Qué época, ¿no? Hablar (o escribir, comunicarse, etc.) para entenderse tan poco, malentenderse, o quedarse hablando solo como loco malo. No sé si ustedes estuvieron alguna vez en una reunión, dijeron algo que creían de profundo interés y recibieron atención cero, un gran y silencioso ninguneo. No se preocupen, que a Chiabrando le pasa lo mismo. Y lo que es peor, comete el mismo error una y otra vez. No aprende. O debe ser medio boludo, nomás, como dicen sus amigos desilusionados con él o los que odian su humor avinagrado, o sus ideas políticas.
El error que comete Chiabrando (además de hablar de sí mismo en tercera persona, como sólo tienen permitido los grandes), es no darse cuenta de que lo que dice no le interesa a nadie. Ahí llega a la misma conclusión que sus amigos desilusionados: es un boludo. No puede estar esperando que a todos les interese lo que a él, sea el estado del mundo editorial argentino o las probabilidades de reconciliación entre Angelina y Brad.
Como además de ser un boludo, es un cabezadura, no se queda con lo anecdótico. Algo sacará de eso: una conclusión rimbombante, ¡quizá una filosofía! Se aparta a un rincón, saca su libretita de ideas geniales, de un lengüetazo moja la punta de la mina de su lápiz de ideas eternas, y escribe: "Siempre se dijo que la vida imitaba al arte. Ahora podemos decir que la vida imita a la televisión".
A la pelotita, se dice Chiabrando, mientras se mira de reojo en un espejo que deforma. Debe deformar porque se ve más joven, más lindo, más inteligente. De cara al espejo sigue pensando, pelos al viento porque justo hay una ráfaga que lo despeina.
Llega a una conclusión: que a los otros no les interese lo que él dijo (y a él tampoco lo que dicen los otros) debe ser por el promocionado asunto de la grieta. Al toque se da cuenta de que la pifió. El concepto grieta (válido para muchos países del mundo), ya no sirve para entender esta realidad que se fragmenta cada día, a cada segundo. Porque lo que ve (de reojo en el espejo) es que los que están en la fiesta están interesados en cosas muy diferentes: Tévez, el precio de la soja, la pelirroja de la esquina, etc. Pero que a la vez hay temas comunes a todos. A la flauta, se dice, la cosa se complica.
"Es que el mundo va más rápido que sus habitantes. Y la vida va camino a parcelarse tanto como tantas personas hay en la tierra, hasta que todos estemos mirando el Canal Yo, un canal hecho exclusivamente para uno", escribe de un tirón y se paraliza. Entiende dónde estaba el error que comete siempre. Y como otras veces, para entender de verdad, debe ir al pasado.
En el pasado, para comunicarse con los pares o los vecinos, bastaba mostrar interés en media docena de temas, comunes a casi todos: el tiempo, los precios, el peronismo, el fútbol. La vida era también parecida a la televisión, pero a la de tres canales. Entonces uno se sentaba a ver lo mismo que la tercera parte de la gente. Y vivía en la misma sintonía que ellos. Si a la Chocha, la vecina, le hablabas de Perón y te ponía cara de orto, seguro que con la palabra Maradona o una mención al calor bastaban para entrar en un discurso común.
Pero un día, el mundo se aceleró sin importar las consecuencias. Los tres canales comenzaron a dividirse y a subdividirse: un canal para el golf, otro para comprar zapatos, otro para el tiempo. Ya no era posible sentarse en la vereda y hablar sobre lo visto porque las chances de que el Tito (el marido de la Chocha), estuviera viendo lo mismo, eran escasas. Por supuesto que seguían existiendo temas comunes, pero también existía la posibilidad de que cada uno se hubiera sumergido en nuevos temas, ahora al alcance de la mano, es decir del control remoto.
No se confunda, amigo, esto no es un pataleo sobre la caja boba y esas obviedades. Esto es un intento de entender por qué cuando Chiabrando habla del Brexit (para mandarse la parte, claro) en una reunión lo miran como si estuviera loco. El asunto es que todos están viendo Canal Yo. La frecuencia en la que anda cada uno, la suma de sus deseos, de sus gustos.
Él también tiene su Canal Yo, claro. Por canal Javier Chiabrando pasan goles de Maradona, las chicas de Baywatch corren por la playa sin pausa ni prisa, se habla de los secretos del Bourbon y pasan las series que mira desde que es pibe. Y cada tanto una película de Bergman para mandarse la parte por si lo están viendo; y mucha música. Canal Yo no es un invento de Chiabrando. El nombre sí, pero de hecho existe. Usted puede programar Youtube para que pase sólo lo que usted le interesa. Eso es Canal Yo.
Así, algunas cosas avanzaron tanto que parecen haber vuelto a su punto de partida, como siguiendo aquel apotegma de que los extremos se unen. Comunicarse con los pares se ha vuelto casi tan trabajoso como cuando no había teléfono y las noticias de tragedias o nacimientos llegaban por carta, meses después de sucedidos. Dos personas nacidas y criadas en el mismo lugar pueden ser también extranjeros y hablar idiomas tan diferentes que podrían no llegar a entenderse nunca, excepto por las excepciones.
Las hay, creo. No muchas, quizá dos: los temas comunes que sirven para mantenernos entretenidos (fútbol, tetas, violencia), o para vendernos cosas. Casi siempre las dos serán una misma. En el afán de mantenernos entretenidos (para que no protestemos, para que no intentemos cambiar nada) los que manejan el entretenimiento y el mercado van vaciando de contenido las palabras claves de nuestra historia: populismo, izquierda, derecha, fascismo, dictadura, que dejan de servir para entendernos.
Pongamos un ejemplo que afecta de alguna manera a todos, por ejemplo Trump. Basta que uno lo cite para que cada uno active lo que vio en Canal Yo y el tema que parece común, se volatiliza en millones de partículas. Lo compararán con Hitler, Chávez, CFK, Macri, se lo tratará de loco, de usurpador, de iluminado, etc. Imposible resumir la idea, salir de allí con la ilusión de que uno pasó en limpio el tema. De la confusión, alguien saca ventajas, quizá Trump.
También se puede apagar el televisor, pero ya habrá entendido que no es un asunto de televisión sí o no. "Esta televisión no se puede apagar", dice la filosofía de Chiabrando, como remate. Siempre se puede huir a las montañas, lejos de la civilización, pero sería un gesto espasmódico que nada modificaría excepto la realidad del que lo hace y la paz de las lagartijas de la montaña.
El futuro llegó, cantan Los Redondos. No se parece demasiado a lo que soñamos, más bien es un capítulo de Black Mirror. Para entenderse con los demás ya no bastará con hablar de las cosas de uno, será indispensable hilar fino, encontrar el programa de su canal de televisión que congenie con el nuestro, interesarnos en su prime time. O recurrir a lo que nunca falla, El Chavo. O los Simpson. Una buena imagen del futuro que llegó y sigue llegando es gente reunida en una fiesta hablando del Chavo hasta el infinito, sin salirse nunca de ese tema para no quedar en orsai.
¿Hay algo positivo en todo esto? Quizá con el tiempo esto genere una nueva clase de librepensadores, de pura confusión más algún cortocircuito generado por la superpoblación de cables en el aire, tierra y mar. Otra cosa positiva es que habrá necesidad de reconocerse entre la multitud, para saber con quién comunicarse de verdad, y con quién simplemente hablar, sin importar el contenido.