El carácter absolutamente clasista del gobierno de la Alianza PRO obliga a poner en cuestión categorías de análisis desarrolladas durante siglos por el capitalismo para disimular la dominación de unas clases sobre otras. El peronismo aportó lo suyo, el pluriclasismo del movimiento está en la raíz de su humanismo cristiano encerrado en las 20 verdades. El objetivo fue siempre la armonía social, la minimización del conflicto. “Unir a los argentinos” no es precisamente un invento PRO, es la idea justicialista de “la unión de todos los argentinos”. Claro que la visión peronista sólo se asemeja en el espejo. J. D. Perón explicaba que para que existiera verdadera unión era necesario hacer desaparecer “algunas diferencias que, por olvido o inacción de los hombres de gobierno, han venido formándose en el país hasta cristalizar en clases demasiado ricas frente a clases demasiado pobres” (15/10/1944), la inversa de Cambiemos y una muestra más de la legendaria complejidad del movimiento que hace más inasible al “populismo” como objeto de estudio.
Pero volvamos al clasismo puro y duro. En la semana que pasó, en las cortes del reino de España, se vivieron escenas de esnobismo explícito. En rigor, la palabra “snob” es bien clasista desde su origen. Su punto de partida es que nada molesta más a una clase que ser invadida por individuos de otras clases a las que se considera inferiores. No es un patrimonio exclusivo de las clases altas, ocurre también con las clases medias respecto del ascenso de las populares e incluso de estas últimas respecto a la inmigración que disputa sus espacios. La investigación de las causas del fenómeno; psicológicas, culturales, económicas, sociales y antropológicas, queda a cargo del lector.
Estudiar los orígenes del capitalismo supone detenerse en la transición entre el feudalismo y el capitalismo, lo que se expresa en el admirable y arrollador ascenso de la burguesía. Como se lee en los exquisitos relatos de la vida cotidiana en las cortes –retratados por ejemplo en las novelas de autores rusos, como Tolstoi– el malestar por la invasión de la burguesía resultaba evidente. Pero lo nobleza, que aborrecía y estigmatizaba el trabajo, se empobrecía y la burguesía se enriquecía. Era predecible que no tardarían en confluir. Unos buscaban el vil metal, los otros títulos y honores. La etimología de la palabra snob sintetiza un poco el proceso. Hay dos versiones similares. La más trivial remite a las fiestas en las cortes, cuando se anunciaba y registraba a los ingresantes. Al lado del nombre de quienes no poseían título de nobleza se anotaba “s. nob.”, abreviatura de “sine nobilitate”. La segunda versión remite a registros más sistemáticos, los de las exclusivas universidades de Cambridge y Oxford cuando comenzaron a admitir a los hijos de la burguesía entre sus estudiantes, a los s.nob., a los casi desclasados de entonces.
La burguesía porteña sine nobilitate de comienzos del siglo XX también escribió relatos similares, como las cartas de Miguel Cané en la que se preocupa por el ingreso de los inmigrantes enriquecidos a “nuestros salones”, presuntamente a la caza de “nuestras vírgenes” incautas. Hoy resulta difícil leer estos relatos sin sonreír o pensar en la salud sexual de Cané, o en su ingenuidad acerca de la vida privada de las mujeres de su clase, pero escribía en serio. Y mejor no reírse tanto, porque cien años no es nada. Las notas periodísticas sobre la presunta “competencia de estilos” entre la reina Letizia de Borbón y la plebeya Juliana se contaron esta semana entre las más leídas de los portales de la prensa del régimen.
Las fotos de la gira presidencial por España brillaron al lado de noticias menos glamorosas, como los despidos en viejas fábricas impulsadas en su momento por un Estado preocupado por la integración industrial, como el caso emblemático de la química Atanor. O de las suspensiones de trabajadores de Volkswagen, o la continuidad en la caída de la industria, o la baja en la construcción a pesar de que 2017 se anunció como el año de la obra pública. O las de las subas de tarifas que harán de la inflación según el presupuesto un dibujo para presionar paritarias a la baja.
Con semejante escenario es altamente probable que los documentales del futuro, los que relatarán a las nuevas generaciones el oprobio del presente, vean en la cuidada frivolidad de la plebeya Awada el símbolo ominoso de una época oscura. Pero entre las pompas y el boato de las Cortes de un reino decadente de la periferia europea, un reino del que Argentina se independizó hace más de 200 años, el hijo de Franco Macri se hizo tiempo para entregar al rey Felipe de Borbón la Orden del Libertador General San Martín, un acto que sería muy complicado de explicar al mismísimo San Martín.
A la bullanguera comitiva argentina, en el mundo paralelo de los funcionarios, se colaron gobernadores que no quisieron perderse paseos exclusivos y all inclusive, mientras que en las fiestas de agasajo mutuo pudieron verse algunas imágenes extraordinarias: carcajadas de bacanal, un paje disfrazado de torre y, cosas veredes Sancho, sindicalistas del campo y del petróleo con fracs alquilados saludando, respetuosos, a sus majestades borbónicas.
Mientras tanto, aquende el Atlántico, ministros y gobernadores de la Alianza PRO prepararon las condiciones para un paro docente de proporciones frente a la vuelta atrás de la paritaria nacional y una oferta de recomposición de ingresos netamente confiscatoria, un componente adicional para las generalizadas movilizaciones de protesta que se esperan para la segunda semana de marzo, con una clase trabajadora angustiada por la incertidumbre laboral y la progresiva pérdida de poder adquisitivo.
Estas fueron, querido rey, las postales más brillantes de la nueva Argentina sine nobilitate.