Las vanguardias también envejecen. ¿O no? Monty Python’s Flying Circus, uno de los programas más disruptivos en la historia de la televisión, cumplió medio siglo. Emitido por primera vez el 5 de octubre de 1969 y con cuatro temporadas al aire por la BBC, el show escrito por John Cleese, Graham Chapman, Terry Jones, Eric Idle y Michael Palin (más Terry Gilliam a cargo de las animaciones) significó la presentación pública de los Monty Python, que años más tarde y aprovechando la popularidad brindada por el programa saltaron al cine, filmando tres largometrajes autónomos entre 1975 y 1983. ¿Popularidad, éxito, fama? ¿Pueden haber logrado todo eso cinco humoristas de formación universitaria (Jones y Palin graduados en Oxford, los tres restantes en Cambridge), con media hora semanal de sketches inconclusos, deconstruidos y metalingüísticos, que se burlaban de la vida media británica de la época, con una resuelta propensión al absurdo? Sí, pueden. Pudieron. ¿Podrían hoy?
Arribado sobre el fin de la década, casi al mismo tiempo en que The Beatles se separaban, el Flying Circus es uno de los iconos culturales de los 60. Si no hubiera existido Peter Capusotto y sus videos podría afirmarse que nada parecido sería concebible en otro momento que no fuera ése. De hecho, Capusotto y su guionista, Pedro Saborido, tienen a los Python como referentes. Quedan contestadas entonces dos preguntas básicas: 1) ¿se puede heredar a los Monty Python? 2) ¿se puede importar a los Monty Python?
Pero en principio fueron los 60. Y los 60 en Inglaterra. Esto es: psicodelia beatliana (Submarino amarillo, “I am the Walrus”, “Lovely Rita,” su ruta) y larga tradición de lo que los ingleses llaman nonsense y nosotros absurdo. Desde el Tristram Shandy de Laurence Sterne hasta la Alicia de Lewis Carroll hasta Frank Zappa, que era importado pero para el caso sirve igual. Donde más directamente se manifiesta la psicodelia (en fuga ya, en 1969) en el Flying Circus es en las animaciones de Terry Gilliam, quizá lo mejor que hizo en su vida.
Los 60 son también años de deconstrucción (deconstrucción temprana; la edad de oro de la deconstrucción son los 80) y a ella se dedican los cinco Python (más el Python estadounidense, Terry Gilliam) de modo más o menos desenfrenado. En un sketch de la primera temporada del Flying Circus, dos nazis torturan a un detenido. Uno le pega, mientras el otro… aplaude, para hacer “el sonido que en la radio y televisión en vivo representa un cachetazo”. Un personaje llamado Mr. Badger solía interrumpir sketches, diciendo “No voy a interrumpir su sketch, de veras”. Un sketch, el del loro muerto (uno de los más famosos del show) amenaza con volverse infinito. Entonces interviene un coronel y le pone fin, de modo expeditivamente militar.
Más contenidos que el humor latino, los Python nunca llegaron a rasgar decorados, como lo hizo Alberto Olmedo en No toca botón. O el radical Jerry Lewis un lustro antes que ellos, cuando exhibió el decorado completo de El terror de las chicas (1962). Si la deconstrucción es un acto de violencia, la violencia británica tiende a ser más mental que la latina o la del otro lado del Atlántico, más físicas y a la vista.
Pero había sexo & violencia & herejía & locura (las tres primeras, moderadas por el ojo vigilante de la BBC) en el Flying Circus, como corresponde a un producto de los 60. Y las habrá en la obra posterior de los Python, desde ya: pocas cosas más difíciles de ver y de soportar que el señor Creosota de El sentido de la vida, ese señor de unos 200 o 300 kilos que come y come y come en un restorán francés, hasta que un chip último e infinitesimal lo hace vomitar en cadena primero y estallar luego en pedazos, dejando su esqueleto a la vista y chorreando. En el Flying Circus había desnudos (algo tan infrecuente para la televisión en vivo de la época como para la pacatería británica de todos los tiempos), había sexo (fuera de campo, obviamente) y la violencia, aunque moderada, casi de circo para niños (¿no era éste, al cabo, un circo volador?) permeaba toda la serie. Un caballero medieval le sacudía con frecuencia un pavo crudo por la cabeza a quien cuadrara. Al náufrago de precréditos se lo veía realmente perdido y desesperado. El demencial paso de ganso de John Cleese tensiona de sólo verlo. Hay un sketch en el que una patota de ancianas ataca salvajemente a un jovencito indefenso.
Y la locura, claro. En un sketch se habla de un compositor alemán que tiene una treintena de apellidos, y cada vez que se lo nombra es con todos sus apellidos. El efecto que produce es “¿Realmente van a hacerlo de nuevo?”. El reverendo Arthur Belling, un personaje frecuente, hace un llamamiento a enloquecer a la población. En un mundo en el que todos son Superman, hay uno cuya identidad secreta es la de reparador de bicicletas. Es el superhéroe de ese mundo. Los títulos de los episodios no tenían, por otra parte, la menor relación con lo que pasaba en ellos. “La crisis de identidad del hombre en la segunda mitad del siglo XX”, “La hormiga, una introducción” y “La Royal Philarmonic Orchestra va al baño” son algunos de ellos.
Lo que no es muy conocido es la existencia de un pre-Flying Circus. La referencia no va dirigida a “Don’t Adjust Your Set”, programa de humor para niños (pero lo suficientemente zarpado como para generar un fiel culto adulto) del que participaban Eric Idle, Terry Jones y Michael Palin. Se emitió desde diciembre de 1967 hasta mayo de 1969, el momento en que se reunieron los cinco Python originales y decidieron lanzar su propio show. Pero en marzo de 1969 había salido al aire por la BBC un programa llamado Q… Se trataba de un show de sketches surreales, básicamente lo mismo que los cinco mosqueteros tenían pensado. De hecho, al verlo se preguntaron qué hacer. “Terry Jones y yo adorábamos Q…”. dijo una vez Michael Palin. “Fue el primer show de televisión en jugar con las convenciones televisivas”. “La primera vez que lo vimos nos deprimimos mucho, era exactamente lo que queríamos hacer, y estaba brillantemente hecho”, declaró Cleese a su vez. “Pero nadie se enteró de su existencia”. O sea: Q…, el Brian del Flying CIrcus.
Y ahora algo completamente diferente: las cuatro temporadas de Monty Python’s Flying Circus pueden verse en Netflix. Allí puede verificarse si las vanguardias envejecen o tal vez, a veces, rejuvenecen.