“En Colombia, hablar de guerrilla y secuestros es un lugar común. Se ha hablado tanto, la sociedad está tan saturada, que quiere mirar hacia otra dirección”. La voz del realizador Alejandro Landes llega desde otro continente: el director de Porfirio (2011) y Cocalero (2007) –el documental que registró en la intimidad las instancias que llevaron a la presidencia a Evo Morales– está por estos días presentando su más reciente largometraje en el Festival de Londres, luego de pasar recientemente por San Sebastián y, al menos, otra docena de certámenes cinematográficos internacionales. Nada nuevo para Landes, un viajero desde tiempos remotos: nacido en San Pablo, creció y se educó en Ecuador y en Colombia, además de pasar una temporada en Argentina y en los Estados Unidos, su actual país de residencia. En Monos, que se estrenará comercialmente mañana jueves en salas porteñas, el cruce entre los relatos de aventuras, el cine bélico y la descripción de un grupo humano en situaciones límite se entrelaza con la realidad de las guerrillas latinoamericanas. “Coquetear con el género siempre fue la intención como realizador, además de crear una película provocadora”, afirma en comunicación con Página/12 antes de detallar el origen del proyecto.
“En parte la idea arrancó al tramitar un permiso de libertad condicional para Porfirio Ramire Aldana, cuando decidí que él mismo sería el actor protagónico de mi película previa, Porfirio, aun cuando el resto de los personajes, los lugares y las situaciones eran, en buena medida, una ficción. Para poder filmar con él, sacarlo de la casa y hacer los exteriores, era necesario conseguir un permiso especial, porque el hombre estaba cumpliendo una condena de arresto domiciliario. Al llegar al Ministerio de Justicia en Bogotá encuentro el lugar atiborrado de chicos, todos en jeans y zapatillas. Cuando pregunté, me enteré de que eran chicos que habían peleado en la guerrilla, algunos de ellos en grupos paramilitares, otros en bandas delincuenciales. Todos estaban en un programa de reinserción y ese día tenían una presentación de una obra de teatro que estaban llevando a cabo. De alguna manera, ese encuentro fue la primera chispa de Monos”.
Filmada en condiciones extremas, a 4000 metros de altura y en medio de la selva, con cambios climáticos feroces, visualmente potente (la dirección de fotografía de Jasper Wolf impacta desde la primera escena), el film –una coproducción entre nueve países, con aportes colombianos y apoyos de Holanda, Argentina y Alemania, entre otros– registra los conflictos internos en el seno de un octeto de adolescentes refugiados en un lugar remoto y montañoso, escondite a su vez de una ciudadana estadounidense a la que mantienen secuestrada (la actriz Julianne Nicholson).
A pesar de responder a un jefe directo y mantener cierta disciplina de origen militar, por momentos el grupo de chicas y chicos se asemejan a un contingente de adolescentes comunes y silvestres, con sus primeros intereses sexuales haciendo eclosión y una tendencia a las peleas por conflictos de poder. En otras instancias, con sus metralletas disparando tiros al aire, parecen una pandilla de sicarios. Lo que sigue, luego de una mudanza a la espesura de la jungla, es el relato de una desintegración grupal y, en más de un caso, el descenso a la locura personal.
“Cuando Porfirio ya estaba terminada, me encontré con el realizador argentino Alexis Dos Santos, de quien me había encantado Glue”, continúa Landes. “Le conté un poco esta nueva idea que tenía en la cabeza. Alexis leyó el tratamiento y cuando me dijo ‘hagámoslo, escribamos el guion,’ la cosa arrancó. Nunca habíamos hecho algo juntos, pero nos volvimos grandes amigos. Yo traía el mundo de Colombia, de tantos años y décadas de conflicto interno, de una guerra desde la retaguardia, de historias de gente cercana a mí y de mi familia, de todo ese contenido social, político e histórico. Alexis, desde luego, había trabajado con adolescentes en Glue y esa unión fue un gran punto de partida”.
--¿Cómo fueron entrelazándose los diferentes elementos de la historia: el componente social, los elementos de género, las referencias a otros relatos? Hay en Monos referencias tanto a El señor de las moscas como a Apocalipsis Now. Tal vez, incluso, a algunas cosas del cine del alemán Werner Herzog.
--La idea era crear una suerte de juego de espejos. Por un lado, la adolescencia, que es algo universal: los cambios en el cuerpo, el querer estar solo pero, al mismo tiempo, pertenecer a un grupo. Esa búsqueda de identidad sirve como espejo interno de lo que está pasando afuera: la guerra. Creo que el cine colombiano, a pesar de tanto años de enfrentamientos, no ha hecho un aporte al mundo dentro de ese género de películas que conocemos como bélicas. Monos intenta transitar por ese camino, pero también se acerca al terror e, incluso, al coming-of-age. También se nutre de elementos que pueden venir de cosas que leí cuando tenía la edad de los protagonistas: El corazón de las tinieblas, El señor de las moscas. Hay muchas referencias –y así lo quisimos desde un primer momento–, pero también deseábamos que el mundo de la película se sostuviera en sí mismo. Junto con la diseñadora de producción estudiamos toda clase de conflictos, guerrillas leninistas, maoístas o castristas, lo que está pasando en Siria, bandas de izquierda y de derecha. El uniforme del personaje de Boom Boom es igual al que Rusia utilizó para incursionar en Crimea, sin bandera. Lo que es importante destacar es que todas esas obras son europeas y, a pesar de sus enormes bondades, siempre hay un dejo colonialista. Como también lo tiene El corazón de las tinieblas. Se trata, en todos los casos, de extranjeros –ingleses, franceses, americanos– recorriendo las profundidades de la selva en un lugar remoto. Los ‘monos’, en cambio, son de aquí. De alguna forma, la doctora secuestrada es el personaje de Herzog, un extranjero. Pero ellos, los chicos, son parte del paisaje, no son extraños al mundo en el cual viven.
--La temática de la guerrilla y, en particular, la de los soldados niños o adolescentes, ha sido abordada en varias películas durante los últimos años. ¿La idea de despegarse de una lectura lineal y literal de esas cuestiones estuvo presente desde un primer momento?
--En tiempos recientes, ha habido en el cine muchas historias acerca de niños soldados. Las he visto y la mayoría de ellas cuentan una historia en la cual al personaje principal lo roban del seno de su familia, lo llevan a la guerra, le pasan un montón de cosas que generan una lástima tras otra. Muchas de ellas se ofrecen como una ventana al trabajo que debe hacerse para sanar esas heridas. Monos no es esa película, de ninguna manera. Nunca lo fue. Aquí no hay explicaciones ni ideas para una solución. Lo que queríamos era utilizar la adolescencia como una ventana hacia la naturaleza humana: no son ellos, somos nosotros también. Esa bestia interna que convive con la ternura: somos especie animal y especie política. Esas dinámicas de poder, las alianzas, el deseo de ser amado y el de liderar. La mayoría de las cosas que les pasan a los ‘monos’ son generadas por sus acciones, más allá de las presiones externas. Así que la guerra y la adolescencia, en este caso, son cosas que podríamos observar en la especie humana, en un patio de colegio o en una oficina. Aquí las vemos en una situación muy vertiginosa, intensa, aguda, elementos que sirven para crear esa gran alegoría, esa metáfora casi mítica, que es Monos. Fue un gran gusto que la película, sin que lo esperáramos, se haya transformado en un éxito de público en Colombia, porque al principio había muchas suspicacias. A la gente de derecha le parecía una película comunista y, a los de izquierda, una película reaccionaria.