"...mi hijo menor está yendo a fiestitas. No quiere contarme lo que pasa en las fiestitas. Y yo lo acepto.."

Clarice Lispector. Facilidad repentina.

 

El sábado fui por primera vez a la llamada "Marcha del orgullo" en referencia a gays, transexuales, etc.

La pura verdad es que fui pues mi hija Paloma comentó de una carroza que ella más algunos organizaban para el evento. Promovida (casi) por un acto escolar llegué a la antigüa "Zona roja" (hoy Plaza seca de Pasco y Mitre, viví a 5 cuadras del lugar cuando me vine a estudiar y se percibía como una patria peligrosa, aunque no para mí). No me las estoy mandando de inocente ni de ingenua. No. Jamás. Pero sí que iba a una marcha política (pues eso es, entre otras cosas) como a las que alguna vez asistí.

Arribé a la plaza entre banderas con el característico arco iris, me saqué unas fotos, miraba pibes y pibas de todas edades, me crucé con muchos conocidos, amigas, amigos,vecinos, pacientes, alumnos, gente que hoy ya es pública por su militancia en este aspecto y en otros (la marcha fue encabezada por la bandera verde de quienes defienden la legalización del aborto y entre sus militantes tengo mucha gente querida) y mientras caminaba a paso lento ya estaba redactando estas palabras.

De pronto llego a la famosa carroza donde mi hija, vestida con una provocativa blusa transparente bailaba y ponía música junto a un grupo de jóvenes (y no tanto) mujeres trans. Ella bailaba contentísima, felíz. En una de esas advirtió mi presencia. La escena era rara. Yo la recordaba en la Escuela Belgrano vestidita y pintada con corcho para un 25 de mayo y no podía dejar esa escena filmada en mi cabeza.

Me miró entre la multitud con esos ojos pintados de verde, yo entendí algo que no logré explicarme. Me faltaban palabras, me sobraba paciencia.

En eso se acercaban estas chicas trans a saludarme con mucho afecto, gritando con felicidad: "¿Vos sos la mamá de Palomita?", les contesté que sí, obviamente, y me abrazaban una a una en medio de un desfile muy bello, bizarro y extraño para mí. Yo soy la mamá de Paloma, me dije, escribí interminablemente.

Baja mi hija en un momento y me aclara algo así como que: "Mamá, en esta carroza somos dos mujeres biológicas nada mas".

¿Mujeres biológicas? Un poco confundida, o entendiendo todo al máximo la aplaudí, la besé, la toqué como cuando era pequeña pequeña y se fue de nuevo a la carroza a dirigir ese bailongo acalorado y tranquilo mientras yo, desde abajo me repetía, "soy la mamá de Paloma, y ella es mi hija". No sé porqué con letanía y muy felíz de serlo. Como cuando se bajaba finalmente del escenario de mayo y nos íbamos solas a casa a conversar de cómo le había salido la letra.

Entre travestis, arrancó la carroza y un mundo de gente (en el cual estaba yo) la siguió atrás. Mi hija agitaba los brazos, la ví empuñar diferentes latas de cerveza, en un momento le grité: "No tomes tanto", se lo grité en el medio de los redoblantes, partidos políticos y mucho Rosario y alrededores.

Le grité "No tomes tanto" como cuando se fue a Carlos Paz y le recomendé "Abrigate" o alguna de esas.

La carroza se alejó demasiado de mí, la perdí entre la multitud, mujeres en tetas, varones vestidos raro, y personas como cualquiera pudiera ser.

Y mientras se oía la música de "Miranda" como un himno para la ocasión me venía una palabra y un razonamiento simple y finito, tal vez atonal con calle Pellegrini vestida de esa fiesta.

Me dije: Es libre, pensé en que yo también lo era y que, si de ataduras se trata, esas no estaban precisamente en la carroza.

Pensé, si salta en ese andamio de este tiempo será porque le gusta y no le voy a preguntar jamás porqué ni cómo ni cuando ni en qué postura ni cómo fue. Sentí que su libertad algo tenía de mí, de mi sensatez, mi pequeño equilibrio ideológico y los sacrificios que uno hace para no ser loco.

Y mientras ya no la veía me sentí como una hormiga ante la verdad cuando es elefante y ambas especies pueden convivir en el mismo planeta.

Pensé mucho, mucho, también en "Qué dirían mis abuelos amados", pensé en todo, en el amor, en el desamor, en los gustos, las posibilidades, la sexuación, el psicoanálisis, mi propia vida amorosa, las cosas próximas y lejanas a Dios, la maternidad, la pluma que escribiría esto y mi hija yéndose en su carroza de 24 años de sueños tal vez.

Amé su libertad, amé la condición de haber contribuido a ello, tal vez dejándola ser sin obstinaciones y con preocupaciones de mamadera también, Amé que, entre trans, ella fuera ella y yo: yo.

Y no un yo-yo de una madre que juega y oprime con ese carretel sin salida.

Tomé calle Dorrego y sentí algo de la consigna principal de la marcha, orgullo, no sé de qué ni de quién, pero ese orgullo que da la exorbitancia que no escandaliza sino que acompaña.

La ví alejarse como un abejorro, como dicen que se alejan los hijos, sin demasiadas garantías.

Y pensé que era hora de dejarla cruzar la calle sola.

 

beagasua37@hotmail.com