En un mundo en el que vivimos hiperconectados y en el que la información circula a una velocidad que nunca antes se había conocido, la palabra necesariamente tiene otro lugar. Dentro de esta contemporaneidad, que se impone día a día, y algunas veces de manera brutal para cada uno, ¿cómo seguimos pensando al inconsciente? El descubrimiento del inconsciente por parte de Freud (deducido de la experiencia de la cura de sus pacientes) ha sido una marca fundamental en la cultura. Para el creador del psicoanálisis, el inconsciente es un supuesto necesario y legítimo, del que prueban sus formaciones: actos fallidos, lapsus, sueños, chistes y los síntomas psíquicos, que se distinguen de las anteriores formaciones por su permanencia. El inconsciente retorna en sus formaciones. Pero hoy en día, ¿mantenemos la misma idea del inconsciente? ¿En qué ha variado nuestra práctica en relación al mismo?
Se trata de seguir interrogando al inconsciente y su parentesco con el lenguaje, con la palabra. Efectivamente, el descubrimiento de Freud es el de un lenguaje que dice más que lo que sabe, o no sabe lo que dice, o dice otra cosa que lo que quiere decir.
En este sentido y desde la perspectiva de J. Lacan, “el inconsciente está estructurado como un lenguaje”: se trata de una cadena de significantes que, en algún sitio, se repite e insiste para interferir en los cortes del discurso efectivo. A partir de la pregunta por el agente detrás de estos tropiezos, de los que no hay reconocimiento yoico en lo que se dice, surge la suposición de un sujeto del inconsciente. Pero hay dos términos presentes ya avanzada la enseñanza de Lacan, parlêtre y lalengua, que nos orientan fundamentalmente en relación al título propuesto. Parlêtre es un neologismo que surge de la condensación entre parler (hablar) y être (ser). Traducido habitualmente como “ser hablante”, el contexto donde Lacan lo utiliza, siempre en relación al cuerpo, permite pensar que se trata de la resonancia de la palabra en el cuerpo. Es por hablar que se produce un ser. Ya no se trata de lo que se produce en un espacio psíquico, sino del efecto del lenguaje en el cuerpo. Y este cuerpo hablante, para Lacan es un misterio. Advertimos que esta concepción modifica la noción de inconsciente: la función del inconsciente se consuma con el cuerpo.
Con respecto a lalengua, Lacan une el artículo al sustantivo mismo, posiblemente para apuntar a la primariedad de esta lalengua con respecto al lenguaje. ¿Cómo aproximarnos a ella? Pensemos en lalengua del sonido, lalengua materna, lalengua como depósito de las huellas de los que nos han hablado...
Lalengua vive del malentendido, donde los sonidos y los sentidos se cruzan. J-A. Miller en sus últimos cursos propone un inconsciente hecho de lalengua, cuyos efectos no van hacia la comunicación sino que perturban al cuerpo, al alma. Lalengua nos afecta primero por todos los efectos que encierra y que son afectos. Se trata de la función de la palabra que toca al cuerpo: traumatiza, duele, emociona. El inconsciente como un verdadero torbellino. Por fuera de la función comunicativa del lenguaje, más ligada al placer de los niños cuando juegan con los sonidos habitando un lenguaje aún no reglado por la gramática. Se trata de lo que impacta de lalengua por fuera de la comprensión y cómo a partir de esto se configura la historia singular de cada uno. Un punto de aproximación interesante para captar algo de lalengua lo encontramos en el teatro: cada puesta muestra cómo la misma cadena significante se modifica según quien la diga, cómo la diga, según las resonancias del texto en el cuerpo del actor.
Con respecto a este inconsciente torbellino, a este laberinto en el que estamos embrollados, en una entrevista concedida al final de su vida Freud plantea que el psicoanálisis reordena el enmarañado de impulsos dispersos que nos habita, procurando enrollarlos en torno a su carretel. El psicoanálisis, dice, procura el hilo que conduce a la persona fuera del laberinto de su propio inconsciente.
Freud también nos orienta en relación a las variaciones del inconsciente en las diferentes épocas, cuando compara una y otra vez a Edipo Rey con Hamlet. Propone que en el diverso modo de tratar idéntico material (el amor a la madre y la rivalidad con el padre) se manifiesta la diferencia de la vida anímica en esos dos periodos de la cultura. En Edipo, como en el sueño, la fantasía de deseo infantil es traída a la luz y realizada; en Hamlet permanece reprimida y sólo averiguamos su existencia (como en una neurosis) por sus consecuencias inhibitorias.
¿Cómo pensar estas variaciones en la actualidad? Posiblemente podríamos iluminarnos con el así llamado teatro posdramático, donde en nuestros cuerpos resuena lo fragmentario, lo poético, lo disruptivo, lo fuera de sentido, para seguir hablando del inconsciente, aún.
Gabriela Basz es psicoanalista. Doctora en Psicología de la UBA. Miembro de la EOL y la AMP. Directora, junto a Mónica Gurevicz, de las XXIII Jornadas anuales de la EOL “Hablemos del inconsciente, aún...”