Angela Carter nació en Eastbourne en 1940. Como a muchas niñitas de los cuentos, y para protegerla de los bombardeos de la Segunda Guerra, la mandaron a vivir con su abuela durante unos años. Con el tiempo empezó a trabajar como periodista, estudió Literatura Inglesa en la Universidad de Bristol, se casó con Paul Carter en 1960, de quien tomó su apellido, y después se dedicó a deshacer los mandatos: dejó a su marido, se fue sola a Japón, donde vivió dos años, empezó a escribir novelas y colecciones de cuentos. Algunas fantásticas, como El doctor Hoffman y las infernales máquinas del deseo (1972), algunas de ciencia ficción, y por suerte escribió mucho antes de morir demasiado pronto, a los 51. El tiempo le alcanzó también para armar una obra bastante monumental, una recopilación de cuentos de hadas de todo el mundo que se publicó en dos partes como Cuentos de Hadas de Angela Carter. La mayor parte de su obra fue publicada en español por la mítica Minotauro, y ahora recuperada por Impedimenta y Sexto Piso: adelantada a su época, Carter puso en primer plano el deseo de las mujeres en relatos que tejen el erotismo con ambientes maravillosos, densamente poéticos, y cuyo efecto es sumergir a lxs lectores en mundos de ficción sensoriales y palpables de un modo que los cuentos de hadas, material privilegiado con el que trabajó, apenas permitían.

La juguetería mágica, uno de sus mejores libros, es lo que hoy llamaríamos un coming of age. La protagonista es Melanie, de quince años, que después de perder a sus padres abandona su casa en el campo para ir a vivir junto con sus hermanxs menores con un tío de Londres al que nunca vieron. Ese tío, un personaje huraño y casi un déspota, es el dueño de una juguetería fuera del tiempo, donde todos los juguetes son artesanías delicadas que fabrica él mismo. Lo que se nos cuenta de Melanie antes del accidente que parte su vida en dos es la curiosidad sexual, la calentura; a solas, en el secreto de su cuarto, Melanie ya está lista para el sexo, que empieza, como suele suceder, por ella misma: se mira al espejo desnuda, hace poses, se recorre el cuerpo con las manos, descubre el erotismo. Esto da lugar a uno de los comienzos más hermosos de la literatura: “El verano en que cumplió quince años, Melanie descubrió que era de carne y hueso”. Hay una escena alucinante poco después, construida alrededor del vestido de novia de la madre que la hija aprovecha para robar mientras la mujer está de viaje. Como Kirsten Dunst en Melancholia de Von Trier, Melanie se pasea por el campo vestida de novia sintiendo la sensualidad de la seda contra la piel, y siente por primera vez algo grandioso que la fascina y enseguida, la asusta. La chica que se va a mudar a Londres verá interrumpida toda esa exploración en pos de la responsabilidad que ahora le compete como hermana mayor, pero no por mucho tiempo; en la casa del tío hay un curioso trío de personajes irlandeses, pelirrojos todos ellos, que le mostrará otra dimensión del erotismo.

La novela recorre el proceso de Melanie de encontrarse a sí misma en un mundo de dureza doméstica y trabajo, de aburrimiento y desencanto, donde los años de infancia pasados en la casa paterna parecen una especie de paraíso perdido. Sin embargo aparece muy rápidamente en escena un chico que no es nada de lo que ella soñaba. Finn, el candidato, es payasesco y no se baña nunca, huele mal, se la pasa fumando, tiene los dientes amarilleados por el cigarrillo, no la trata como a una damita sino todo lo contrario. Pero esta no es una simple historia de amor de chica-conoce-chico, porque Carter la construye como un cuento de hadas donde Melanie fuera la Cenicienta obligada a trabajar por un ogro que ni siquiera conoce su nombre, un ser brutal y autoritario que modifica el clima de la casa cada vez que aparece. Que su mujer será Margaret, una pelirroja dulce y alegre, es un misterio. Y otro misterio es la relación entre lxs tres hermanxs, que deparan la sorpresa más extraña de la novela.

Lo fascinante de La juguetería mágica es que sitúa el despertar sexual en un paisaje de infancia que no es contemporáneo a la novela misma, de 1967, sino que tiene las mismas cualidades de la infancia en los cuentos de hadas: lxs niñxs están en peligro, a punto atravesar un territorio espinoso, y lxs adultxs o son ogros o son tan niñxs como ellxs, y por lo tanto no pueden ayudarlxs. Carter es una maestra de los climas extrañados en los que el realismo se va fundiendo con lo fantástico de un modo hipnótico y fluido, al punto de que ya no puedan distinguirse ambos órdenes: en la casa del tío de Melanie, oscura y fría, hay tuberías que silban y arrojan aire helado y también agujeros en la pared por los que los personajes espían, hay un universo de marionetas y muñecos que van de lo bello a lo extravagante a lo siniestro, y representaciones teatrales a través de las cuales Carter pone en escena las verdades más brutales. En una de ellas, por ejemplo, el tío Phillip pone a Melanie a representar a Leda en el momento mismo en que es atacada por el cisne que la va a violar, y construye para tal fin la marioneta de un cisne tamaño natural que arroja sobre la chica.

Lo interesante es que, filtrada a través de la luz de los cuentos de hadas, el episodio, y todo lo concerniente a la sexualidad de Melanie, no aparece como un evento terrible del que debamos compadecerla como víctima, sino como parte de las pruebas que atraviesa en tanto heroína, es decir, valiéndose de su astucia y sus propios recursos. Carter capturó una verdad pocas veces dicha de la sexualidad femenina que va a contrapelo de los estereotipos de pasividad e inocencia, y la combinó de modo sorprendentemente realista —incluso en el contexto de cuentos donde todo es rabiosamente ficción— con la incomodidad y el desajuste que producen los primeros encuentros con los cuerpos de otrxs. Al contacto de la brutalidad del sexo, lo que descubren muchas veces las heroínas de Carter es su propio deseo, su propia excitación, por más que finalmente terminen incendiando la casa o cortándole la cabeza al varón que las amenaza.

 

En una de sus reescrituras de La bella y la bestia, por ejemplo, publicada junto con otras reversiones de cuentos de hadas en La cámara sangrienta, una mujer es vendida a una extraña criatura con rasgos de tigre que solo pide verla desnuda, sin tocarla. La protagonista se indigna, como corresponde, porque es su propio padre quien la ha vendido, pero finalmente consigue, plantándose frente a su supuesto verdugo, que la desnudez sea mutua, y descubre un deseo que la lleva incluso a abandonar su forma para entregarse a la animalidad. Leer La cámara sangrienta es sumergirse en un mundo infinitamente delicado, que tiene el peso de la nieve pero donde, al mismo tiempo, la violencia es parte del paisaje. En ese libro hay reescrituras de Barbazul donde una adolescente se casa con un viejo millonario para descubrir que asesina a sus esposas y conserva los cadáveres en una cámara oculta en su castillo, hay un relato en primera persona de una mujer enamorada del Rey de los Trasgos, una especie de elfo del bosque que es su amante, hay hombres lobo descritos con tanto detalle que es posible sentir el pelaje, vampiras que languidecen a la espera del amor, mujeres enamoradas de monstruos. Pero los cuentos, malditos casi en su belleza, están escritos de tal modo que esos personajes nunca son lo otro; frente a los monstruos, las protagonistas de Angela Carter no tiemblan de miedo sino de deseo.