Super Rugby jugado de menor a mayor – los Jaguares llegaron a la final con Crusaders-, el Rugby Championship reducido a tres partidos y las ventanas anuales en las que Argentina acumuló solo derrotas. La UAR apostó casi todo a consolidar a su equipo franquicia. Lo blindó de convocatorias a quienes están en el rugby europeo, salvo cuando Ledesma se quedó corto de primeras líneas y citó a Juan Figallo. Los dirigentes reivindican su estructura profesional que les permitió a dos planteles clonados jugar todo el año, con Mundial incluido, pero mantienen la contradicción de prescindir de otros jugadores profesionales por el solo hecho de que no están bajo su órbita.

Sí el partido contra Inglaterra casi no fue partido desde los 17 minutos – cuando Lavanini le hizo un tackle alto al capitán inglés Farrell y lo expulsaron – Los Pumas tampoco estuvieron ni cerca de lo que rindieron en los últimos tres Mundiales (terceros en 2007, cuartos de final en 2011 y cuartos en 2015). En Japón, con suerte podrían arrimarse a un noveno puesto.

Los ingleses jugaron un partido táctico y lo manejaron con su recurso favorito: el uso del pie para provocar un desarrollo previsible, sin demasiadas fases de ataque. Argentina después de ponerse 3-0 arriba con un penal de Urdapilleta y desperdiciar una chance nítida de try, empezó a desinflarse. Resistió casi un cuarto de hora con un 5-3 muy corto que se rompió con dos tries en los últimos cinco minutos de la primera etapa. Inglaterra alcanzó rápido el punto bonus, con un tiempo por jugarse. Después apoyó dos veces más, elevando la cuenta a seis tries. Los Pumas descontaron con uno muy vistoso de Moroni que había llevado el parcial a 25-10, aunque el resultado ya estaba puesto desde mucho antes.

Confundido, el seleccionado se pasó mal la pelota, cometió errores no forzados, jugó casi siempre retrocediendo y defendiéndose, sin la chance de intentar siquiera algún contraataque provechoso. En un rugby mundial bastante estanco donde no abundan las sorpresas – la mayor fue que Japón le ganara a Irlanda -, Los Pumas deambularon entre el tercer lugar y el décimo del ranking que ocupan hoy. El salto de calidad, la ilusión de volver a meterse en semifinales como en los torneos de Francia e Inglaterra, deberán esperar hasta 2023. Argentina participó en todos los mundiales incluido el actual. Son nueve. En cinco quedó eliminado en la primera ronda. Es el dato estadístico a considerar.

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