Desde Barcelona
UNO Rodríguez ya casi no recuerda cómo era él hace veinticinco años pero sí está completamente seguro de qué estaba haciendo por esos días: estaba viendo una serie de televisión llamada Friends que no demoraría en convertirse en fenómeno planetario. También, por supuesto, estaba preguntándose cuál de las chicas le gustaba más: ¿Rachel o Mónica o Phoebe? Algo casi tan importante y definitorio y definitivo como para --generaciones antes-- decidir cuál era tu Beatle favorito. Y es posible que Rachel fuese McCartney y Mónica Lennon y Phoebe --según el humor que tuviese ese episodio-- Harrison o Starr. En verdad, a Rodríguez, Phoebe (la menos protagónica a coral largo plazo pero la que protagonizó más y mejores tramas a solas) le recordaba más a un miembro de aquella familia que no había llegado a ser escrito por J. D. Salinger antes de su retiro: una hermanita Glass un poco agrietada que, más que probablemente, recibió un golpe en su cabeza de bebé. Y así quedó: inestable y volátil y siempre entre la bondad beatífica y la ironía y sarcasmo extáticos. Y, sí, Rodríguez primero se enamoró del corte de pelo de Rachel; no mucho después optó por Mónica (hasta que Mónica se convirtió en una insoportable maníaca-obsesiva controladora); y, finalmente, comprendió que la verdad verdadera pasaba por Phoebe. Pero para entonces ya era demasiado tarde. Para entonces Rodríguez ya estaba casado con su presente ex: una mujer con peinado de Rachel y neurosis de Mónica y, ay, la voz de Janice: esa ex novia que no cesa de Chandler. Y, sí, Rodríguez siempre fue Chandler, pero con la voz quejosa y sollozante de Ross y bastante de la ineptitud de Joey para cualquier cosa que no sea ser Joey. Pero la idea de la identificación masculina con alguien del elenco de Friends (en realidad, en más de un ocasión, resultaban mucho más sólidos y confiables los secundarios reincidentes y, por lo general, novios pasajeros de las chicas) siempre fue para Rodríguez un oasis con mucho de espejismo. Porque él tenía perfectamente claro quién era desde hacía ya unos cuantos años, desde 1989 y hasta ahora, treinta años después: Rodríguez no era ni podía ser otro --todos de pie y con una mano sobre el corazón y con los ojos humedecidos por las lágrimas y la más orgullosa de las vergüenzas-- que el George Louis Constanza en Seinfeld.
DOS Y así fue como se definió catódicamente al catatónico fin/principio de milenio: todo se movía entre la nada asumida de Seinfeld y el todo consumidor de Friends. Y nada es casual y todo se conecta: David Crane y Martha Kauffman --creadores de Friends-- hicieron el casting de posibles guionistas a partir de la lectura de libretos no producidos en su momento para Seinfeld. Y sí: dos sitcoms en los que el tema era la amistad (o la elección de esa familia alternativa que son los amigos; basta para comprenderlo el mal/trato que suelen recibir los padres biológicos de los protagonistas en ambas series). Pero una amistad abarcada y comprendida con modales muy diferentes: Friends era Dr. Jekyll y Seinfeld era Mr. Hyde. Friends transcurría en una New York idílica y Seinfeld en una Manhattan traumática. Friends era la cálida cafetería Central Perk y Seinfeld era la siniestra madriguera donde acechaba el Soup Nazi. En Friends aleteaban tres inmaduras Wendys y tres lost boys que a lo máximo que podían llegar era a Peter Pan, mientras que en Seinfeld todos parecían haber alcanzado su fecha de vencimiento. En lo único que se parecían una y otra era en los sueldos multimillonarios que habían acabado alcanzando sus exitosos elencos (con una química similar a la que tuvieron los ya mencionados Beatles que, en Friends, les equivalió a empezar ganando 22.000 dólares por episodio hasta alcanzar el 1.000.000 por semana) y en esa ficción de habitar en pisos cuyos alquileres en la realidad serían imposibles de pagar por sus inquilinos (en especial para Joey Tribbiani y Cosmo Kramer). Y en que ambas tenían risas grabadas/enlatadas que, claro, se reían de cosas muy distintas. Así, Rodríguez siempre tuvo la perturbadora sensación de que él se reía con Friends mientras que Seinfeld no hacía otra cosa que reírse de él.
TRES Tal vez por eso ahora --a propósito de la los festejos y del relanzamiento de la serie en Netflix y su ininterrumpida emisión en más de 130 países por la que los actores protagónicos continúan recibiendo sustanciosos royalties-- los comisarios de la corrección política y los vigilantes del neo-moralismo extremo cargan contra la dócil y buenrollista Friends y no se meten con la feroz y ácida Seinfeld. Sí, los jóvenes de hoy en Estados Unidos y, por extensión en el resto del mundo --Rodríguez lee que se los denomina, por su pureza, la Snowflake Generation y que está compuesta por universitarios de clase media-alta-- detectan en la generacionalmente X Friends machismo y racismo y sexismo y homofobia (en especial de Chandler, hijo de padre trans). Les preocupa más eso que (cuando termine la engañosa tregua de sus estudios y se deje de emitir su vida como cómodos y acomodados extras de protesta en manifestaciones/quedadas con amigos convocadas vía Twitter para luchar por rebeldes causas que duran incluso menos que el tiempo transcurrido entre uno y otro de Friends) la terrible realidad de llantos embotellados en la que será mucho más probable que acaben, como mucho y si hay suerte, en el rol más de cuarta que secundario de camareros en el Central Perk antes que tan preocupados en primer plano por la chica del departamento de enfrente.
CUATRO En cualquier caso, la verdad sea dicha: Rodríguez vuelve a Friends porque siente que el mundo era mejor que ahora cuando la vio por primera vez. El cambio climático apenas comenzaba a calentar su globalidad. Y no se padecía localmente el constante runrún del rerun del Procés como serie cada vez menos seria pero no por eso privándose de llamar a la desobediencia civil y cappuccinos para todos a cuenta de dinero público en lo de Gunther. Y la momia de Franco no era el "tipo feo y desnudo" al que todos miran pero nadie ve. Y --acaso lo más importante de todo-- reviendo a ese grupo de amigos le conmueve ver lo mucho que se tocan y se besan y abrazan sin temor no al que dirán sino a lo que les dirán. Rodríguez leyó hace días un artículo donde se diagnosticaba a los Estados Unidos de hoy como "país con decreciente cultura del tacto" y en la que se organizan "fiestas de abrazos" y "alquilan amigos" entre 10 a 50 dólares la hora para paliar el boom/crash de la adicción a vivir en las redes (a)sociales que ha acabado generando "una epidemia de soledad".
La propuesta que Crane & Kauffman hicieron en su momento a la NBC fue la de una comedia que "tratase acerca del sexo, el amor, las relaciones, las carreras, en una época de la vida en la que todo es posible". De ahí la creencia casi desesperada que no hay conflicto existencial o problema práctico que no pueda solucionarse en 22 minutos promedio y que --como canta esa canción que desea tanto ser beatle pero en verdad es más bien monkee-- alguien o algunos siempre estarán allí por los otros, por uno, por ti.
Aunque muchos --demasiados-- no serán amigos dentro y fuera de serie sino enemigos en serio.