Es un año muy intenso para Lautaro Delgado Tymruk. Acaba de estrenar Pistolero, un western criollo ambientado durante el Onganiato. Fue nominado a los premios Cóndor como mejor actor protagónico por su trabajo en Unidad XV, de Marín Desalvo, sobre la fuga de la cárcel de Río Gallegos de Héctor Campora, Patricio Kelly, John William Cooke y Jorge Antonio. Está filmando Al tercer día, una película de terror psicológico de Daniel de la Vega y se prepara para el rodaje de un film de Sebatián Tabany sobre magia. Además acaba de debutar como director por partida doble. Estrenó en la reciente edición del FestivaI Internacional de Cine Documental de Buenos Aires Treplev que dirigió junto a Esteban Perroud y asumió la dirección de una obra teatral después de décadas dedicadas a la interpretación. Lo hizo con un texto de Santiago Loza, su compañero en la carrera de dramaturgia: El corazón del mundo se presenta los sábados a las 20.30 horas en Espacio Callejón (Humahuaca 3759).
Se animó a dirigir y actuar la obra junto a dos actores que admira, William Prociuk y Ezequiel Rodríguez, y a crear una puesta que combina actuación en vivo y la proyección de un film de hologramas sobre una superficie de acrílico transparente ubicada al frente de la escena. Este dispositivo genera una doble materialidad de cuerpos: la de los actores de carne y hueso y la de los actores proyectados. La sala está en penumbras y el espacio escénico tiene mucho de fantasmal. Con este engranaje Delgado Tymruk combina sus tres pasiones: el teatro, el cine y la magia. Además de formarse como actor y dramaturgo, estudió cine en la FUC y magia en la escuela Fumanchú, interesado desde muy joven en “los pequeños milagritos”.
Se animó a un proyecto ambicioso: ensayar la obra y en paralelo filmar las partes del texto que decidió contar mediante ese sistema de ilusión óptica para luego proyectarlas sobre el acrílico y ensamblaras con el vivo. “Fue un proceso doble: filmar una película con todo un equipo y unos cuarenta actores, a la vez ensayar el vivo y después articular todo. No fue fácil porque los tres actores no vemos los hologramas proyectados, ensayamos imaginando que las imágenes estaban allí donde yo les indicaba. El resultado final sólo lo ve el público”, explica Delgado Tymruk a Página/12.
Lo interesantes es que esta combinación de recursos no es caprichosa: se amalgama con la trama de Loza. El texto habla de un hombre que camina por una calle desierta y un vagabundo le da un palazo tremendo. Segundos antes de caer e impactar contra el piso, su alma, su conciencia, salen de su cuerpo y encarnan en una multiplicidad de seres. “Cuando Santiago me pasó esta obra me fascinó, me conmovió porque se refiere a la experiencia de la muerte, a lo que hay del otro lado. Para mi es una obra de umbrales entre la vida y la muerte, también de umbrales entre el cine y el teatro”.
Son situaciones sobre la experiencia cotidiana, sobre la soledad, el amor, la familia, el destino, la muerte, algunas más concretas y otras más místicas, las que actores y hologramas despliegan. Por momentos los actores hablan al público rompiendo la cuarta pared; en otros, interactúan con los hologramas: sus cuerpos coinciden con esos otros cuerpos virtuales, o los hologramas asumen el protagonismo. El público puede sentirse algo desorientado en ese fluir de vidas y de historias hasta que en un momento esa pluralidad encuentra su sentido. Es cuando uno de los personajes dice un parlamento que recuerda el poema “Llámame por mis verdaderos nombres”, del monje budista y escritor vietnamita Thich Nhat Hanh, que dice “Soy el niño de Uganda, todo piel y huesos/ con piernas delgadas como cañas de bambú/ y soy el comerciante de armas/ que vende armas mortales a Uganda./ Soy la niña de 12 años/ refugiada en un pequeño bote/ que se arroja al mar/ tras haber sido violada por un pirata/ y soy el pirata/ cuyo corazón es incapaz de amar”. La conciencia de poder ser todo eso, de que todo está interconectado hace sentido y condensa la idea del título de la obra. Hay un clima oscuro, áspero que se suaviza en ciertos pasajes con gotas de humor y sarcasmo y también con dosis de ternura y compasión.
Delgado Tymruk --que a su apellido paterno sumó el año pasado el de su madre por una cuestión de reivindicación de género-- confiesa que fue su hijo Matías de once años, también fanático de los inventos, quien le hizo pensar en usar hologramas. ”Empezamos a ver tutoriales, a hacer pruebas, a filmar objetos en la oscuridad y proyectarlos en vidrios y espejos y fuimos creyendo que era posible. Es un sistema de reflejos que viene de un efecto que se llama 'Pepper Ghost', un truco de magia que se usaba antes del 1900 para hacer apariciones de personas. Es el padre o la madre del holograma, es como un holograma casero, artesanal. Como todo mago no voy a develar el secreto pero da la sensación de gente flotando en escena, con una carnadura fantasmal”, advierte. Y si bien el resultado está muy logrado, asegura que no le interesó la perfección técnica sino el aspecto pictórico, plástico. “Fue como un experimento surrealista, me encantan Max Ernst y sus fotomontajes”, comenta.
El equipo detrás de la obra
Fue tal el entusiasmo de Lautaro Delgado Tymruk por El corazón del mundo, que en cinco meses logró trabajar la parte teatral, rodar la película holográfica, ensamblar todo y estrenar. Él dirigió la actuación en vivo y toda la película y un gran equipo lo acompañó en la aventura. Sería interminable nombrar a todos pero vale la pena aclarar que en el rodaje participaron cerca de cuarenta actores y actrices, Marco Bailo compuso la música, Violeta Palukas fue la asistente del director tanto en la parte actuada en vivo como en el rodaje, Felicitas Luna fue la productora de todo, el diseño de luces de la obra teatral es de Ricardo Sica y la dirección de fotografía del film es de Leonardo Pazos. “Ricardo y Leonardo hicieron un trabajo muy profundo con luces y sombras muy puntuales, buscando ese clima de oscuridad de los cuadros de Rembrandt”, concluye Delgado Tymruk.