El pasado 27 de enero se cumplió el 72º aniversario de la liberación del campo de concentración Auschwitz-Birkenau que puso fin al cautiverio de los siete mil prisioneros que aún permanecían entre sus alambrados. Desde la perspectiva racional, sería ilógico imaginar y transportarse a vivencias como las de aquella época. Sí: aquella época en donde abundaban el horror y el temor, donde no había deseos de ningún tipo más que el de la supervivencia ni coordenadas de salubridad, donde el ser humano digno, cooperativo y compañero, era incrustado en el más miserable de los terrenos. Cada uno de ellos tenía la esperanza de poder volver a ver una vez más los ojos que lo miraron desde que nació, escuchar la sutil voz de su madre, padre, tío, abuelo, hijo, nieto, primo, amigo... Y se podría seguir eternamente. Por eso, al ver el documental Lea y Mira dejan su huella, de Poli Martínez Kaplun, las preguntas que sobrevuelan son: ¿Cómo seguir caminando luego de ese genocidio?, ¿Con qué piernas?, ¿Con qué fuerzas?
El film de la licenciada en Ciencias de la Comunicación Martínez Kaplun –que se estrenará el próximo domingo en el Malba– cuenta precisamente la historia de Mira Kniaziew de Stuptnik y Lea Zajac de Novera, dos mujeres nonagenarias que viven en Buenos Aires y que, siendo judías polacas, fueron enviadas de niñas al campo de exterminio de Auschwitz. Al pensar retroactivamente cada detalle relatado, no hay otra manera de llamar a estas dos personas –y a millones más que fueron arrancadas de sus tierras y de sus familias–, luchadoras innatas, apasionadas por la vida y por el amor. Lo que las mantenía en pie, sin duda, era la esperanza de poder respirar, simplemente, un aire limpio. Sano. Transparente.
“Quería hacer una película sobre sobrevivientes de la Segunda Guerra Mundial porque gente que la padeció aun está viva. Uno piensa que es algo que sucedió hace mucho tiempo. Fue tan atroz, fue tan siniestra que parece una historia de la Antigüedad o de la Edad Media y, sin embargo, es una historia contemporánea, al punto que gente que participó y que la padeció está viva. Es el caso de Lea y Mira, que son sobrevientes de la Shoá”, sostiene ante PáginaI12 la directora del documental.
A su lado, Lea (Mira no pudo participar de la entrevista por problemas de salud) verbaliza palabras que ya dijo muchas veces. Es que si bien las imágenes de una película y las frases de un libro son sumamente válidas para conocer la historia y que ésta se siga transmitiendo a las nuevas generaciones, “el que estuvo allí, nunca podrá salir y, el que no estuvo allí, nunca podrá entrar”, según comenta Lea parafraseando a Primo Levi, el escritor italiano de origen judío sefardí, autor de memorias, relatos, poemas y novelas, quien fue un resistente antifascista y sobreviviente del Holocausto.
Con 90 años, Lea sigue manteniendo en pie su meta: concientizar a las nuevas generaciones, contarles que el Holocausto realmente existió, se vivió y se padeció y para “no dejar que siga ocurriendo la discriminación y si sucede, involucrarse en ella para que no avance”. Esta abuela verborrágica, dueña de una lucidez asombrosa, manifiesta: “Nunca olvido a los míos que están siempre alrededor mío, que fueron empujados a las cámaras de gas, como mi madre con 37 años. El destino quiso que yo sobreviviera, siento una obligación moral de hacer esto y no para que me tengan lástima. Esa no es mi finalidad. No me gusta que me tengan lástima. Yo necesito que la gente se entere para que saque sus conclusiones. Y que se de cuenta de que seis millones no es un número de una estadística. Eran seis millones de seres humanos y entre ellos, un millón y medio de niños, jóvenes que recién empezaban la vida”.
–¿Usted vio a su familia desde que fueron trasladados?
Lea Zajac: –Es que no fue de un día para el otro. La Segunda Guerra Mundial estalló oficialmente el 1º de septiembre de 1939 cuando los ejércitos nazis cruzaron la frontera con Polonia, pero, en realidad, en 1938 anexaron a Austria, que era un país muy nazi. Como siempre los europeos defienden lo suyo pensando que no les va a pasar nada. Ahora, están pagando las consecuencias. En el hemisferio norte las clases empezaban en septiembre. Yo tenía doce años y medio e iba a entrar al secundario. Vivía con toda la familia en una ciudad de 10 mil habitantes. Era de clase media baja. Nunca me faltó un techo ni un plato de comida y tuve mucho, pero mucho amor. A partir de ahí, empezó nuestra tragedia. En enero de 1943, nos llevaron a Auschwitz, me arrancaron a mi familia y se me cayeron todos mis sueños.
–¿Qué los mantenía vivos cuando estaban en el campo de concentración? ¿De dónde sacaban las fuerzas?
L. Z: –Lo importante en momentos así era tratar de no perder el sentimiento humano. Mucha gente no aguantaba porque cuando se sufre tanta hambre, la cabeza deja de funcionar. Y cuando una persona se abandona, con tanto hambre no es capaz de pensar en otra cosa que en una mesa llena de pan. El hambre no te deja pensar. Cuando doy testimonio, siempre subrayo que en situaciones límite como eran aquellas, siempre hubo alguien que te daba la mano, a pesar de todo. Esa era una pequeña llamita de esperanza de un mundo mejor porque pensábamos que después de lo que pasó el mundo iba a aprender y a mejorar. Ironías del destino.
–¿La directora coincide con lo que dice el cineasta francés Claude Lanzmann de que el horror es irrepresentable?
Poli Martínez Kaplun: –Sí, coincido. El documental es una aproximación a lo que ellas vivieron, a una milésima parte de lo que vivieron y de lo que pueden transmitir. Lea misma dice que, a pesar de haber hablado cientos de veces sobre este tema, todavía le queda mucho para contar. Como espectadora, lo que veo de interesante en el documental, no es sólo el testimonio sino la posibilidad que tiene la cámara de acercarse a ellas como personas. Yo quise hacer foco en eso porque está el drama y todo lo que ellas vivieron, pero esto no es el registro de archivo que hizo Steven Spielberg. No se trata de acercarse a la objetividad del hecho sino a la subjetividad de su existencia, cómo le encontraron sentido a la vida después de eso. Para mí, eso era un gran enigma porque hay que poder restablecerse y volver a sonreír. Y en la película se las ve a ellas riéndose y cantando.
–¿Cómo nota a las nuevas generaciones con respecto a la memoria histórica de la Shoá? La idea es saber cómo lo ve usted no sólo en los jóvenes de la comunidad judía sino en general. ¿Se le acercan? ¿Quieren hablar con usted?
L. Z.: –Sí. Yo me encontré realmente con respuestas muy positivas. Cuando voy a colegios me rodean y quieren saber. Por supuesto que en los colegios de la colectividad ni qué hablar. Incluso todos los años se hace un viaje a Polonia para recorrer todos los lugares. Se llama “La Marcha por la vida”. Hace cuatro, ya con el bastón en la mano, fui invitada y volví con ellos. Eran doscientos jóvenes más o menos. Recorrimos todos los campos de exterminio y yo les contaba y les explicaba. Hay que ver cómo se involucraban y querían saber. Me rodearon de mucho cariño. Me invitan todos los años, pero ya no puedo ir. Físicamente no doy para eso.