"Un hombre cuenta sus historias tantas veces, que se convierte en las historias. Siguen vivas después de él y de ese modo él se vuelve inmortal." (El gran pez. Año 2003)

A Fredy Cardona Walsh nunca le interesó la pesca, pero se ofendía cada vez que salíamos a pescar sin avisarle. "Es por tu bien, gil, es para que no gastes guita ni tiempo en algo que no te gusta", le recordaba Fernando desde su escepticismo prematuro. El no invitado disfrutaba como nadie la noche y el Paraná, podía pasar horas inmóvil sobre la barranca, escuchando en el viento la voz de su abuelo quien le seguía contando viejas leyendas irlandesas, sabía mirar el paisaje con los ojos cerrados, lunas llenas subiendo por detrás de las islas chorreando aguas danzantes, reflejos de sirenas en estelas de buques de ultramar, extraña danza de hadas sobre camalotes peregrinos. Adrián solía resumirlo con ironía, "oír las historias de Fredy es como volver a escuchar los discos de María Elena, de quien seguramente debe ser pariente este aparato." Sus historias fantásticas llenas de dioses, bosques encantados, puertas al ultramundo, no encontraban lugar en conversaciones en las cuales se hablaba sólo de dinero, motos humanizadas y mujeres objetos. Cómo todos los que parten temprano, mi amigo no sólo tenía un brillo intenso en su mirada, también parecía saber que contaba con poco tiempo. Disfrutaba cada momento al máximo y los eternizaba en ficciones. Supimos guardar un secreto entre los dos, me hacía responsable de una línea sin anzuelos, con plomada compuesta por tres soldaditos de plomo. Aseguraba que la infancia es un pez de oro que nada por las profundidades del río más cercano. Se debía encarnar con recuerdos caros en afectos para poder pescarlo. No obstante, lo importante no estaba en atraparlo, sino en no olvidarnos nunca de su existencia. Olvidarlo era una forma de secarse en vida. Una noche sin luna, a bordo de una lancha prestada, fondeamos una red en busca de bogas carpa, armados y todo bicho que anduviera nadando en las profundidades barrosas de la zona del Swift. La risa provocada por una pregunta inocente del irlandés nos hizo perder la fuerza necesaria para levantar la malla. "¿Salen salmones en el Paraná?". En el viaje de regreso, acallados los ecos de las carcajadas, el cuentacuentos aprovechó una ráfaga de silencio para regalarnos una de sus increíbles historias: "Había una vez, en un país verde magia, unos duendes traviesos, habitantes de un bosque sin sombras, que decidieron esconder todo el conocimiento humano en siete avellanas. Producto de la fatalidad que transita todo cuento, uno de esos frutos cayó al río donde fue devorado por un salmón ordinario, el que a partir de ese momento se convirtió en el animal más listo del planeta. Todo el pueblo, convencido de quien comiera su carne obtendría todo el conocimiento pasado, presente y futuro de la humanidad no dudó en intentar atraparlo. Nosotros sabemos muy bien lo que nos cuesta pescar un surubí en condiciones normales, imagínense lo que habrá sido cazar un pez sabio. Más temprano que tarde abandonaron todos los aventureros tamaña empresa, todos menos uno, un tal Finnegas, poeta del lugar. Con el paso del tiempo, el lírico pescador se volvió viejo y ermitaño más siempre siguió abrazado a su sueño secreto con la misma fuerza. Delegó los trabajos domésticos contratando los servicios del joven Fionn, dueño de una vivacidad extraordinaria. Una mañana se sintió enfermo y a modo de broma le dijo a su secretario, "hoy tendrías que ir vos a pescar por mí". Antes de caer la tarde, vio llegar a su ayudante con el gran pez entre sus brazos. El anciano le pidió que se lo asara, pero antes le hizo jurar que no comería ni una esquirla de la presa en cuestión. Mientras el pescado chisporroteaba cerca del fuego una gota de grasa caliente cayó sobre una brasa y desde allí saltó sobre el dedo pulgar del asador, quien instintivamente se lo llevó a la boca para calmar el dolor con su saliva. En ese momento se le abrieron todas las puertas del conocimiento. Cuando llevó el manjar a la mesa, Finnegas descubrió en la mirada del chico un brillo que no había visto antes, señal inequívoca para el maestro de que su discípulo lo había traicionado. Apesadumbrado por haber dudado de su lealtad, el ayudante le comentó el accidente acontecido. El lector de profecías entendió rápidamente el mensaje del destino, ordenándole entonces se comiera todo el pescado. Fionn se convirtió en el jefe de los Fianna y ayudó a liberar a su pueblo. Cuenta la leyenda que antes de tomar una decisión importante, se chupaba el dedo pulgar, eligiendo luego el camino más inteligente". No pude llorar el día de la muerte absurda de mi amigo. Un llanto retroactivo me inundó tiempo después en la sala del cine Monumental, mientras miraba la película de Tim Burton. El autor de una obra perfecta es incapaz de imaginar hasta dónde puede llegar su arte, las heridas que cierra, los recovecos oscuros que ilumina, los sentimientos profundos que resucita. De aquellos jóvenes de ayer, acompañado solamente de recuerdos, soy el único que pisa el viejo muelle del club Mitre, todavía. En la actualidad, suele romper mi alianza con la soledad la presencia de mi nieto, quien se ofende cada vez que se entera que partí sin avisarle. Juan Facundo, futuro veterinario de ballenas, ya no pregunta ni se sorprende cada vez que me ve atar en el pilar central el extremo de una línea encarnada con tres oxidados autitos Matchbox que estaciono bajo el agua en mi ceremonia silenciosa. Adicto a los documentales de animales salvajes, en el último paseo me contó con lujo de detalles la odisea del salmón en su viaje de regreso al río, nadando contracorriente, remontando cascadas, esquivando osos. Al final del relato me disparó una pregunta que me resultó familiar, "¿abuelo, salen salmones en el Paraná?". La respuesta inmediata me la sopló el viento. "En la actualidad no, pero conocí al hombre que pesco al último ejemplar que surcó este río. Se trató de un salmón sabio". Sus ojos se abrieron grandes, señal inequívoca que esperaba el traspaso obligado de la leyenda. Como todo cuentista, modifique a mi gusto el relato original. En mi historia, el protagonista se llamó Fredy Cardona Walsh.

 

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