Alfredo Londaibere (1955-2017) fue un artista clave del Centro Cultural Rojas de la UBA, no solo a través de su obra, que expuso individualmente en 1989 (en los inicios de la gestión de Gumier Maier con Magdalena Jitrik como curadores de la galería) y, colectivamente, en 1991, en las muestras “Summertime” y “Bienvenida primavera”,  y luego volvió a exponer en 1992. También fue curador de la galería, luego de la gestión de Gumier, entre 1997 y 2002 y fue docente de pintura durante más de veinte años, dando cursos; fue capacitador y coordinador de los docentes del área.

Por eso el Rojas y UBA-TV le dedicaron un documental realizado, en buena parte, con material de la colección de Gustavo Bruzzone, con dirección de Luciano Piccilli y supervisión de contenidos, producción periodística y entrevistas de Daniel Molina, que fue estrenado en el Centro Cultural hace una semana. Además de los entrañables registros en los que aparece el artista y demás fragmentos de época, el documental se va hilvanando con los testimonios de Alberto Goldenstein, Florencia Bohtlingk, Alicia Herrero, Jimena Ferreiro, Gustavo Bruzzone, Ariadna Pastorini, Esteban Carestía, Stella Escalante y del propio entrevistador, Daniel Molina.

Por su parte, el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires está presentando en estos días y hasta el 1º de marzo, la exposición panorámica de Londaibere, “Yo soy santo”, con curaduría de Jimena Ferreiro, que incluye un centenar de obras fechadas desde mediados de los años setenta hasta poco antes de su muerte.

El cruce de su tarea como artista, curador y docente, ejercidas en todos los casos con disciplina y creatividad, fueron sostenidas con una enorme convicción. “Era un espartano del arte, un obrero y un cabeza dura”, dice Goldenstein en el documental. “Trabajaba ocho horas diarias en el oficio, por reloj”, afirma el propio Londaibere en la película.

Londaibere se formó con Araceli Vázquez Málaga en los años setenta. Como él mismo explica en el documental, estudió visión, composición, teoría del color, historia del arte, dibujo y pintura. En los años ochenta siguió su formación con Oscar Smoje. Realizaba obra pero no participaba del circuito habitual de muestras y concursos. Simultáneamente mantenía un vínculo fluido con el GAG, Grupo de Acción Gay, que ejercía cierto activismo, junto con artistas como Gumier Maier y Marcelo Pombo. A fines de los ochenta asistió a las clínicas de obra de Pablo Suárez, Luis Wells y Kenneth Kemble en el Centro Cultural Recoleta (que entonces se llamaba Centro Cultural Ciudad de Buenos Aires). Mostró sus primeros trabajos en bares y discotecas como Cemento y Bolivia. Más allá de la centralidad de su actividad ligada al Rojas, el itinerario de Londaibere se completa con su participación, en 1991, en la primera edición de la Beca Kuitca, junto con Magdalena Jitrik, Graciela Hasper, Tulio de Sagastizábal, Daniel García, Daniel Besoytaorube y Sergio Bazán, entre otros. Fue becado por la Fundación Antorchas cuatro años después, para asistir al taller de Barracas, bajo la dirección de Luis Fernando Benedit y Pablo Suárez. Expuso en forma individual, entre otros lugares, en la galería Mun en 1993, en el ICI (Instituto de Cooperación Iberoamericana) en 1996; en la Alianza Francesa en 1998; en Belleza y Felicidad en 2000 y 2002; en el Centro Cultural San Martín en 2005; en el Centro Cultural Recoleta en 2009; en Jardín oculto en 2011 y en la Galería Nora Fisch en 2015.

Las búsquedas del artista, en consonancia con la estética de la galaxia del Rojas, sintonizaban con la idea de emebellecer el mundo, muchas veces con materiales poco convencionales, para que el arte apareciera allí donde no se lo esperaba o donde hasta el momento las tendencias dominantes no habían puesto el ojo. Una romantización del mundo, cargada de poesía y experimentación, durante el largo período de la postdictadura.

En sus pinturas y collages se mueve entre la armonía de una paleta variada, luminosa y potente, muchas veces hasta la saturación del color, en pos del dinamismo y la irrupción de formas inesperadas. Hacía montajes sorprendentes y arriesgados, de formas, colores y figuras. Exploraba técnicas que estudiaba hasta apropiárselas.

En su pintura había un enorme cruce de fuentes. Como explica la curadora de la muestra, “en sus obras confluyó el arte clásico europeo, el cristianismo primitivo, la pintura colonial barroca, las creencias paganas, católicas y afro-descendientes, los modernismos centrales y periféricos, oriente y occidente, la vanguardia y las apropiaciones locales, el sistema artesanal y las artes eruditas, la cultura de élite y el consumo popular”.

Como docente, prefería formar el ojo de los principiantes, que luego podían tanto seguir el camino de las artes visuales como ser espectadores de ojo entrenado. Sus clases, preparadas y rigurosas, se basaban en una lenta progresión, con ejercicios puntuales y repetidos.

Según escribe Jimena Ferreiro, “estas obras reúnen algunas de las claves visuales de los noventa y comienzos de los 2000, entre ellas la recuperación de técnicas 'menores' y materiales populares en la búsqueda de la restitución de su sacralidad. Exvotos, íconos sincréticos y una mezcla de brillo opaco y deforme, como la banda de alpaca que cubre sus pinturas, como los altares populares y las baratijas del barrio de Once, tan misteriosos como dispuestos a su develamiento”.

El documental realizado por la UBA se cierra con una frase de Londaibere: “Me gustaría que mi trabajo pueda ser mostrado, contemplado y gozado”.

 

* La exposición “Yo soy santo”, de Alfredo Londaibere, se exhibe en el Museo de Arte Moderno, San Juan 350, hasta el 1º de marzo de 2020.