En 1995, cuando Gasparín llegó a los cines, se armó una batahola: el fantasmita amigable le daba su primer beso a una chica. Los herederos de los creadores del comic objetaron esa decisión, ya que rompía con la pureza que irradiaba el personaje. ¿Qué tendrían que hacer entonces los fans de Archie con Riverdale y su amalgama de sexo, crímenes y vicios sociales? ¿Ir en turbamulta a quemar los estudios donde se recrea la vida del pelirrojo y su pandilla? Mejor no dar ideas. En la cuarta temporada de la serie que emite Warner Channel (estrena el miércoles a la medianoche) se refuerzan los artilugios narrativos y estéticos que la volvieron tan pérfida como incómoda y ciertamente entretenida.
La entrega está basada en la historieta, cuyo origen se remonta a 1942, y descarta cualquier tipo de inocencia. No es un mero aggiornamiento para los personajes, tampoco se trata de una simple evolución narrativa o adecuación temática a los tiempos que corren. La estética sombría, a su vez, deja en el olvido la explosión multicolor del comic. Riverdale es, sobre todo, una regeneración pecaminosa de lo que podía bullir en el pueblo que le da título a la serie. En ese enclave suburbano donde conviven el tráfico de órganos y rituales de hipnosis con los concursos de popularidad y las cheerleaders. La pandilla de Archie (K. J. Apa) ya tuvo sexo (y mucho), resolvió misterios, enfrentó a homicidas peligrosos y desenmascaró logias. Hasta el joven Andrews pasó un tiempo en la cárcel. Sus señas reconocibles (la chaqueta azul y blanca del Archie, el gorro de Jughead, el flequillo de Verónica, la cabellera rubia de Betty) operan como una armadura –más bien blandengue- para su contexto.
El nuevo arco argumental abre con dos frentes. Por un lado, está el último año de secundaria y su atmósfera de melancolía anticipada. “¿No les parece loco que en nueve meses acabará la vida tal cual la conocemos?”, se pregunta Verónica (Camila Mendes). “Raramente nos concentramos en su vida en el secundario, porque los protagonistas se meten con casinos ilegales, persiguen asesinos seriales, son secuestrados por un culto o van a parar a un centro de detención. Pero después de este año todo va a cambiar, así que nos pareció que era el momento ideal para colar todas las historias del colegio que pudiéramos”, dijo el showrunner Roberto Aguirre-Sacasa.
El primer episodio de la cuarta temporada, sin embargo, será con un tono radicalmente distinto, que tiene que ver con el fallecimiento de Luke Perry, que aquí interpreta al padre de Archie. El elenco estaba en pleno rodaje cuando se enteró de la muerte del actor. El tributo será con un capítulo independiente y que sirve como un prólogo para el resto de la temporada. “Decidimos que queríamos contar una historia simple y emotiva. Obviamente, gran parte de esa historia se centra en Archie. Es un episodio muy dulce”, repasó Aguirre-Sacasa. Aunque el pelirrojo no quedará huérfano. Su madre interpretada por Molly Ringwald tendrá un mayor peso en la trama. Lo cual sirve para reforzar otra conexión con la cultura pop ya que la actriz, vale recordar, fue la reina de la pandilla de los brat pack con las películas de John Hughes.
Por otro lado, habrá que resolver el enigma y el gancho con el que cerró la última temporada. En ese flashforward, Archie y las dos chicas hacían una fogata con la ropa del carilindo y carismático Jughead. ¿Lo asesinaron? ¿Lo ayudaron a escapar? ¿Estaban realizando una ceremonia para revivirlo? Cualquier artilugio es bienvenido en el universo diseñado por Aguirre-Sacasa que ya incluyó algunos musicales con homenajes a películas como Carrie y Heathers. Ese encastre impúdico de géneros y estilos fue el que le valió comparaciones con Scooby-Doo, Twin Peaks y Buffy la Cazavampiros. Solo falta que confirmen la quinta temporada para que se avecine la vida universitaria de la pandilla. Eso no podría faltar en la vida de un chico americano modelo como Archie.