Su cuerpo embalsamado tardó ocho meses en llegar a la casa que lo había visto vivo. Lo llevó la mujer con la que se había casado un domingo de pascua mientras comulgaban, se arrodillaban y se dedicaban votos en visillo de lengua. Después de casi ciento ochenta años, las paredes medievales de la Holy Trinity de York, aquella iglesia en la que en 1834 Anne Lister y Ann Walker se casaron sin Ave María ni cura, las recuerda con una redonda placa azul y los colores del arco iris: “Lesbiana y diarista, Anne Lister tomó sacramento aquí para sellar su unión con Ann Walker” (hubo una primera placa que no decía lesbiana sino “disconformidad de género” y que, a pedido, fue reemplazada). Pero el colorido botón empalado sobre ladrillos donde las parejas viajeras se abrazan y sacan una foto no es el único homenaje que los años les dedican; en tiempos de series biográficas en esplendor, Anne y Ann también tienen la suya, se llama Gentleman Jack, y es Gentleman Jack el apodo con el que la nombraban (no siempre a sus espaldas) cuando la veían llegar vestida de negro, con botas altas y sombrero.
Anne fue la primera británica (hombres incluidos) en escalar el pico más alto de los Pirineos, y aunque la hazaña lo vale, no era el montañismo su único don. La terrateniente de Halifax, la viajera que se ensuciaba con el carbón de sus minas y se infiltraba en autopsias en París, es la autora de un largo diario íntimo (veintiséis cuadernos y catorce diarios de viaje) escrito en un código secreto que mezclaba álgebra, griego, latín, astrología y signos de puntuación, y en el que contaba detalladamente sus encuentros sexuales -el primero fue a los quince- con mujeres. Descifrados después de casi cincuenta años por John Lister, un pariente que había heredado Shibden Hall (la finca de Anne), no se hicieron públicos porque John, que según cuentan también vivía clandestinamente su propia sexualidad, los devolvió asustado a su escondite. Cuando el siglo cambió y Shibden Hall se convirtió en museo, los explícitos diarios de Anne salieron del encierro. Durante cinco años, una profesora de historia, Helena Whitbread, comenzó a desenredar la trama y escribió un libro para contarla, en I Know My Own Heart, la profesora descorre la idea de amistad romántica decimonónica y deja en claro que Anne no era la excepción.
En 2011, los diarios de Anne fueron nombrados "documento fundamental de la historia británica" y "una descripción completa y dolorosamente honesta de la vida lésbica”. Anne Lister murió en septiembre de 1840 en Georgia, picada por un bicho sin nombre -entre búfalos de agua Marianne Moore se lo hubiera dado-, después de una fiebre impía que había cortado el viaje de las enamoradas a Teherán y Bagdad en preludio de muerte. Venían de Dinamarca, de Suecia, de San Petersburgo y de Moscú, y, soportando heladas, habían llegado al Cáucaso, a Bakú y a Tbilisi. Ahora, volvían juntas a Yorkshire y, a los tropezones, también lo hacían las sagas precedentes. Con párpados de agua de lluvia, Walker lo hizo al lado del ataúd y protegiendo los últimos diarios de su amada. A una la esperaba su entierro y a la otra, que según el testamento era la heredera indiscutida, el asilo en el que la internó su familia declarando sin esfuerzo ni piedad que estaba loca.
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