Como el disco que estuvo destinada a promocionar, como la obra entera de sus intérpretes, A Hard Days’ Night la están filmando mañana. Tal vez por eso, esos cuatro muchachos de flequillo y, todavía, trajecitos y corbata, corren tanto durante la película, huyen hacia adelante de ese modo: porque saben que el futuro los espera. Cincuenta y pico de años atrás, llegaron a un lugar al que nosotros jamás llegaremos, y que para ellos era apenas la primera estación de un viaje con botas de 700 leguas. Una estación de una intensidad creativa tal, de tal capacidad de florecimiento, que el mismísimo tema que da nombre al LP y la película –uno de los clásicos del siglo XX– fue compuesto por Lennon en una noche, durante el rodaje, una semana antes de su finalización. Originalmente estrenada en 1964 (la copia que se conoce ahora, remasterizada, es la de la celebración del medio siglo de vida), Anochecer de un día agitado es un recorte de ese viaje, un día en la vida, y la película misma parece poseer la conciencia de ese antes y ese después: comienza con un excitante in media res, con John, Paul, George y Ringo huyendo de los fans, y termina con los cuatro escapando otra vez, subidos a un helicóptero.
¡Cómo se ríen Lennon y los demás en el plano inicial de Anochecer..., huyendo de los fans por las calles de Londres! Ese plano inicial es notable, ya que se abre en un momento justo (corresponde reconocer al montajista John Jympson su excelente trabajo en toda la película), en movimiento (esta película no podía empezar de otro modo; lo tenía clarísimo su director, Richard Lester), mostrando a los muchachos perseguidos por hordas que la profundidad de campo extiende hasta el fondo de cuadro (otro valor: el director de fotografía, Gilbert Taylor). Y, sobre todo, mostrando su risa. Esa risa no se actúa, no se compone (perdón, señores del Método), no se finge. Sale o no sale. Y si sale es porque se la está pasando bárbaro durante el rodaje. Anochecer de un día agitado es, en buena medida, un documental sobre los Beatles 1964. Y en 1964, los Beatles eran felices. Eran felices porque eran jóvenes. Muy jóvenes. No sólo porque tenían veintipico, sino porque eran los máximos iconos de la era más joven que haya conocido la humanidad. Si bajara un marciano y quisiera saber qué es un joven feliz habría que mostrarle, sin duda, a John, Paul, George y Ringo en Anochecer de un día agitado. Sobre todo al primero de ellos, cuya expresión de plena alegría en esta película es la que más impresiona al cronista, tal vez por tener en cuenta su infancia difícil o su horroroso futuro.
Autorreferente como toda película de ídolos musicales, Anochecer... muestra la relación de los Fab Four con la fama, la idolatrización y los medios. La fama es algo de lo que huir, o que conviene aprovechar. En una escena muy graciosa, una chica le dice a Lennon: “¿Vos no sos...?” Y él: “No, soy muy parecido” Y así siguen durante un rato, en un tono muy entre Hermanos Marx y Lewis Carroll (a propósito, un reconocimiento al guionista, Alun Owen, específicamente elegido por los 4 Magníficos). En otra escena de signo contrario, John, Paul y George tienen que rescatar a Ringo de un club exclusivo, y aprovechan el hecho de ser famosos para hacerlo. Todo el tiempo los cuatro están intentando huir de los compromisos de la fama (contestar los miles de cartas de las admiradoras, por ejemplo) y en una secuencia de las menos graciosas y más elegíacas, Ringo logra hacerlo, disfrazado, para no ser reconocido, logrando conversar tranquilamente con un chico que se rateó de la escuela. La escapada no termina del todo bien, y la policía que termina deteniéndolo. Como en tiempos de comedia muda (Chaplin y otros), la policía es uno de los principales enemigos de los muchachos, que tienen una escena de escape y persecución digna de comedia slapstick.
Además de la corrida hacia adelante, hay otro tipo de carrera en Anochecer..., que es la huida. Huida de la representación del orden social (la policía) o burla a ese orden (el señor burgués con el que se cruzan en el tren en la secuencia inicial, y que es el clásico sujeto que en la época se asqueaba con “esos pelilargos”), huida de los fans, que están mostrados de manera despiadada, como hordas bárbaras (lo cual era bastante arriesgado: ellos eran perfectamente conscientes de que esos mismos fans se iban a ver reflejados en la película), huida del manager, escapando del hotel londinense. Pero la huida no es sólo física: los permanentes chascarrillos, juegos de palabras, bromas verbales –muchas de ellas desorientando a los periodistas, a los que se muestra como perfectos idiotas– y prácticas, como un dibujito que hace George sobre un monitor, en un estudio de televisión, son formas de huir de la lógica burguesa o adulta, teniendo en cuenta que esas formas de escape están entre el absurdo y lo infantil–adolescente.
Richard Lester, que actualmente está, con 85 años, vivito y coleando, fue elegido por los Beatles por un corto de 1959 llamado The Running Jumping & Standing Still Film. Filmada, como se sabe, en un precioso blanco y negro, Anochecer de un día agitado exhibe una técnica ajustadísima, con una dinámica visual muy propia de la nouvelle vague y el cinema vérité: saltos bruscos de primeros planos a planos más amplios, súbitos desenfoques, violentos barridos de cámara, travellings sorpresivos, muchos cortes, eventuales tomas aéreas (como las de la magnífica secuencia en el campo de deportes). Lo loable es que toda esa batería formal no está forzada sino al servicio de las escenas, de modo de sacarles el máximo jugo posible. Tanto, que ese jugo todavía destila hoy. Y lo hará mañana, claro.