Maestro contemporáneo en el arte de encontrar lo extraordinario en el contexto de lo cotidiano, Richard Linklater ya lleva 30 años retratando la mejor versión posible de universos no siempre felices y decididamente nunca perfectos. Incluso cuando se trata de fantasías distópicas (A Scanner Darkly, 2006), de romances incompletos (la trilogía de Antes del amanecer), de familias disfuncionales (Boyhood, 2014), de las heridas que deja abiertas la guerra (La última bandera, 2017), de la vida de un perdedor (Escuela de rock, 2003) e incluso de un criminal (Bernie, 2011), el director texano se las ingenia para mirar siempre la cara más brillante de la vida, como cantaba Eric Idle en el número musical que cierra La vida de Brian (1983), última película de los Monty Python. Y¿Dónde estás, Bernadette?, su trabajo más reciente, no es para nada la excepción a esa regla.
La película está ambientada otra vez en un paisaje familiar atípico y siempre en el hemisferio más progresista de la sociedad estadounidense. Sin embargo, Linklater realiza un movimiento inédito en su filmografía: narrar desde la mirada de una mujer. Porque si bien es cierto que sus películas siempre incluyen personajes femeninos de gran relevancia, solamente la Céline de Julie Delpy en la trilogía Antes del amanecer tenía un protagonismo central (incluso en ese caso, debía compartirlo con el personaje de Ethan Hawke). A diferencia de todo eso, en ¿Dónde estás, Bernadette? el centro de la escena le pertenece a la mujer del título, e incluso los personajes secundarios más relevantes, como la hija o la vecina de la protagonista, también representan distintos avatares de una sensibilidad femenina. Y para ser hombre, la cosa le sale bastante bien.
Bernadette Fox es la esposa de un alto ejecutivo de Microsoft, con quien comparte una hija adolescente. Gracias al éxito laboral de su marido, ella vive inmersa en el ámbito doméstico, que en este caso también incluye actividades que la tradición le reservada a los hombres. De modo que Bernadette se encarga tanto de preparar el desayuno para toda la familia, y de llevar y traer a la hija de la escuela, como de realizar el mantenimiento de un caserón antiguo con bastantes cosas por reparar. Sin embargo, hay algo en su actitud, en su forma de vincularse con los otros, que no se corresponde con la imagen clásica del ama de casa. Por el contrario, su mirada ácida de la realidad, su desprecio por todos y algunos rasgos que bordean lo sociopático dejan bien claro que se trata de alguien que está muy lejos de sentirse cómoda en el lugar que le toca. En el que tal vez ella misma se ha ido quedando.
Aunque el personaje le sirve para trazar desde el humor un perfil crítico de su propia clase, exponiendo las boberías de cierto progresismo onanista, Linklater también aprovecha a Bernadette para volver a indagar en el vínculo de padres e hijos. Pero esta vez desde ese ángulo absolutamente femenino, en donde la contraparte masculina, sin dejar de ser necesaria, resulta por completo accesoria en términos narrativos. Porque es la relación con su hija -mucho más que la que mantiene con su esposo- la que ordena emocionalmente a la protagonista. De la misma forma, es la niña y no el marido quien funciona como apoyo incondicional para que Bernadette se sienta otra vez capaz de recuperar el lugar activo que alguna vez supo tener y que, como ocurre con muchas mujeres, decidió relegar creyendo que era lo mejor para la familia.
Linklater vuelve a demostrar que es especialista en el registro y la representación de lo emotivo, un hecho que lo convierte tal vez en el único director de Hollywood capaz de filmar la ternura sin convertir al asunto en un amasijo edulcorado y pegajoso, gracias al uso inteligente de recursos como la ironía o el sarcasmo. Con esas herramientas le permite al espectador gozar de su lado sensible, sin necesidad de avergonzarse por ello. Posibilidad que, sobre todos los varones, deberían agradecer y no desaprovechar.